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134. Olivo no te olvido

Juan José Clavel Muñoz

 

Hoy es viernes 20 de agosto de 2021. Lo tenemos marcado en el almanaque con una cruz roja gigante y la anotación: limpieza general. Llevamos unos días disfrutando de las vacaciones anuales. Me llamo Ana y mi marido Juan. Adecentando la habitación principal, en el altillo, debajo de las mantas, ha aparecido una caja rectangular, de madera, con la llamativa imagen de un colibrí con una hoja de olivo en el pico, seguido de la inscripción: aceites “Oliv-brí” en calle comendador Mesías, Úbeda, Jaén. Al abrirla hallamos dentro un documento oficial donde se especifica el lugar en el que están enterrados los abuelos maternos de Ana, en Jaén, exactamente en el cementerio de Úbeda. Sabía que su madre había nacido allí, aunque después, vivió muchos años en Sevilla. En ese momento decidimos preparar un fin de semana para visitar la tumba de sus yayos y homenajearlos con unos ramos de flores.

Sábado 28 de agosto de 2021. Salimos de Madrid rumbo a Andalucía. Durante todo el trayecto hablamos de las andanzas de sus padres y de sus abuelos en el pueblo, que siempre contaba su madre. Del olor en la casa a pan tostado y a aceite de oliva, su color y su sabor. Las meriendas con hornazos, ochíos y virolos, entre miradas y conversaciones cómplices. La abuela enciende el fuego. En la encimera hay una barra de pan loncheada y abierta por la mitad. Clava el tenedor en el primer trozo de pan y lo pone directamente sobre la lumbre, ya huele a tostado, cuidado con las migas, no se caigan al fuego y se prendan. Ya está untando la manteca colorá y unas gotas del verdoso aceite de oliva.
Muy cerca de Úbeda y en una carretera comarcal, entre olivos, se nos avería el coche. Un paisano que venía detrás en su furgoneta, muy amable, nos acerca con nuestro equipaje al Parador Nacional y nos aconseja un taller mecánico para que acudan a recoger y reparar nuestro utilitario. Realizamos el registro en nuestro lugar de pernocta. Subimos a la habitación. Colocamos la ropa en perchas para que no se arrugue y nos refrescamos. Ya estamos preparados para dar un vistazo a los alrededores. Paramos un momento en la cafetería del establecimiento a tomar un tentempié. Al salir, junto al arco del portal, coincidimos con nuestro rescatador. Se llama Nicolás y nos presenta a su hijo Agustín. – Os va a acompañar en todo momento en su jeep a donde necesitéis. Lleva en el cuello de la camisa un pin con una cruz que acaba en su parte superior en un olivo. Gracias Nicolás por la atención. Gracias Agustín por el acompañamiento. Cruzamos la calle junto a la Iglesia del Salvador. Agustín tiene aparcado el coche en frente. Al lado hay un puesto de flores. Compramos un ramo de claveles amarillos y un ramo de rosas rojas. Nos montamos en el 4×4 y nos dirigimos a las afueras del pueblo, al cementerio. Entramos por la cancela del medio y acudimos a la ubicación de la sepultura de los abuelos. Está esquinada y recostado hay un Cristo con su tez demacrada por el paso del tiempo, pero en el que incide un rayo de luz que le sonroja. Detrás hay un enjuto pero extrañamente poblado olivo. Está junto a una fuente baja de agua potable. Nos disponemos a rellenar un recipiente. Giramos el grifo y sale un chorro desdoblado y con mucha presión. Aunque apartamos rápidamente los pies, los zapatos quedan empapados. Regulamos y llenamos la vasija hasta el borde. Limpiamos el mármol, después de quitar las hojas secas y colocamos cada ramo de flores sobre dos búcaros nacarados con motivos campestres, incrustados en la lápida. Hablamos pausadamente con los abuelos. Les rezamos y nos santiguamos. A los pies del olivo hay una caja de latón con el dibujo de un colibrí sobrevolando unos olivares. Ana lo abre y saca un pequeño pergamino embutido en un canuto de cuero. Lo desenrolla y comienza su lectura:

Abro los ojos y pestañeo,
veo mi reflejo en tus pensamientos.
Mis bayas se sonrojan,
al tocar tus labios.
Tus manos apretando la tierra,
mi recuerdo.
Cuántos cánticos y juegos,
rodeado de manos en movimiento,
gira que te gira,
pasando los años.
Veo mi reflejo en tus pensamientos.
Ay! tus pellizcos pícaros.
Búscame, huele mi ser en el viento.
Abraza y siente mi cuerpo.
Bésame, ya nunca aparecerá el olvido,
porque yo siempre seré tu olivo.

