
54. El pacto
Silbidos, risas, niños correteando, quebrando la quietud de la siesta provinciana, alegría propia de un mundo nuevo que abre sus puertas al misterio de la vida, energía positiva se desliza por el aire, pantalones cortos heredados de un hermano mayor los uniforma, por las calles corretean con zapatillas desgastadas tras su pelota de trapo alborotados, el tiempo de los juegos de la infancia los convoca en un terreno solitario; gordos, flacos, bajos y altos todos reunidos para jugar un partido.
Camino al baldío donde se reúnen, Panchito encuentra a Sebastián jugando con una pelota nueva, maravillado le dice ¡es una pelota de football profesional! Y es nueva, si me la regalaron por mi cumpleaños, ¡qué linda!, vení vamos a la canchita, allí están los changos, vamos a jugar un partido, Sebastián responde, no, no creo, nunca me dejan jugar, me quedo siempre mirando; no te hagas ningún problema yo te haré jugar, ya verás, vamos; juntos llegan a la canchita, Panchito les muestra la pelota nueva; todos lo rodean curiosos, eh qué linda, quién te la dio, vamos a jugar con esa, no, no, es de Sebastián, qué pena dicen a coro, sería lindo jugar con esa pelota nueva, la nuestra es pesada, solo si lo dejan entrar al equipo a jugar él nos prestará su pelota. Se miran entre sí, miran el football y debaten entre ellos, es muy lento dicen algunos, es por ser tan gordito opinan otros, al fin se deciden, está bien Panchito, pero lo llevas a tu equipo.
Los dos equipos armados comenzaron el juego, vos gordito serás mi arquero y ¿qué hago? Tienes que atajar la pelota que no entre al arco, ¿entendiste? Sí, feliz se acomoda al medio del arco, decidido a hacer un buen papel. La pelota comenzó a rodar entre empujones y gritos; transpiración y tierra corrían por sus cuerpos, era una batalla de honor para estos niños de pueblo.
Pateala bien, tirala al centro, no te la dejes quitar, gambeteala no seas lento, hacele una chilena, patadura patea bien ya la chingueaste de nuevo, Sebastián ataja un gol, todos lo aplauden, continúa el juego, vuelve a atajar un gol y su equipo baila de alegría. El otro equipo trata de avanzar. José les quita la pelota, la lleva hacia el arco contrario, deja atrás a sus contrincantes, patea con todas sus fuerzas y sus compañeros gritan gooool, gooool contentos. Mientras la tarde avanza, terminado el partido, felices, como amarillos pirpintos emprendieron el regreso.
Mañana a la misma hora en el baldío, gritaban todos y vos Sebastián no olvides traer tu pelota.
Sebastián llegó emocionado a su casa y contó que por fin formaba parte del equipo y que los chicos descubrieron que era un excelente arquero.
En casa de Panchito lo esperaba la familia, la mesa tendida con un blanco mantel y pan recién hecho, un humeante mate cocido perfumado con hojitas de cedrón, servido en un jarro de aluminio.
Antes de sentarse a la mesa, a lavarse bien las manos y esa cara transpirada.
Cuidado de no quemarte, está muy caliente el mate, aconsejaba.
El bollo en su boca se deshace, tiene el sabor del amor amasando por su madre.
Cuando termines tu mate, tengo el agua bien caliente para que vengas a bañarte, siempre vuelves sucio, pareces barro que camina.
Con el cuerpo ya limpio y bien peinado a la gomina, salían a la vereda a presumir a las niñas que jugaban a la rayuela, bajo la atenta mirada de sus madres que charlaban novedades vecinales.
Todos se conocían y respetaban como una gran familia.
Doña Josefa vivía en la esquina, tenía una pequeña huerta y un gallinero en el fondo de su casa, convidó a doña Clara unos huevos de gallina, recibiendo a cambio unas cuantas mandarinas.
