
83. En el origen
El comienzo
Un grupo de despreocupados niños corretean por los extensos campos de olivos, jugando a atraparse los unos a los otros. Para ellos esa finca es su hogar, las sombras bajo los árboles les ofrece a veces un lugar donde ocultarse y muchas otras la protección para evitar el sol. Cada uno de ellos corresponde a la misma gran familia que le pertenece esa tierra desde hace tres generaciones. La primera, esa persona mayor que camina en el olivar, feliz y dichosa por ver lo que, en su día fue una idea espantosa para sus padres, le ha dado la oportunidad para vivir una maravillosa vida, aprendiendo a base de prueba, error y acierto lo que necesitaba para crecer. Pese a su esfuerzo, no puede evitar agradecer en parte a los vecinos que le aportan consejos y ayuda en sus horas más bajas. Nunca olvida el sacrificio y sudor a la edad de veinte años y yendo en contra de las opiniones de otros que creían saber qué necesitaba ella.
—Vengan, niños, les contaré una historia —llama a los traviesos que llenan de luz y color cada rincón de su hogar.
Un día más pasó entre historias, comidas y bienestar hasta que la anciana se despidió de esa maravillosa guarida para que la disfruten y la cuiden sus hijos y nietos. Y de esta manera, pasaron los años y para recordar el nacimiento de este gran lugar, famosos por sus numerosos productos creados con ricos frutos, se reúne la familia, algunos socios y amigos. Esos nietos ya más mayores, recuerdan con añoranza su adorable, fuerte y decidida abuela que les pedía ser fieles a sus deseos. Sin embargo, esos siete pasan sus horas absortos en la tecnología, ajenos al discurso que da la más mayor de la familia y que atrae la atención de los más próximo a su edad y no de los más lejanos. Al menos hasta que uno escucha la risa de su padre y se interesa por las siguientes palabras que salen de su boca como una broma.
—Recuerdo cuando nos engañaba diciendo que había un tesoro oculto en la finca —comenta uno de los otros adultos a su hermano sentado a su lado con una expresión en la que se diferencia la felicidad y tristeza, pese a estar mezcladas.
—Dijo que nos traería mucha felicidad —añade el siguiente, pero es la pequeña de los hijos lo que activa la emoción por el juego del quinceañero.
—Su pista era: «Encontraréis mi orgullo en el origen.» —repite la mujer, utilizando el tono de su fallecida madre con una sonrisa llena de melancolía.
La emoción empuja al chico a apuntar la pista en su móvil y pasar el resto del discurso pensando en dónde escondería su abuela un tesoro, además del valor del mismo. Por eso al finalizar, le comenta lo que ha descubierto a sus primos, quienes no reciben esa información con mucha alegría. Así pues se anima a ir solo a esa aventura que le llena de adrenalina porque sus horas invertidas en juegos le deben proporcionar una ventaja y tasa de éxito superior. Va hacia su padre y le promete encontrarlo con un ímpetu que produce la risa del mayor, quien solo remueve su cabello antes de desearle suerte. Él fue uno de los que más se esforzó de niño por hallar la brillante equis en un mapa que no existía. Su fracaso fue tan contundente que provocó sus lágrimas con la edad de diez años, y su madre le consoló hasta que se durmió. No le dijo el lugar porque no tendría el efecto que esperaba si se lo entregaba en mano.
Los primos más independientes, apenas le prestan atención mientras él explica cada detalle que conocía que no era mucho. Sin embargo, los adultos escuchan todo lo dicho y no pronunciado por los chicos, así que se lanzan miradas llenas de significado. Es una oportunidad para reunir a los niños como antes, el tiempo que han pasado separados por vivir en distintas ciudades y países, le han tenido distanciados. De modo que se acercan para efectuar el plan y tenerlos entretenidos entre tanto ellos conversan con clientes y viejos amigos. Estos ignoran que se verán obligados a corretear por la finca como cuando eran enanos que solo querían divertirse. Por eso el más emocionado de ellos, Álvaro, se percata de las expresiones de sus padres porque es la misma que ponen cuando anhelan convencerlo para que haga la tarea.
—Iréis todos juntos —ordena uno de los adultos a los adolescentes—. Como alguno se pierda o se haga daño por ir jugueteando solo por ahí, será castigado sin móvil, ordenadores, ni consolas —advierte, autoritaria antes de reunirse con los otros adultos para disfrutar de productos brindados por los olivos.
