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38. Dioses y olivos

Damián Patón Fernández

 

Cuando el multimillonario Cheroqui llegó al olivar, una suave brisa soplaba entre los olivos. La comitiva del nativo norteamericano, iba en calidad de “Oleoturistas”. A nadie se le escapaba, que su intención era conocer “la elaboración del olivo” y la tecnología que se aplicaba para su “depuración”. Tras la pandemia muchos “multimillonarios” extranjeros, pretendían “trasplantar”, el aceite de oliva español. Arthur-, tal como se hacía llamar el Cheroqui-, aculturalizado, empapado del numen de la primera potencia del mundo, electrizó con su mirada hipnótica al “Relaciones Públicas”, Salvador Tierra, como conocían al medio irlandés-catalán, Salva Terra. Salva le explicó con voz mesurada, el proceso y elaboración: poda, recogida, envío a la planificadora, prensado, reposo del aceite, etc.

-Como verán el aceite de oliva, sirve para todo. Puede fabricarse jabón de aceite, champú, galletas…tiene un sinfín de utilidades.

-Yo quiero convertir mis tierras en un gran Olivar, para la nación cheroqui- retumbó la voz sinuosa de Arthur, – somos los verdaderos norteamericanos, antes de que ustedes nos destruyeran. Nos llevaremos algo de los destructores de los indios norteamericanos, para la nación Cherokee. Quisieron matar nuestro ser. Con ustedes, comenzó el declive de la Tierra. El medio ambiente. Nos llevaremos el germen del mundo, de Occidente a la nación Cherokee.

Salva encaró la acusación, con una gran sonrisa profesional. Contuvo el ramalo de odio y pensó en la paloma de la paz y la rama de olivo.

-Les encantará nuestro aceite y…

-Yo decidiré si es así o no.

El Cheroqui, debía medir cerca de dos metros, ante la tibia estatura del Relaciones Públicas: absoluta estatura media. Salva, esquivó la prepotencia del cheroqui y la comitiva de “Oleoturistas”, americanos, con el salvavidas de la distancia profesional. La ira de Salva, comenzaba a nublarle el entendimiento. Rememoró su niñez, corriendo entre los olivos. Y la suave brisa que corría mansa entre los olivos, le calmó. Purificó. Escrudiñó el claro cielo, como si lo contemplara desde la cubierta de un velero. Aquella paz. Ahora respiraba un ambiente tóxico. En la tienda, degustaron con abyecta ansiedad el pan con aceite y jamón. La jefa de catadoras, la señora Eloísa, una abigarrada mujer de cincuenta años, de inefable carácter “agresivo”, abordó a Salva en silencio. Arthur se dedicó a escuchar en el inglés depurado de Salva, la tradición griega del aceite. La historia de los olivares se bifurcaba en el mapa geográfico del mundo, en la flor de todas las etnias y hacían suya la fuerza del aceite, de la oliva, de los aceituneros. Los Oleoturistas, solían ser personas imaginativas. Buscaban un prisma diferente. La historia del Olivar del Mundo, estaba allí. Impregnada de su esencia, en el paladar de los catadores, en los trabajadores de otras nacionalidades, en los propios nativos. Porque el Olivo, conectaba “con la fuerza, con la artesanía, con el esfuerzo de los trabajadores y la tecnología”, enlazaba el pasado, el presente y el futuro. La esencia vivida del aceite Virgen.

-Este aceite-dijo Doña Eloísa, escanciando la copa, – entra suave. Es riquísimo. Pruébelo Míster Arthur.

Doña Eloísa, aproximándose con mirada retadora a Salva, guarecido en un rincón, pensando en los turistas chinos que estaban por venir. Se puso la mascarilla, y desde su rincón, observaba a los comensales barbotear un inglés raro, de tierra adentro, mezclado con la lengua Cherokee.

-Bueno que, Salva-balbuceó bajo la mascarilla, -¿vas apoyar la causa de las catadoras?

Salva, tosió.

-No estoy para políticas.

-El machismo que impregna esta profesión, te sale por los poros.

– ¿El aceite es machista?

-Tal y como se elabora.

-Por el amor de Dios…

-No hagas demagogia, Salva.

-Tengo que atender a los chinos. Estos indios cheroqui se van hacer sus masajes y…

– Tú indiferencia te pasará factura.

-Yo creo en la libertad, no en las imposiciones. Aquí soy libre, lejos de los bloqueos y resentimientos de no sé qué injusticias, porque tengo pene. Adiós.

Se fue de puntillas, dejando balbucear imprecaciones en voz baja a la señora Eloísa. Los Oleoturistas chinos, marchaban en orden, imbuidos de arrogancia, tan altiva como la de los cheroquis. Los chinos, también anhelaban saber de los secretos del aceite de oliva. ¿Era posible copiar ese modelo en china? El intérprete pasó del castellano a la lengua oficial china. Y por fin, llegaron los turistas españoles. Un bálsamo para su ánimo alicaído. Cuando acabó la jornada estaba exhausto. Antes de ir a casa, tuvo que informar al señor Manuel al respecto de los avatares de la visita turística del multimillonario cheroqui y la comitiva china. Don Manuel-como quería que le tratarán-, era el Gran jefazo; un anciano de gran vitalidad, dueño de un carácter férreo. Le ordenó cerrar la puerta del despacho, para mayor privacidad, ofreciéndole a continuación un puro.

-Vamos joven, en mi despacho impongo mis propias normas-, dijo alisándose la calva, como si creyera que tenía una enorme mata de pelo-. ¿Cómo han ido con los indios norteamericanos y los chinos?

