MásQueCuentos

139. Nueva vida después de los cincuenta

E.D

 

Los cincuenta y la carga que eso conlleva, lo cansada que estás por todo lo que llevas a cuestas, toda una vida desperdiciada, destrozada, que pena. Y ahora tener que volver a empezar, porque tienes que volver a respirar, pararte, asimilar todo y ver como empiezas otra vez de nuevo y sigues hacia adelante sin apenas fuerzas.

Cuando era una niña te educaban para una tarea muy distinta a ésta; tu casa, tus hijos, tu marido, tu familia, etc. y la mujer ¿Dónde se queda? ¿Dónde queda ella cuando todo eso fracasa a los 50? Tiempo en el que no te has preocupado de ti y simplemente subsistías entre tarea y tarea.

¿Qué ha quedado de tus sueños? Todo eso que anhelabas en ese momento, los sueños se quedaron apartados a un lado, por una simple pareja que con el pasar de los años te demuestra que no fue una buena idea, te decepciona en la mayoría de las cosas y no ha merecido la pena. Unos hijos que ya son grandes y tienen su propia vida. Y ahora que te paras y haces balance ¿Qué rumbo tomas? ¿Por dónde empiezas?

Siempre he querido estudiar y formarme, pero a estas alturas te invade la pereza de estudiar una carrera por el hecho de que no la vas a ejercer por mucho que quieras ¡Cómo no lo hice en su momento! En lugar de abandonar a la primera para ser ama de casa ¡Qué ocurrencia! Eso le pasa a cualquiera o no, sólo a ella por preocuparse más por los demás que de ella misma. Qué pena siento en mis adentros, por poner siempre a los demás por delante de mí para luego descubrir la realidad. ¿Cuál era? ¿Dónde me iba a llevar? ¿Por qué tuve que ser tan buena?

Si ya desde pequeña iba andando a la escuela por no molestar, ni dar trabajo a mis padres. Daba largas caminatas para asistir a ella y ser una alumna ejemplar para que ellos estuviesen orgullosos de mí. Porque son mi mayor referencia, un ejemplo a seguir para mí. Aunque apenas asistían a las tutorías, eso no era importante para ellos, que triste me ponía, aun lo recuerdo.

Ellos siempre estaban inmersos en el trabajo de luz a luz para que no nos faltase de nada a mi hermana y a mí, siempre tuvimos de todo lo bueno. Siendo una familia modesta, en la niñez nos criaron como princesas de cuento, aun viviendo en aquel gran cortijo rodeado de un inmenso olivar donde mi padre trabajaba como encargado.

Bonitos recuerdos me vienen a la memoria, de mis abuelos, tíos y el resto de familias que vivían repartidas por la zona. Cada uno en una casa, pero cerquita una de las otras. Era fácil poderlas visitar e irte a pasar un ratito con ellos, que era una de las pocas cosas que se podían hacer en medio del campo. Estar con los tuyos, caminar, dar largos paseos por la orilla del río o esperar que fuese viernes que era el día de mercado, en el cual bajaban al pueblo todos los vecinos de la zona y a la vuelta llegaban a casa a saludar y pasar un rato allí, eso era como una fiesta para nosotros. Ver caras nuevas, escuchar risas y sentir la armonía, era un rato para poder socializar con los vecinos de las zonas más lejanas que no veíamos en días e incluso meses. ¡Qué alegría daba verlos! Eran como de la familia.

Allí comentaban como esperaban con anhelo la fecha de la recogida de la aceituna para pasar juntos esos días en los que se ganaban unos dinerillos que les ayudaban a pasar el año junto a lo que recogían en sus propias tierras y los trabajos que les iban saliendo.

Yo seguía aprendiendo a bordar, hacía todo tipo de bordados para poco a poco ir haciéndome un ajuar, conseguí uno de los más completos y elaborados que existían, no le faltaba de nada ni un simple posavasos. Todo hecho y bordado con mis propias manos, horas, tardes enteras confeccionándolo para cuando llegase la hora de casarme. Era la tradición, según la cual cuando más grande era tu ajuar mejor mujer de tu casa y de tu familia serías. “El gran ajuar hecho con tus propias manos”. Yo lo hice y total ¿Para qué? Me pregunto ahora cuando lo veo en los cajones, reliquias de antaño que ya ni se usan ni gusta verlas por recordarte todo lo que desde entonces ha pasado.