La noche lentamente va cubriendo de sombras la calle, las voces se van apagando; es hora de cenar, cada uno colabora preparando la mesa, el mantel bien tendido, los cubiertos bien dispuestos, la jarra con agua, el pan, para deleitar un plato de sopa caliente preparado por su madre, el aire se llena de calor a hogar, compartiendo una tertulia amorosa, finaliza el día, luego cada uno se retira a sus cuartos a descansar.
Celia, la hermana mayor, frente a su espejo, cepilla su pelo delicadamente; tenía que hacerlo todas las noches para mantenerlo sano, suave y brillante, cumplía como un ritual su tratamiento de belleza, también ponía en su rostro una crema de belleza casera, preparada con sus propias manos; cortaba las hojas de aloe vera las mezclaba con miel de abejas, un poco de fécula de maíz y aceite de oliva, mezclaba todo y lo ponía en la heladera; todas las noches colocaba esa mezcla en su rostro y al día siguiente se sentía una reina de belleza con su rostro radiante. Sus amigas le pedían el secreto para lucir tan hermosa, ella negaba revelar la receta de su crema mágica.
A la mañana siguiente, doña Clara batió los huevos, obsequio de doña Josefa con azúcar, un poco de vino Oporto y ese cóctel lo bebieron en familia.
Apurado Panchito salió en su bicicleta a buscar a sus amigos. Era un sábado luminoso, uno a uno llegaron los chicos a la plaza con sus baleros y bolillas, se armó la competencia entre gastadas y risas, armaron varios grupos, unos jugaban a las bolillas, otros con sus figuritas, los más grandes competían por cuál balero era el más bonito; todos vivían felices horas de juego. Estos niños eran como hermanos unidos y muy solidarios, siempre estaban juntos compartiendo alegrías y tristezas.
Panchito sorprendido escuchó a sus amigos gritarle, mirá quién viene, a lo lejos distinguió una figura toda vestida de blanco, era su hermano mayor que regresaba de un viaje por el mundo, Panchito corrió hacia él; se colgó de su cuello y no dejaba de abrazarlo, sus amigos también fueron a su encuentro, era toda una novedad para ellos, todos lo rodearon y Panchito orgulloso les contaba, es mi hermano el marinero, viajó por el mundo en un barco grandísimo, todos lo miraban maravillados y tocaban su traje, cuando sea grande también quiero ser marinero decían algunos.
Después charlamos chicos les contestó Juan y les contaré mis aventuras, ahora quiero abrazar y besar a mi madre, le daré una sorpresa, no le avisé de mi regreso, junto a Panchito fueron al encuentro de doña Clara que al verlo se quedó inmóvil con una amplia sonrisa y lágrimas de emoción en sus ojos. Feliz la llenó de besos e interminables abrazos, la familia desbordaba de alegría.
Luego de acomodarse en su dormitorio, repartió regalos a todos, un bello vestido a su madre y un par de zapatos; a su hermana un fino pañuelo y una cartera; a su padre una botella de aceite de oliva, es de la tierra de nuestros abuelos, lo que emocionó a todos al recordar cómo emigraron y trajeron su cultura a nuestra patria.
Panchito esperaba ansioso su regalo. No podía disimular su curiosidad. Al fin le dieron su paquete, lo abrió al instante, era un pantalón largo, un auto de juguete y un libro con paisajes del mundo, abrazó a su hermano agradecido por tantos regalos, después de la cena escucharon atentos, sus aventuras. Con el corazón lleno de emoción todos se retiraron felices a sus cuartos a descansar.
El canto del gallo invitaba a levantarse y disfrutar una nueva jornada. Don José tomaba sus mates, en el patio los perros jugueteaban, el gato se trepaba al viejo olivar, mudo testigo de reuniones y charlas familiares. ¿Cuántos años tiene este olivo papá? Desde niño recuerdo su majestuosa presencia y en mis viajes siempre cuento a mis compañeros como disfrutamos el tiempo de cosecha. Es toda una bendición que engalana nuestro patio, nos da sus frutos, también nos regala su sombra, frescura en tiempos de calor y sobre todo reúne a toda la familia a su alrededor.
