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07. El despertar de Beatriz

Mary Cruz

 

El tan anhelado lanzamiento de su obra la mantuvo los tres últimos meses totalmente concentrada en los detalles, era incapaz de improvisar o dejar al azar su gran momento, su más precioso tesoro, no en vano le había costado un millón de lágrimas, desvelos, preocupaciones y desilusiones, ya era hora de brillar con luz propia, de recoger el fruto de lo sembrado, de mostrar de qué estaba hecha, de dejar en evidencia su propósito de cerrar capítulos sombríos de su vida, para dar paso a su propia película, un filme lleno de escenas cautivadoras en las cuales se exhortaba la vida de una mujer como cualquier otra, hecha del mismo material que las demás, pero colmada de inquietudes y a la vez de respuestas que ella misma había revelado.

No podía disimular su felicidad, el encontrarse rodeada de todos sus seres queridos, la colmaba de una inmensa alegría, el alborozo le brotaba por los poros, todas aquellas personas que habrían sido testigos de su proceso evolutivo, de su metamorfosis, de su transformación, todos los que confiaron en ella y le sostuvieron sus cimientos, le acompañaban en éste, uno de los mejores días de su vida.

En primera fila estaban sus dos amigas del alma, esas mosqueteras que sufrieron en carne propia toda gran cantidad de humillaciones, atropellos, irrespetos y cuanta arbitrariedad se puedan imaginar. Se hicieron una en ese mar de abuso permanente, se movían entre la necesidad de trajinar y la exigencia de hacer valer sus derechos; sus preciosos hijos, quién más que ellos, vieron paso a paso como esta mujer logró superar todas sus expectativas y conquistó la cima aplicando pequeños cambios estructurales a todo nivel, al final notó que su proceso no era substancial, más bien se dedicó por un tiempo a remodelar su sistema de valores, su autoestima y hasta su coraje.

En aquella fábrica, cada una de las botellas que estas tres leales compinches habrían producido, estaban cargadas de emoción, pasión y entusiasmo, pero también de melancolía, desasosiego y desesperanza.

Se tenían la una a la otra, de no ser por esa fusión, esta historia sería diferente, tendría un tinte mucho más dramático y desdichado. Su amistad se mantenía desde hacía muchos años, de hecho, eran de las empleadas más antiguas de la fábrica, su lealtad, solidaridad, incondicionalidad y sinceridad las hacían especiales, no había absolutamente nada que se escapara de su radar, en lo que a ellas tres concernía, habían creado una capa impenetrable.

Esa mañana el Señor Espinoza llegó como de costumbre, mal humorado, irascible, con interés de desfogar todos sus complejos en cualquier ser humano que se cruzara por su camino. Desde el año 1990, Don Gerardo, el dueño de la fábrica de aceite de oliva Esencia Real, dispuso como política contratar solamente personal femenino ya que consideraba que el toque dado a su producto le imprimía delicadeza, calidez y armonía. Le había funcionado a tal punto que su aceite destacaba entre los más vendidos del mundo y él consideraba que entre otros factores, se debía a esta particularidad, se hizo también famoso por su espíritu altruista.

Al retirarse Don Gerardo, la fábrica quedó en manos de su hijastro Matías Espinoza, un hombre frío, distante, colérico, segregacionista, consideraba que la mujer debía quedarse en casa al servicio del hombre y de los hijos, dedicada sólo a los quehaceres del hogar, que era incapaz de producir o aportar al mantenimiento de la fábrica, quería acabar con esta política, sin embargo, tenía claro que hasta tanto Don Gerardo no estuviera tres metros bajo tierra, tendría que continuar soportando la desagradable presencia de no menos de ciento veinte operarias, a quienes ultrajaba a diario y cuantas veces se le antojaba.

Aquella mañana, Beatriz se levantó muy temprano, debía luchar contra las cobijas, pero sabía que debía dejar todo muy bien organizado para su día a día, que incluía seis almuerzos, cuatro loncheras y dos refrigerios; llevaba por lo menos siete años en este trajín, la primera en levantarse y la última en acostarse.