—Ya habéis escuchado —dice Álvaro, orgulloso de que sus primos sean obligados a acompañarlo en esta misión. Por eso no puede brillar más de la emoción su tez pálida y cabellos negros.
Forzados, persiguen al moreno al que le resplandece sus ojos azules por la exaltación hasta fuera del enorme edificio que funciona como oficina para enfrentar las filas de olivos que pronto se recogerán. Han olvidado alguna de las enseñanzas de su abuela, no obstante, conservan lo importante; que disfrutaban de ese momento a su lado. Álvaro, Ismael, Raquel, Iris, Leo y Salvador son esos primos con sentimientos dispares; a algunos les desagrada la idea de estar bajo el sol y otros les gusta la sensación, además del olor a hogar. Formando un círculo comentan la pista sin mucho éxito.
—Existe una aplicación para detectar metales —se emociona Ismael con sus ojos fijos en su móvil de pronto, con esos cabellos pelirrojos y revoltosos.
—¡Eres idiota! —insulta Raquel con tono borde—. Un teléfono no tiene la capacidad para hacer eso —explica, ojeando la extensa tierra de cultivo—. Vamos a terminar llenos de tierra y agotados para nada —lamenta en lo que se ha visto envuelta, pero sin remedio, recoge sus cabellos castaños para que no cubra sus ojos marrones.
—Al menos tú no vas a sufrir, llevas calzado adecuado —se queja Leo, ojeando sus zapatos de plataforma porque combinaban con su ropa que favorece el tono de su piel cálida y sus cabellos dorados.
—Entonces primero busquemos en el almacén botas adecuadas —propone Iris, empujando a sus primos en el camino correcto, animada con una sonrisa que achica sus ojos rasgados, visibles gracias a su cabello negro atado en una alta cola.
Se adentran en ese pequeño almacén para los trabajadores, donde hallan lo necesario para una jornada de intenso trabajo: uniformes, herramientas, y protecciones. Así que trasteando por el lugar, bromean, se divierten y olvidan por unos minutos su misión.
—Me veo como un guapo vaquero —dice Salvador, divertido con un sombrero para protegerse del sol que oscurece aún más su piel del color del chocolate puro.
—¿Hay más? —se ilusiona Iris, corriendo hacia el cajón donde su primo lo ha extraído.
—Mirad —llama la atención Ismael, señalando un perchero donde reposa una chaqueta y un cinturón—. Es el de la abuela —indica Ismael, recordando como siempre lo llevaba encima, colgando herramientas y cosas útiles.
—Recuerdo esa bolsa vieja de cuero donde guardaba las semillas —añade un detalle Raquel, que siempre jugaba con ellas en sus manos.
—Lo encontraremos, abuela —promete Álvaro, cogiendo el chaleco de ella de color fosforito y dejando el cinturón en su lugar. Cuando se lo pone se siente feliz, como si recibiera su abrazo.
—¡Eso es! —irrumpe el momento de conexión Salvador—. Estará en el primer olivo que plantó —supone recordando la pista.
—Así es, ella se sentía muy orgullosa por haber ido contra su familia y comprar una pequeña parcela donde plantar sus olivos —apoya esa teoría Raquel, sintiendo que se anima el juego.
—Probemos, pero luego de que encuentre unas botas adecuadas —propone Leo, mirando cada par buscando el de su número o uno aproximado.
Preparados y listos, emprenden el largo camino hacia el primer olivo en el que su abuela colocó un cartel y le puso un nombre. Se llama «Orgullo». Más evidencias de que pueden estar en lo cierto. Pero también poseen sus dudas, porque si fuera tan sencillo sus padres lo hubieran encontrado hace años. Escarban alrededor sin conseguir nada, llenándose de tierra, perdiendo la esperanza y la emoción por el agotamiento. Sin embargo, persisten y deciden ir a otros lugares de la finca, rebuscando como sabuesos un hueso. Acaban pasando un buen día entre charlas, risas y, cómo no, entre comidas en los descansos que se toman. Sus padres cuando los ven se sienten dichosos de que se hayan unido tanto en unas horas. Por eso a la sombra de un olivo, regresan al tema importante.
—La abuela nos contó los lugares exactos donde comenzó cada cosa con sus historias —añade Leo, cansado de tanta caminata que su delgaducho cuerpo no soporta.