Se sentó en una vieja silla de mimbre y recordó tiempos juveniles, el rostro de María sonriéndole y sus grandes ojos mirándolo con amor, ella fue su primera novia. El viejo olivo fue testigo del primer beso que se dieron, de las interminables charlas bajo la luna. María tan tierna y dulce era imposible no amarla.
Recordó también esa infernal noche que se abrazó al tronco del olivo, tratando mitigar el intenso dolor que desgarraba su corazón sangrante ante ese accidente fatal que se la llevó para siempre de la vida.
Todas las noches abrazaba el olivo, eso le brindaba paz a su alma y al mirar sus verdes ramas bañadas por la luz de la luna, veía la silueta de su amada como flotando en el aire; ¿era realmente su alma que flotaba entre las hojas? Quizás era su mente atormentada que dibujaba su sonrisa en el aire, o el tiempo que mágicamente retrocedía para juntar su amor entrelazando los tiempos.
No fue fácil dejarla partir, por eso decidió navegar los mares buscando consuelo.
En el patio quedó su voz, su risa y su perfume.
La voz de doña Clara lo sacó de sus pensamientos, ven hijito, te preparé una rica pasta de aceitunas y unas tostaditas untadas con ajo y pinceladas con aceite de oliva, solías deleitarte con esta picadita, ¿recuerdas?
Sí mamá cómo olvidarlo, eres tan tierna y gentil, gracias por mimarme tanto; extrañaba estar contigo.
Las campanas de la iglesia del barrio convoca a los vecinos a misa, los niños después de la catequesis se juntan a jugar, Panchito orgulloso llevó su auto nuevo, jugaron hasta el cansancio, sus risas y alegría contagiosa despertaban de la siesta a los vecinos.
Marcos y Federico intercambian figuritas de jugadores famosos, te doy todas las que tengo por esa difícil de conseguir, solo me falta esa para completar mi álbum.
Reunidos en la canchita, comenzaron a jugar, el partido se puso difícil, comenzaba a ganarles el cansancio, un calor sofocante volvía sus cuerpos más pesados y lentos, pero estaban dispuestos a ganar.
La pelota en un tiro mal dado cayó al patio de doña Petrona, cosa que ocurría habitualmente, tocaron las manos y el timbre, doña Petrona demoró en salir y como siempre les devolvió la pelota, recomendándoles, chicos traten de no tirarla dentro de casa, sobre todo cuando vean el camión de mi esposo, él llega extenuado por sus largos viajes y necesita descansar, les pido por favor, cuando vean el camión no hagan tanto ruido. Todos contestaron a coro, siii doñita y volvieron a jugar, ellos sabían que don Severo era un hombre trabajador, pero muy recto; lo veían muy poco porque viajaba mucho por su trabajo. Viajaba en su camión por todo el país transportando una carga de aceite de oliva que repartía a los mayoristas para su comercialización.
Los niños eran como una gran familia; compartían los juegos también las tareas escolares diarias, ayudaban a las madres haciendo mandados, a arreglar muebles, a cosechar frutas, a pintar paredes, en fin todo lo hacían con alegría y respeto.
Juancito era muy travieso e inquieto, jugador importante en el equipo, solía trepar a los árboles y techos de las casas, caminaba por las cornisas haciendo piruetas, un día perdió el equilibrio y cayó desde un árbol, se fracturó la pierna, lo trasladaron al hospital donde lo curaron y enyesaron. Preocupados por su salud, todos se turnaban para visitarlo en su casa, lo entretenían jugando al ajedrez, al ta te ti, damas, mercadito, leían libros. Pero Juancito extrañaba corretear tras la pelota y los chicos a su goleador, el equipo no era igual sin él; como recuerdo, plasmaron su firma en el yeso.
Una tarde Pedrito llegó feliz a reunirse con los chicos, trajo su nueva mascota, era un cachorrito, totalmente pila, sin un pelito en su cuerpo, solo unas mechas en su cabeza y en la cola que movía feliz al ver tantos niños que lo acariciaban sorprendidos, que raro es, nunca vi uno igual, es un perro pila explicó Pedrito. Me lo regaló mi tía. Ella dice que otras culturas lo consideran sagrado y que está en extinción, ya quedan pocos como él, siiii y mira su color es casi colorado. Por su color le puse de nombre caraguay. Es relindo y bueno, será la mascota del equipo, comenzaron a jugar y caraguay corría tras la pelota como un jugador más provocando risa a los niños.
