
09. Tierra de todos
Durante todos los años de su vida desde que apenas era un zagal, Leonardo plantó un árbol, arbusto o flor en el trozo de tierra que heredó de su tío Pancracio. La herencia incluía además una caja vieja cerrada y un libro de filosofía de 1874.
Cada árbol que plantó fue en recuerdo de alguna persona que hubiese “hecho florecer” algo importante en él, ya fuese por los valores que le transmitiese, por el aprendizaje que le confirió en una determinada etapa o por representar la ignominia a que le hubiese sometido.
El primer árbol que plantó fue un níspero. Su tronco tortuoso, las ramas abiertas y espinosas y ese fruto carnoso envuelto en áspera piel, le pareció idóneo para encarnar a Adela, la casera que le acogió en su primer destino como maestro de escuela, en un pueblo minero, en el que impartía clases de matemáticas a catorce chiquillos todos varones. Una mujer casada que rondaba el medio siglo, pero usaba escotes de treintañera y cocinaba como las abuelas. Con ella erró al pensar que la fidelidad es algo que el marido ha de suponer con firmeza y las mujeres como Adela obviar para mantener la tersura de los nísperos y su rojizo color en las mejillas.
En el huerto se contaban en torno a unos cien olivos de considerable porte; verdiales, zorzaleños, manzanillos, gordales, hojiblancos y picuales… cada uno fueron compañeros de fatigas de los colegios por los que pasó durante cuarenta y muchos años de carrera.
Atribuyó así a aquellos hombres y mujeres las características que se jactaba de conferir a sus paisanos andaluces, inculcando a sus alumnos el ideal que Blas Infante enarbolase de” hombres de paz que, a los hombres, alma de hombres les dimos”. Y no había árbol que representase más a todos ellos, con sus diferencias y similitudes, que el generoso olivo. El sufrido olivo. Hasta varios acebuches asilvestrados encontraron su sitio donde prolongarse, que también las lechuzas y los mochuelos tenían derecho a buscar cobijo entre sus leñas.
Dos Sabinas de indescriptible porte, siempreverdes, perfumadas, de profundas raíces y acogedora sombra: “tabla de tu cuna, puerta de tu casa, mango de tu herramienta y bastón de tu vejez “como las describiese Tagore. Esposa e hija de Leonardo en el centro de la umbría, junto al caño de agua fresca.
Hiedras con renombres de vecinos y hortensias como sobrinas en flor daban color al vergel; naranjos y perales por los amigos que compartían postre de haberlo y también malas cosechas. Quejigos solitarios por aquellos que, pese a no perdurar en el tiempo, dejaron regusto a nobleza.
El padre de Leonardo fue una de esas personas con los pies siempre en el suelo y la firmeza del pedernal, encina robusta bajo cuya copa descansaban eternamente laureles de los hijos perdidos.
Al fondo del jardín, donde brincaban siemprevivas y amapolas, rodeada de rosas y almibaradas gardenias, cerca de los jazmines que adornaban el delantal de su abuela, se erigía, lejos de zarzas y pitas, de cactus y cardos que la afrentaron en vida, en el lugar donde no faltaba el sol ni arreciaba el viento y donde las aves preferían anidar, femenino y envolvente, elegante y robusto, leyenda de emperadores y la bella entre las bellas, flor del magnolio ,con aroma de madre donde Leonardo eternamente se enraizó.
Viendo cercana su muerte, tal cuál su tío hiciera un día con él, Leonardo tomó entre sus manos la vieja caja cerrada, el libro de filosofía y las escrituras de la pequeña finca y embutiéndose en su mejor terno se dirigió al notario para testamentar mientras conservara la lucidez.
Quiso el buen maestro que no dejasen de florecer las tramas de sus amados olivos, que al arder de sus chamizas siguieran tostando el pan las «faldeadoras», cuando asomase noviembre, y que algún pimpollo quedase sin podar como cada año, para no molestar al cenizoso que solía usarlo de atalaya.
La caja ya no está cerrada, y la cancela no se abre con la llave que se guardaba dentro. Ahora se pasa una tarjeta por un lector en la entrada y en cada colegio hay una de esas llaves modernas.
También se han construido varias naves anexas al viejo cuarto de aperos. Hay un gran salón comedor, con muchas ventanas a ambos lados, nada de aires acondicionados. Varios aseos y una enorme cocina con una espléndida chimenea. Luego están los cuartos de aperos actuales y una amplísima sala de proyecciones.
También hay una pequeña almazara y un humilde pero completo laboratorio, justo al lado de la almona.