Le explicó todo lo sucedido.

-Ese chuloputas indígena, se cree que va a robarnos la fórmula del siglo. Que se vaya a su puta reserva y sus putos casinos, de los que viven sus tribus. ¿Y los chinos?

Le explicó que los asiáticos alardeaban de correcta arrogancia, pero taimados hasta lo indecible. Les gustaba mandar.

-Ah, si los dioses griegos nos vieran, cuando usaban el aceite como combustible para sus alumbrados. El aceite es nutritivo. Los griegos utilizaban el aceite como medicina. Dioses y Olivos. Dios es aceite virgen extra en estado divino.

-Y los árabes inventaron la horchata como medicamento y…

-Por Dios, muchacho hablo de los dioses griegos.

Abrió la ventana, contempló la dulce noche. Los olivos imantados por la luz de la Luna.

-Qué paz se respira aquí. Amansa el alma. Mata los malos espíritus. Ya veremos como negociamos con esa gente. Los chinos nos han tirado el guante. Ya veremos ¿Y los españoles?

-Geniales.

-Claro, son los nuestros. Sorpresas, no esperan sorpresas. En fin joven, a descansar. Mañana será otro día.

Cuando llegó a su apartamento, pasadas las doce de la noche, estaba tan agotado, que se fue directamente a la cama. La ansiedad aún palpitaba en su ser. A las cuatro y treinta de la madrugada el timbre del móvil, le arrancó de un sueño reparador.

-Maldita sea, por qué no lo puse en silencio. Hola. ¿Qué ocurre?

Era el recepcionista del Hotel.

-Algo terrible Don Salva. El señor Arthur ha muerto. Lo encontró uno de sus empleados…

– ¿Cómo? – preguntó alarmado.

-Ejem…le llevaba unas cuantas papelinas de cocaína. Parece que ha sido un infarto y…

-Voy para allá.

-Hemos avisado a la policía y…

-Voy para allá.

A las seis llegó extenuado. La policía cercaba la zona. Los restos del cheroqui, descansaban en la funeraria. Don Manuel le invitó a charlar en su despacho, mientras la policía interrogaba a los empleados del hotel.

-Es terrible-gimió Don Manuel, abatido-. Ese tipo se ha metido más rayas en su cuerpo, que rayas tiene una cebra. ¡Maldita sea! Iba a dar brío a nuestras acciones. ¡Ese imbécil!

– ¿Acciones?

-Sí. Compartiría la mitad del Olivar.

-Pero eso significa que… no sería nuestro.

-Muchacho soy demasiado viejo, para estas cosas. No tengo herederos. Tarde o temprano tendrían que pasar a otras manos.

-Pero esto es nuestro. Son nuestras raíces, nuestra seña de identidad. No son acciones como las de cualquier…

-Yo soy el dueño de este Olivar. El más importante de España. Venderé el olivar a los chinos.

– ¿Los chinos?

-Sí, todo el Olivar. Tengo una reunión con ellos a las doce. Si sale bien, quedará en manos de los asiáticos.

-Entonces no será el Olivar español y…

Don Manuel se encogió de hombros.

-Quieren crear un medicamento. El aceite de oliva es genial. Todo el aceite de este olivar, ira a manos de más de mil quinientos millones de chinos.

– ¿Y Europa, y nosotros y…?

-Eso ya no me pertenece. Sé que los chinos tienen intención de contratar a personal de su país. Antes aprenderán claro y luego, tomarán las riendas.

– Si toda nuestra labor, todas nuestras tradiciones, nuestra identidad cae en manos de esa gente, como de cualquier otra, perderemos nuestras señas de identidad. La gente del pueblo que trabaja aquí…

-Qué me importa a mí esa gente. Me embolsaré mis buenos millones. Me retiraré a una urbanización de lujo. Vosotros sois jóvenes. Tenéis toda la vida por delante-expresó con asco-. ¿Además a ti que te importa? ¿Tú quién eres? Me caes bien y nada más. Cada uno debe ir a lo suyo.

El viejo parecía Zeus encolerizado. Salva se retrajo.

-Lo perderemos todo…Nuestro ser, nuestra alma. Los olivos. El Olivar…Somos el Olivar y el Olivar, el aceite, es nuestra identidad. Forma parte de nuestra identidad.

-Bah. La única identidad en este mundo es el dinero. Te quieren por lo que tienes, no por tus talentos.

Hizo un gesto de desprecio absoluto el anciano.

-Romanticismo cursi. Absurdo. Márchate por favor. Ve a tu puesto de trabajo.

Durante el resto de la mañana, realizó su trabajo sin pasión. Los Oleoturistas: El Olivar. El aceite. La comitiva china invadió como un batallón de guerreros terracotas el olivar. Don Manuel, en compañía de un intérprete, les deleitó con sustanciosas explicaciones sobre las excelencias del Olivar. La historia del olivar, ribeteándolas de anécdotas que provocaron las sonrisas de los chinos. Salva, siguió a la comitiva, durante todo el trayecto. Los chinos, señalaban los árboles. Fueron a la prensadora, después visitaron a los catadores. Los catadores estaban despedidos, aunque no se los había comunicado el jefe. Los chinos reían. Don Manuel les acompañó para la gran cena. Salva finalizaba su jornada, cuando el director de recursos humanos, le llamó para hablar con él en el despacho.

-Salva siento comunicarte que estas despedido. Mañana pásate a primera hora para firmar el finiquito.

-Vete a la mierda.

Salió de las oficinas. Paseó lentamente por el Olivar en la noche serena. Una suave brisa soplaba entre los olivos. Sí. Dioses y Olivos.

 

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