Humberto trabajaba como vigilante de un banco y al parecer desde hacía varios meses estaba ocupando su tiempo libre en actividades que muy seguramente incluían aventuras, amoríos con otras mujeres, consumo de alcohol y otras sustancias. La noche anterior llegó a casa a altas horas de la noche, Beatriz lo abordó y le hizo saber que tenía sospecha de sus andanzas, ante lo cual reaccionó de manera violenta, sin importarle que frente a ellos estuvieran los niños.

Beatriz no pudo ocultar su decepción, Amelia y Lucía la interrogaron hasta el cansancio, aunque entre ellas no había secretos, Beatriz hacía mucho tiempo evitaba comentar pesares a sus más que amigas, sus confidentes, terapeutas informales, y sanadoras del alma; no las quería involucrar sólo con el ánimo de no contagiarlas de su mala vibra, hacía como si nada estuviera pasando, se hizo experta en el arte de disimular y ocultar sentimientos, le daba pánico que se enteraran que estas escenas se venían repitiendo desde hacía varios años. Sus compañeras no comprendían por qué una mujer como Beatriz podía soportar ese maltrato y sumado a éste el que recibía de parte del Señor Espinoza.

Beatriz con mucho esfuerzo logró graduarse de la secundaria, siempre se destacó por ser una estudiante acuciosa e inquieta, preocupada por su desempeño y por ayudar a sus compañeros menos aventajados, era líder y sobresalía por la riqueza de su léxico y gran conocimiento de los temas en general, habilidad que se la atribuía a su interés por la lectura. Conoció a Humberto en el último grado y a un mes de la graduación se enteró que estaba en embarazo.

Su vida a partir de este acontecimiento no fue menos fácil, siempre estuvo pendiente de superarse y sobrellevar de la mejor manera todas las vicisitudes, un hijo no le sugería ser un impedimento para lograr sus propósitos, pero sí se notaba que esta relación la opacaba y no la dejaba avanzar, parecía tener un ancla que la ataba a una vida falta de propósito, totalmente monótona y sin resplandor.

Ensimismada en sus propios pensamientos, Beatriz llegó al vestidor, se colocó su ropa de trabajo y emprendió camino hacía su sección de hace ocho años, molienda y batido; estaba terminando de estructurar su plan para dejar definitivamente su vida de casada, pensando en el bienestar de sus cuatro hijos y el suyo propio, definitivamente era la mejor decisión y prefería asumir los riesgos y consecuencias. Vio venir al Señor Espinoza con cara de malos amigos pero no le sorprendió, ya estaba acostumbrada, miró con el rabillo del ojo y notó que el pozuelo de la máquina estaba rebasado, este tanque no era de gran capacidad como los que estaban ubicados en la sección donde trabajaba Lucía, sin embargo allí se alcanzaban a depositar hasta cien litros del producto; jamás le había sucedido algo así, pero podía anticipar que esta falta le ocasionaría el despido, aún más conociendo los antecedentes y el actuar del Señor Espinoza.

Activó la parada de emergencia pero ya el daño estaba hecho, algunos de esos litros de aceite ya corrían por el pasillo; estaba de medio lado evitando untarse los pies, cuando sintió la mano del Señor Espinoza que la estrujaba con fuerza, todo estaba sucediendo como en cámara lenta, o así lo veía Beatriz y las demás compañeras de la sección, ella al reaccionar con un manoteo lo empujó cayendo sentado en el pozuelo empapándose de aceite desde la cabeza hasta sus rechonchos pies, parecía un montón de kilos de tocino preparado para freírse, todas se lo imaginaron dorado y crujiente. Beatriz de los nervios salió corriendo, tomó su bolso y se marchó de la fábrica para nunca más volver, ese fue su último día de trabajo en la Esencia Real, todos esos años de lealtad a Don Gerardo se esfumaron tal como se desvanecía el aroma de aquel elixir que ella acariciaba cada vez que se ponía al frente de su máquina extractora; caminó rápidamente sin mirar atrás, sin embargo, algunas de sus compañeras la escoltaron hasta la puerta demostrando su afecto y beneplácito por su hazaña, faltó que le pidieran autógrafos y saliera en hombros, todas veían reflejado en este acontecimiento, su feliz manera de vengarse de este temerario personaje. Sus dos amigas no salían del asombro, para ellas esto era una catástrofe, una hecatombe pues sabían por lo que estaba pasando Beatriz y esto le sumaría un pesar más a su lista de contrariedades, vaya lío.