Todos los colegios andaluces que desean participar del programa pueden hacerlo, previa inscripción en el calendario de tareas. Así nadie se queda fuera, y cada año se puede rotar.
Los alumnos van acompañados de los profesores que lo deseen y realizan las tareas propias de cada mes, comenzando por la poda los meses de enero y febrero.
En marzo, cuando está cuajando el racimo suelen ir los cursos mayores, acompañados de algún profesor que tenga capacidad para manipular productos fitosanitarios. Hay que tratar a los olivos para evitar el Prays y también es buen momento para añadir nitrógeno, fósforo y potasio a la tierra.
En abril y mayo se recomienda que los niños que sean alérgicos al esquimo del olivo no participen de las tareas del olivar, ya que está en plena floración, para ellos es más conveniente realizar tareas de reciclado del aceite en la almona, elaborando jabones naturales, o participar con los abuelos agricultores en las tareas de aprendizaje del uso de las herramientas, la tala, los injertos…
En junio y julio hay que seguir combatiendo plagas, tener mucho cuidado con la mosca pues ya la aceituna está cuajada y también hay que desvaretar.
Llega septiembre. Ya la aceituna de mesa, la preciosa manzanilla, está en su punto, hacia la primera semana. Ya todo son nervios para calcular los días de verdeo. Cualquier retraso puede ser fatal si empieza a morar, pues entonces hay que dejarla para molino, y se devalúa su precio.
El veranillo de San Miguel transcurre y la aceituna coge su peso máximo entre octubre y noviembre. Los chicos del laboratorio han respirado tranquilos. El cobre ha cumplido su misión y han combatido bien el repilo.
Los viejos maestros intercambian pareceres e historias de verdeos pasados entre ellos. Unos hablan de “macacos “, de “ordeñar el olivo”, de no rozar la aceituna apenas al cogerla a mano para no dañar el fruto destinado a la mesa, manzanilla, zorzaleña, verdiales y gordales del occidente de Andalucía. Otros hablan del arte de varear, de las mantas, de la acidez perfecta, del coupage, o empetrel, de cuarterones o de fanegas, de su sempiterna Jaén y bordada de centenarios olivos…
Las madres organizan el día de Andalucía, y preparan el desayuno con pan tostado, aceite y azúcar, aprovechando para la chimenea la leña apilada de olivo.
Hay jornadas en Semana Santa para elaborar dulces típicos cuyo ingrediente indispensable es el aceite de oliva.
Visitan el centro alumnos de la escuela de hostelería que reciben extraordinarias masterclass sobre las propiedades organolépticas y el flavor del AOVE (Aceite de Oliva Virgen Extra) y en las convivencias con las abuelas se rayan aceitunas, se machacan y se aliñan otras o se explica como saber el punto de salmuera usando un huevo fresco para medir con exactitud providencial.
Del olivar de Leonardo salen sedosas maderas lijadas convertidas luego en el taller en magníficas tablas de cortar. Los alumnos de pintura se reparten entre los liños, buscando acomodar sus caballetes entre terrones para descifrar los colores del atardecer entre la marea de hojas, y los de fotografía persiguen zorzales y perdices entre las ramas procurando no enredarse con las gomas de los goteros. En clase de ética se debate sobre aranceles y justiprecios y cada año es más sorprendente y edificante observar el auge y la calidad de los textos que llegan al certamen literario “Torcales de mi acebuchal”.
Es una lástima que la pandemia haya impedido el intercambio de alumnos con Italia e Inglaterra. Es un proyecto ambicioso que pretende poner en valor el saber milenario que subyace tras la cultura mediterránea en torno al olivar, al mismo tiempo que se expande y globaliza conquistando cotas de mercados exteriores gracias a la implementación de nuevas tecnologías compatibles siempre con una forma de agricultura ecológica y sostenible.
Es una lástima también, que todo lo mencionado no sea más que fruto de la imaginación de alguien que sueña con cabriolas de letras , que cada septiembre cuando llega el verdeo, entre cuadrillas de hombres y bajo un sol de justicia, recolectando como uno más, imagina ser la mismísima Pardo Bazán enarbolando su justiciera bandera feminista, o tal vez una Juana de arco sin caballo y sin arcángeles, derrumbando a cañonazos cada casa de apuestas, pudrideros del ser y de su otredad, pues sólo albergan espectros invisibles , sombras sin rumbos , y escribiría pasquines sin descanso , llamaría a cada puerta necesaria hasta hacer que El Olivar de Leonardo fuese una certera realidad , una verdadera apuesta a caballo ganador para los jóvenes andaluces, alejada de mercaderes trileros que tienen en vilo su porvenir como si de una ruleta rusa se tratase.