—Pues sí, hemos estado en el pozo, en el primer almacén; (en el que casi morimos por las viejas tablas y puntillas oxidadas) en la casa de la abuela y en el primer olivo —enumera Iris, frustrada porque empezó a creer en la posibilidad de encontrarlo.
—En el origen —repite Ismael con la boca llena, casi haciendo imposible entenderlo.
—Toda esta finca es un origen para ella —se encoge de hombro Iris, queriendo darse por vencida porque ya ha vaciado al completo su botella de agua fresca.
—Se nos escapa algo —dice Álvaro, mordiendo su labio sin apetito para comer, solo para dar con la solución al problema.
—¿Alguien recuerda por qué quiso comprar esta parcela? —pregunta Raquel, intentando hacer memoria.
—Sí —dice Leo, dejando a un lado su sándwich y sacudiendo las migas que se han pegado en su cara—. Fue cuando viajaba con su amiga por el país, se desorientaron y acabaron pérdidas en un campo de olivos. Los propietarios las encontraron a ambas, les dieron de comer y, como regalo, les entregaron semillas —relata con torpeza porque no recuerda con exactitud la historia dado que era muy pequeño, además de despistado.
—Las semillas —señala Salvador con el rostro iluminado, guardando su bocadillo para apresurarse al lugar.
—¿Qué dices? —inquiere Iris, confusa por el comportamiento de su primo.
—¿La bolsa? —interroga Raquel, señalando a su primo para que confirme lo que ha entendido y este asiente—. Recoged que hemos encontrado el tesoro —se incorpora la chica, divertida.
Los demás se ven arrastrados de nuevo hacia el almacén, pero permiten a Alvaro ser el primero en agarrar el cinturón por empujar a todos a esta aventura. Él deshace el nudo, regresando el cinturón a su lugar. Con la bolsa de cuero en la mano, se siente nervioso, emocionado y asustado. Puede que solo sea otra pista falsa y no haya nada. Los otros rodean al chico que, con dedos temblorosos, la abre e introduce su mano. Primero notando el tacto de las semillas rozando su piel y va directo al fondo, sintiendo otra cosa. La envuelve en su puño y lo extrae con delicadeza.
—Hay una nota —indica Álvaro, sacando el papel arrugado y sucio, es Ismael quien se lo arrebata y la abre con cuidado.
—Es su letra —identifica Ismael, recordando cómo etiquetaba todo con esa letra espantosa antes de entregarla a Raquel.
—Lee en voz alta —pide Iris, excitada.
—Espero que no la hayan encontrado por error, eso me defraudaría con mi descendencia —comienza Raquel, vacilante. Los nietos rompen a reír al recordar la actitud y tono que utilizaba su abuela y pasa la nota al siguiente para que continúe y leer un poco cada uno.
—Sino, es que eres mi orgullo. Quien me haya escuchado atento cada una de mis historias —la voz de Salvador suena segura.
—Mi viaje hacia mi sueño de crear vida en cada lugar donde pisara ha sido maravilloso —le toca a la nerviosa Iris que apenas ha conseguido no equivocarse.
—Cada día he estado introduciendo nuevas semillas en el saco, así que crecerán grandes y sanas —dice Ismael con expresión confusa.
—El terreno vacío detrás del almacén, ve hasta allí y planta la tuya. Y recuerda por siempre este momento, en el que contribuiste a que algo naciera en la nada —Leo sonríe por lo que le pide.
—Y esfuérzate por ser feliz cada día —finaliza Álvaro y se da cuenta que, aunque comenzó la búsqueda con la idea de un tesoro digno de piratas, ha hallado algo que le proporciona una felicidad mayor.
Juntos y equipados, caminan hacia el lugar indicado por su abuela, allí cada uno busca el lugar perfecto para plantar su semilla, entre conversación y risas excavan. Una vez hecho eso, cada uno agarra una semilla y la depositan en la tierra. Una vez tapada y regada, plantan un palo con un cartel, nombrando sus árboles para cuando crezcan, con la promesa de cuidar de él y venir más veces en el futuro. Se llaman; «Origen, sueño, fortaleza, felicidad, constancia y amor». El orgullo de la abuela al construir su hogar ha dado frutos tan buenos, tanto en sus olivos como en su familia.