No todo podía estar peor, llegó a casa con la firme decisión de dar por terminada su relación pero Humberto como era habitual no se encontraba, así que tomó algunas cosas, a los niños y salió para donde sus padres, al otro día muy temprano ya se encontraba con un abogado adelantando todos los trámites del divorcio y de la custodia de sus pequeños, tenía suficientes razones para convencer al juez con sus argumentos, daba por terminada esta pesadilla, consciente que el universo estaba conspirando a su favor, no parecía que de estos hechos adversos se pudiera desprender el deseo inconmensurable de resurgir, de despertar del letargo en el que se encontraba, sin quererlo se vio envuelta en una vida que no le sumaba, por el contrario, minaba y mermaba su deseo de manifestarse ante el mundo.

Al principio le fue difícil continuar sola, el viento soplaba en contra, pero ni aun así logró dejarse vencer, sus pensamientos gestaban una obra maestra, una recopilación de su arte; deseaba brillar con luz propia, lograr el concepto perfecto de revolución interior. Tendría que experimentar, explorar, explotar y reivindicarse, pero jamás rendirse. Fue capaz de recapitular su vida, encontrar puntos vacíos, llenarlos con más deseos y sensaciones. Fue capaz de renacer y deshacer desilusiones, frustraciones, amarguras, irrespetos y humillaciones. Creyó sucumbir, pero cuando menos lo esperaban, se asomó con valentía porque todo lo que le estaba ocurriendo no era más que su mejor impulso para determinar su transformación, irónicamente lo que sustentaba sus mayores temores hoy se convertía en su mejor escudo.

Sus amigas, así fuera a la distancia, lograban impulsarla y mantenerla motivada, así por momentos la invadieran las dudas; en ocasiones no se hallaba, no encontraba el punto exacto para lograr la plenitud, aunque era consciente que todos en algún momento de la vida podrían estar en igualdad de condiciones. Cada episodio contaba con partes iguales de rutina y novedad, sabía que era una tarea única y exclusivamente de su incumbencia, al fin y al cabo, estaba contando su propia historia; no estaba de más recibir de parte de alguien, una cuota o píldora para purificar su existencia y ese fortificante lo aportaban Amelia y Lucía, quienes jamás la abandonaron, por el contrario, fueron parte activa de su despertar.

Ellas fueron quienes le pusieron sobre la mesa la opción de crear su propia historia, escribir unas líneas que llenaran de esperanza a todas aquellas mujeres que en cualquier rincón del mundo viven una experiencia similar y muy seguramente más compleja.

Su recompensa estaba servida, valió la pena tanto esfuerzo, tanto tesón y empeño; en su proceso no tuvo más que enfocarse y esperar con paciencia y fe el resultado, sin dejar de lado que tendría que atravesar pantanos y escalar montañas que al principio parecían inalcanzables. Tendría que llegar el momento, se preparó para ello, no concebía la idea de fracasar pues ya había invertido bastante tiempo y energía en su proceso de recomposición, comenzó a escribir y notó rápidamente que le surgían fácilmente las ideas, ya no podía parar, iba impulsada por un sueño que pronto se haría realidad.

Ganó el deseo de superarse, de mostrar su valentía, de no desfallecer, de luchar por un sueño y conseguirlo a pesar del mal pronóstico. Admirable y loable lo que un ser tocado por la fibra de la motivación alcanza y demuestra con hechos, no se limitó sólo a promesas, a planes escritos en letra muerta, a lágrimas y sollozos, su fuerza interior era al principio débil y se tornaba pesada, pero al final se convirtió en un gran amparo.