La vida nos regala alegrías y tristezas, todo pasó muy rápido; nadie lo programó, solo sucedió y ahora todos los niños del barrio estaban castigados, ninguno podía salir a jugar, ni hacer tarea juntos, todos los padres estaban muy, pero muy enojados por lo sucedido y no era para menos. Las familias estaban endeudadas por culpa de la travesura de estos pequeños.
Reinaba el silencio en las calles, la canchita solitaria sin sus gritos y risas. Las niñas curiosas querían saber qué pasó, nadie quería hablar de ese tema.
Pasaron los días y la situación seguía tensa, las vacaciones se hacían interminables, los muchachos ansiaban regresar a la escuela para ver a sus amigos, pero el castigo seguía en pie, ningún papá cedía, los padres preguntaban y los niños callaban, tenían un pacto, ninguno diría nada.
Tanto preguntar Celia a su madre, ella le comentó que un domingo a la siesta, los niños jugaban como siempre en la canchita al lado de la casa de doña Petrona y que la pelota cayó dentro de su casa causando tanto ruido que despertó a don Severo quien dormía su siesta después de un largo viaje y se despertó muy enojado increpando a los chicos por tirar la pelota en su casa y despertarlo, como castigo no les devolvió la pelota y cerró la puerta enojadísimo; la pelota quedó en el techo y los niños podían verla, esperaron en la vereda sin lograr les devolvieran la pelota, a pesar de que pedían perdón a gritos, que no volvería a pasar. Pero era tal su enojo y mal humor que don Severo seguía firme en su negativa, la pelota no se devuelve para que aprendan, era muy grande la amargura de los chicos.
Volvieron la tarde siguiente, esperanzados, pero la situación seguía muy tensa, salió su esposa y les pidió paciencia, ya se calmará y les devolverá su pelota, esperaron, pero nada, fastidiado uno de ellos, nadie sabe cuál, o por lo menos ninguno quiere delatarlo abrió el grifo del camión y dejó salir el aceite de oliva que corría como un verde río por el cordón, algunos trataron de cerrarlo, estaba muy duro y quedó un fino chorro saliendo.
Asustados todos fueron corriendo a encerrarse a sus casas sabedores del enorme daño cometido.
Al salir más tarde don Severo, vio su mercadería correr por el cordón y quedó paralizado, cerró el grifo y comenzó a gritar enloquecido, mocosos endemoniados, más vale que no los encuentre, pobre de ustedes si caen en mis manos, al escuchar los gritos, salió doña Petrona, miró el aceite deslizarse calle abajo como una cruel pesadilla, abrazó a su esposo que temblaba de impotencia, que haremos ahora, pensaba angustiada.
Severo trepó al camión e introdujo en el tanque una herramienta especial y corroboró que había perdido casi la mitad de su carga.
Impotente y amargado, caminaba buscando una solución. Era mucho el dinero perdido.
Esa noche lo internaron por un problema cardíaco, doña Petrona no entendía por qué hicieron tanto daño.
Al enterarnos de lo sucedido, todos los padres los castigamos, ellos se niegan a delatar al culpable, en un pacto de silencio, dicen, fuimos todos.
Los padres nos reunimos y decidimos juntar dinero entre todos y durante dos años pagarle una cuota mensual a don Severo para de algún modo reparar el daño causado a su economía y a su salud.
Todo cambió, los chicos no volvieron a jugar en la cancha, ni en la placita, tampoco a juntarse a estudiar.
Ya no se escuchan sus alegres gritos de gol.
A pesar de pedir perdón a don Severo y a doña Petrona, nada volvió a ser igual.
Perdieron la unión, la alegría y esa bella amistad.
La pelota quedó en el techo de la casa de don Severo.
Desde lejos se la divisa como un recordatorio.