Cuantos recuerdos vienen a mi memoria como el de ir sola a la escuela por aquellos caminos, andando, dando pasos de hormiga los cuales yo iba contando. Diez kilómetros cada día, por caminos llenos de tierra y fango. Hiciese sol o nublado el sacrificio era mío. Desde el escalón de mi casa salía contando los pasos hasta llegar al final del camino en el que corría y corría porque me daba miedo hasta llegar a la escuela sin aire, porque me iba ahogando. Y cuando por el rabillo del ojo veía a algunos niños en el patio jugando entonces me desaparecía el miedo y respiraba tranquila hasta llegar al patio. Y así cada mañana.

Es toda una experiencia vivir en un sitio así, que sin quererlo te marca. También tiene su parte buena como ya he narrado, pero la mala se ha quedado grabada a hierro y fuego, en silencio con el pasar de los años los cuales creía haber olvidado pero no, están ahí haciendo daño.

Y así me fui haciendo adolescente entre olivos, libros y bordados. Ese sitio me estaba asfixiando, tanta soledad y tardes vacías carentes de gente de mi edad a mi alrededor. Pasé de la montaña a la playa, me fui donde intentar olvidar y sanar, trabajé de la mañana a la noche, gané dinero y me hice mi propia casa y todo esto con un fin; ocupar todas las horas del día para no pensar en lo ocurrido. Y en aquel sitio que me dejó tan marcada.

Añoranzas, recuerdos dulces y amargos de una vida en un olivar en la sierra. Por no hablar de esos inviernos duros y largos con esas nevadas que duraban días y semanas, todo tapado de blanco. Se iba uno y caía otro, así hasta febrero o marzo. Qué bonito era levantarse y verlo todo tapado de blanco ¡Qué estampa navideña! ¡Cómo lo disfrutaba! ¡Qué paisaje tan precioso!

Yo corría a la casa de mi abuelo para cazar gorriones con el garbillo como se hacía antiguamente. Ponías unos granos de trigo y el garbillo con una hebra y un palo, y cuando entraban a comer hambrientos por la nevada, tirabas del hilo y se quedaban debajo, o no. Yo no cogía ni uno, pero era muy divertido intentarlo. Ese es uno de mis recuerdos preferidos y lo tengo muy bien guardado. ¡Cuántas vivencias ocurridas en aquellas montañas! Las cuales me llevaron a ser ama de casa.

Algo que hoy en día veo como un atraso y un error que duró treinta y tres años. Pero como dice el dicho “nunca es tarde si la dicha es buena”. Le estoy haciendo caso y dando un giro a mi vida, pese a todo y a todos y a mis cincuenta años. Se puede tener una nueva vida, como siempre quise y soñé, volver a aprender, seguir estudiando que es lo que me gusta. Ahora sí, estás libre sola y soltera, puedes dedicar tu tiempo a lo que quieras, nadie te espera, nunca llegas tarde para poner la mesa, te puedes parar a tomar un café…¡Eso ya es una proeza!

Y poco a poco vas cambiando tu forma de ser y de actuaren esta etapa de tu vida. No miras atrás, aunque alguna vez a la memoria te vengan recuerdos. Cada día te gusta más y se acerca más a la realidad que una vez imaginaste ¡Ahora sí!

Estoy empezando a hacer lo que siempre quise y ser como yo soy, porque tu yo interior está ahí, no se ha ido ni perdido, esperando el momento para salir y que yo pueda sacarlo. El auténtico, el de verdad, el que se ríe de todo y a nada le tiene miedo. Divertido y que hace reír a los que tiene a su lado, porque le gusta ver a la gente feliz, sin tristeza ni enojos, alrededor de él no hay penas y ese yo lo conocen pocos, sólo los que se paran a conocerme.

Después de tantos años en mi casa encerrada con el cerrojo pocas personas me conocen, hasta yo misma me sorprendo alguna vez de mi arrojo, más no me importa, me gusta como soy. Nunca hay que perder la esperanza en esta vida, la ilusión y valentía. Porque por muy tarde que sea estás a tiempo todavía de hacer la vida que quieres, disfrutarla y vivirla con ganas como de niña lo harías.
Aunque otra vez te pueda salir mal, no importa, pero esta vez lo has intentado.

 

Scroll Up