Pasaron muchos días con sus noches, de momento sentía decaer, pero de repente se recargaba, olvidaba todo a su alrededor y se concentraba en sí, era consciente que, así como cada quien decide si edificar o derrumbar propósitos, ella había elegido la ruta de la victoria. De momento quienes en su afán por protagonizar su filme no le permitieron resolver sus propios enigmas, serían con sus perversos planes, quienes tocarían su carácter y estimularían su mente, como el chapuzón en aceite que por su cuenta se dio el Señor Espinoza y las constantes humillaciones de un Humberto a quien creyó perfecto al principio de la relación, mostró una faceta de la cual rápidamente se despojó, de ahí que su sentido de gratitud hacía ellos se convirtiera en su mayor arma para transformar la energía negativa que recibió durante todos estos años, fue parte de su fertilizante para el espíritu, era algo muy parecido al efecto maravilloso que produce el aceite de oliva en cualquier preparación y ella sí que sabía de eso.

Le resultaba incómodo pensar que en todo lo acontecido hasta el momento tuviese cabida un episodio más de incertidumbre y desasosiego, estaba en búsqueda permanente de estabilidad. Sus intentos se enfocaban en mantenerse en pie, demostrarle al mundo sus capacidades y aciertos, fueron días de no desfallecer, de pensar en positivo y en grande, de brillar con optimismo.

Sus hijos hicieron su parte, le mostraron que podían funcionar como equipo y le brindó cada uno una cuota de bondad, amor sincero y lealtad, ese día el brillo de sus ojos y esas radiantes sonrisas los delataban, no les cabía más orgullo en el pecho, quien estaba detrás de todo esto era ante todo una mujer simple, sencilla, una madre y amiga hecha de un material resistente a todo, inteligente, comprensiva, analítica, generosa y con una impresionante resiliencia.

El discurso de apertura al evento tuvo grandes presentaciones, agradecimientos, frases emotivas, recuerdos y hasta risas, no faltó ninguna persona que Beatriz no reconociera como parte de su gran aventura. Este logro era compartido, todos a su manera permitieron que ella encendiera las alarmas y diera un paso importante hacía su verdadera identidad, la de una mujer que venció todos su temores y monstruos internos para dar cabida a la aguerrida y luchadora. ¿Por qué tuvo tanto éxito su historia? Porque estaba hecha a pulso, con el sudor de la frente de una mujer que se demostró y le demostró al mundo que no deben existir barreras mentales, que cualquier mala influencia debe ser aislada y luego erradicada del entorno de todo ser pensante, que no se debe soportar para vivir ni vivir para sujetar cargas ajenas.

Allí estaba, radiante, rozagante y dispuesta a llevar su causa a cada rincón del mundo, estaba preparada para afrontar cualquier reto, no le daba temor surgir ni la crítica, su propio juicio era lo que valía, su visión del contexto y de sus propósitos le guiaban hacía el universo que ella misma había construido y en el cual sólo había cabida para el éxito, alimentaba sus pensamientos, unos se quedaban, otros se extinguían, compuestos de elementos poco convencionales pero rondando y maquinando en su mente, sin cesar.

Seres como ella no entienden de límites, no conocen de fracasos, así la vida no haya sido del todo rosa, tienen cómo responder a cualquier estímulo, su lema: “entre más obstáculos encuentres, mayor será la fuerza que tu mente desarrolle”. No se cansan de intentarlo, el creer que cuentan con todos los mecanismos para lograr el objetivo los hace superiores y confiados, ni el cansancio, ni las malas influencias podrán detener el ímpetu con que enfrentan cada prueba, su objetivo final lo conocen y están convencidos que el lograrlo será tan sólo el inicio de su mejor aventura, en eso se había convertido una mujer del común, de esas que encontramos por montón pero que las hace especiales el hecho de aprovechar su carta de posibilidades y encontrar en sus propias herramientas la manera de dar sentido a su proyecto de vida, depender de sus propios recursos le demostró que había llegado donde justo quería estar, a hoy con más experiencia y conciencia, con más razón y menos emoción, vuelta la rueda en medio del viento que la quiso desestabilizar, pero fue más grande su deseo por seguir en pie, fuerte y aunque desgastada, no hubo qué o quién la hiciera nuevamente tambalear.

 

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