Ana, emocionada, secándose las lágrimas con un pañuelo, abraza a Juan.

–Sé que siempre han estado y estarán conmigo. Te quiero. Os quiero. Siempre os recordaremos, siempre nos recordarán. Al guardar el pergamino se da cuenta que en el fondo hay un objeto que brilla. Es un pin muy parecido al de Agustín, con su cruz transformada en olivo. Seguro que san Juan de la Cruz siempre ha estado presente en sus vidas. Fue y es su consejero. Siempre les protegió en la tierra y también velará por ellos y sus descendientes para siempre. El olivo les vio crecer. El olivo es su tesoro y a la vez la ofrenda y la herencia de energía necesaria para mantener a la familia unida y la fuerza para que cada uno de sus miembros, en su medida, colaboren en las buenas acciones. Su elixir, el aceite de oliva, siempre les recordará sus vivencias, las ocurridas en vidas pasadas y las que sucederán hasta el final de los tiempos. Doblan las campanas de la iglesia del Salvador. Seguro que san Juan de la Cruz está dando misa ayudado de un par de ángeles sonrientes ante todo lo sucedido en el día de hoy. Ana se prende el pin en la blusa.
Pararemos a comprar en la calle comendador de Mesías unas garrafas de aceite virgen. También unos jabones que curten la piel. Le pondremos al Cristo unas gotas para aliviar su espera. Esta vez la tardanza no le desmejorará. En breve volveremos con los primos. Mañana regresamos a Madrid, al barrio de Santa Eugenia. Allí te asomas a la terraza y todo lo ves. El tañer de las campanas se escucha a lo lejos.

Domingo 29 de agosto de 2021. Nos asomamos a la ventana y vemos el reflejo temprano del sol. Se apoya en la torre del Salvador. Avanza como llano de santa María. En un flanco los cipreses y agachado, protegido, un olivo. Un gato busca su almuerzo, las palomas revolotean asustadas en la plaza. Desayunamos animados por un maestro a la guitarra. Huele a tostadas y a pimentón. Que no falte la botellita de aceite. Le quito el precinto mientras nos miramos a los ojos. Sonreímos y degustamos los manjares de los ángeles celestiales. Nos llama Agustín. Han recogido del taller nuestro coche y lo ha aparcado en el garaje donde nos esperan. Guardamos el equipaje en el maletero y, mascarilla en boca, nos despedimos de él y de Nicolás. Cruzamos la Luna y el Sol y continuamos por la calle Ancha y, como no podía ser de otra forma, la Fuente de las Risas. Antes de llegar a la calle Jódar, giramos a la izquierda. Y ea! ya llegamos a la Aceitera. Nos acercamos a la puerta principal donde pone en grande:
“Olea Europaea – Estamos Al Otro Lado”. Bajamos cuatro escalones y bordeamos el perímetro hasta toparnos con una fuente con forma de aceituna, en la que pone: pulse, pero antes coja un envase. Apretamos y sale un líquido dorado que catamos. El sabor nos ilumina. Nos abrazamos y damos unos giros a modo de baile. Consumamos con un beso mientras en nuestras pupilas nos reflejamos. Ana acaricia su pin. Al momento nos encontramos en un campo de olivos. Está alumbrado por el oeste con un eterno atardecer. Por el este por un perpetuo amanecer. En su intersección arbitra una generosa luna llena. En el aire, sin sujeción alguna se lee:

Agosto de 2111 – La Fiesta Eterna del Olivo.
Debajo y centrado en el camino, he ahí un majestuoso aceituno, por el que sobrevuelan colibríes de vivos colores. A continuación, y siguiendo el camino en cuesta, se vislumbran mesas con bancada para doce personas en hilera infinita. Acompañan acordes de guitarra y de bajo musical, los cliqueos de las copas burbujeantes. La celebración es plena. Se degustan los mejores manjares con aceite de oliva. Ana reconoce a su madre y a su padre. Les abrazamos. Les besamos. – Aquí es donde venimos cuando dormimos. Es nuestro lugar de cita. Mirad a vuestro alrededor. Es la familia al completo. Este elixir, el aceite de oliva, es el que nos transporta a este paraje mientras dormitamos o simplemente meditamos. Fijaros bien. Aquí están vuestros hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y demás ascendientes y descendientes posibles. Es decir, los que han vivido y vivirán en este mar de olivos de Jaén, declarado ya en el pasado, exactamente en el año 2023, Patrimonio de la Humanidad. Tomad estas copas y brindad con todos: por la familia, por el aceite de oliva. Aquí no existe el dolor ni el miedo. Simplemente la Felicidad.

 

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