
53. Chinchón
El verano de 2021 iba llegando a su fin, con información excesiva sobre incidencias, vacunas o variabilidad vírica cuyo contenido ya costaba entender. Salí del despacho muy temprano, tras dejar algunos portafolios de los que debía dar cuenta el viernes 27 de agosto y tomé en Atocha el autobús que en poco más de una hora me llevaría hasta Chinchón.
Durante el trayecto me entretenía mirando el paisaje del camino y, de vez en cuando, hacía anotaciones en una libreta que llevaba en la mochila sobre cómo pasaría ese día.
Hacia las 11:30 h llegué y, al no haber planificado nada, ya que alejarme de mi sitio habitual sin más era mi prioridad entonces, acudí a la oficina de información turística que se encontraba en la plaza mayor. Recordé entonces sus vistosos balcones pintados de verde; en el centro, decenas de puestos con venta de sus productos artesanales, jabones, perfumes, joyas. Me detuve en uno de ellos, con toldo color crema que ofrecía artículos de alimentación. La botella de plástico de medio litro tenía un aspecto fresco y con la luz del día se veía con un tinte ligeramente dorado. Me decanté por comprar un par de ellas.
Salí de la oficina con toda la información recogida en unos cuantos panfletos sobre actividades gastronómicas disponibles y elegí una relacionada con las botellas recién adquiridas. Caminé por el centro del pueblo entre sus intrincadas calles del casco antiguo, hasta que llegué a la almazara ubicada en un edificio reconvertido a mesón.
Se trataba de una visita guiada en la que, uno de sus principales reclamos era el gran molino de piedra circular que impresionaba por sus dimensiones. En el centro se erigía la gran prensa de álamo negro procedente del norte de África que se conservaba en perfecto estado.
El guía nos ofrecía una explicación detallada de las herramientas y procedimientos, si bien utilizaba recursos narrativos dinamizadores que novelaban el relato, describiendo algunas anécdotas asignadas a la villa y, de vez en cuando, recitando poemas sobre olivos o sus verdes frutos con estudiada cadencia y fabulosa expresión de estrofas cuya autoría iba desde Rafael Alberti a Federico García Lorca.
Entonces miré al frente y, dentro del grupo del que formábamos parte, reconocí a Ángel, un compañero con el que compartí aula unos años antes. Me reconoció y se acercó, nos saludamos y continuamos la visita juntos. Caminamos hasta una de las fincas que constaba de 50 plantas dispuestas en hileras. La hacienda tenía un aire señorial y, a pesar de que se trabajaba la oliva, por su belleza y distinción se le daba otros usos, como la acogida de eventos de empresa y otros propios de un ámbito más familiar.
En temporada, la cornicabra era sometida a un elaborado proceso de selección, sin vareo para evitar su deterioro, limpieza cuidadosa posterior, retirando cualquier rastro o tizne y ulterior almacenamiento en botellas grandes con agua mineral. El resto de la elaboración se realizaba en la almazara y el producto final era un aceite con ligera acidez, algo afrutado y con un tinte dorado.
Tomé asiento para el inicio de la cata, al lado de Ángel y lentamente, comenzamos la conversación. Me contó el motivo de su visita había sido la adquisición de una pequeña finca a la que quería dar un uso parcialmente rústico y pensó que, acercarse a este tipo de experiencias podía darle ideas para aplicar a su propio negocio. Me sorprendió, ya que recordaba el orgullo y gusto que sentía por las grandes urbes, de hecho, en más de una ocasión había manifestado que una ciudad como Madrid era algo pequeña para la vida que él deseaba tener. Se lo hice notar y sonrió sin más.
Por mi parte, le dije que llevaba una vida solitaria y, en ocasiones, hasta monacal. Que elegí aquella excursión porque me llamaba la atención, que en los últimos años me volví perezosa para intentar buscar compañía con la que acudir a estos eventos y que, quizá la edad me había hecho más independiente. Reímos entre tostadas con pan y aceite con denominación de origen.
Dentro de la selección de aceites de distintas variedades de oliva, disfrutamos de una experiencia de maridaje con distintos tipos de tapas y vinos de uva malvar, también de la región. Las sonrisas y miradas iban aumentando en frecuencia y complicidad, con posteriores confesiones sobre estados personales y proyectos inmediatos.
