Violeta Sáez Garcés

«Civilización» transcurre en distintos puntos de la geografía española, tal y como lo hiciera la existencia de mi abuela Julia, la madre de mi padre. Sin embargo, pese a contener elementos biográficos claramente visibles, no he querido hacer una semblanza de la vida de mi abuela en este relato, principalmente, porque no dejaría de faltar a una verdad que, en última instancia, solamente ella conoce.
Lo que sí es cierto es que algunos hombres y mujeres andaluces de su generación tuvieron que dejar atrás los olivares, ya fuese para marchar al exterior o para migrar a otras regiones. En el caso de mis abuelos paternos, ellos lo hicieron por trabajo y acabaron instalándose en Valencia.
Mi abuela Julia valora el buen aceite como base que es de nuestra alimentación. ¿Cuántos paisajes y civilizaciones quedan aunados por él a las orillas del Mediterráneo? Jamás permite que nada se deseche y casi nunca enciende el calefactor. Según dice, su madre hubiera querido que ella fuera maestra, pero, al casarse tan joven, cambiaron los planes. Sus hijas, sus nietas, hemos tenido más oportunidades, si bien, como dijera Lorca, «los antiguos sabían cosas que hemos olvidado».
Mi padre arguye que ya ha sido la mejor maestra con ellos. Quizá, el olivo sea el símbolo que mejor muestre la superación de la absurda dicotomía entre ramas y raíces, entre cultura y agro.
Ver más