Llegó la degustación de olivas negras con un aliño consistente en ajo, tomillo e hinojo. Según paladeábamos las tapas, conversábamos sobre vivencias propias. En mi caso, sobre cierta inestabilidad en el trabajo, con varios cambios en los últimos años de profesiones variopintas alejadas de mis estudios superiores iniciales de Bellas Artes, pero que me ayudaron a vivir con cierta comodidad. Le dije que, en ese momento, me apetecía ya encontrar algo más fijo, aunque de vez en cuando necesitaba salir de mi rutina con estas escapadas.
Y así, entre confidencias y degustaciones se nos fueron pasando las dos horas de visita. Más tarde y ya alejados del grupo, nos encontramos caminando por la hilera de olivos de vuelta.
Una vez en el centro de la villa centro contemplamos la obra de Goya de la Asunción de la Virgen, en la iglesia del mismo nombre, nos acercamos a la plaza de nuevo y fuimos al descansar un rato, pues nos alojaríamos en hoteles cercanos. Quedamos en vernos a eso de las 21 horas en uno de los mesones de la plaza.
En la habitación me relajé en el jacuzzi durante una hora, cerrando los ojos y evocando las distintas sensaciones del día desde las primeras horas de la mañana.
Aunque no muy dada a rituales de belleza, ese día me dejé llevar, para conseguir una mayor relajación. Con la manicura, me aplicaron una sustancia oleosa y aromática trabajando con suavidad y precisión. El masaje de intensidad creciente a nivel de los trapecios con movimientos circulares en sentido ascendente con aceite con esencia de bergamota y lavanda me sumió en un estado de seminconsciencia del que me resultó difícil despertar. Todos los productos eran de elaboración autóctona y artesanal. Continuando mi interés en la zona, me hice con otro par de botellas de esos aceites para una ocasión posterior. Pensé en la erótica integrada de la gastronomía y de la estética a través del aceite y, en ese momento, me pareció que el ambiente tenía una magia especial. Tras recuperar la consciencia, me vestí y apliqué un maquillaje suave y recogí mi cabello en un moño informal, después acudí al mesón. Ángel hojeaba una publicación con la mirada fija sobre el mantel. Le llamé con voz suave y me miró sonriendo, dejó el diario en la repisa de la ventana más cercana a la mesa y me invitó a tomar asiento.
Fue una agradable velada, con una cena escueta a base de verduras, ajo y aceite con vino de Chinchón. Continuamos la conversación y me enseñó fotos de su finca recientemente adquirida, también los planes que tenía pensados con las ideas que había anotado de la visita. El siguiente plan consistiría en hacer un curso de poda en San Martín de Valdeiglesias. Por mi parte, le comenté mi idea de quizá iniciar algo relacionado con la aplicación del producto en el área de la cosmética. Le describí los tratamientos que se podrían aplicar y las afecciones que podían aliviar. Sonrió socarrón con mi ocurrencia y arqueó la ceja, inquisitivo. Tras unos segundos, se mostró interesado.
Al final decidimos dar un paseo por los alrededores de la plaza disfrutando de la iluminación del conjunto histórico y disfrutamos del aire fresco que ya se hacía notar por las noches. Fue en ese momento que le propuse, sin saber lo que tenía pensado, poder acceder a una parte de su finca para montar la parte terapéutica y estética relacionada con su olivar.
De nuevo la mirada extrañada, un silencio. En ese momento pensé que quizá me hubiera excedido con la rapidez en la propuesta. Me disculpé, pero me dijo que no lo hiciera, que quizá fuese una buena idea pero que deberíamos hacer primero un estudio de mercado. Que quizá no deberíamos embarcarnos en un proyecto demasiado grande sin tener una previsión inicial de clientes. Dijo que deberíamos hacer un balance presupuestario y clientelar inicial para poder idear y llevar a la práctica un proyecto de esas características, aunque, de inicio, le seducía la idea. Me perdí con la terminología económica y pensé que lo mejor sería probar, ya que no se podía saber cómo iba a ir a menos que nos embarcáramos de verdad en el proyecto.
Así, entre pensamientos en alto y posibles proyectos compartidos nos metimos en la madrugada. Nos íbamos a ir a dormir y me despidió con un abrazo y un suave beso en la mejilla, al borde de los labios. Le miré intensamente y contesté con un suave abrazo.
Dormí plácidamente hasta tarde, me levanté y me duché rápido. A las 10:00 un mensaje en el móvil de Ángel. Me esperaba en para desayunar en un bar cercano a mi hotel. Me envió la ubicación.
Cuando llegué, sobre la mesa, pan tostado con ajo, tomate y aceite, café con leche y zumo de naranja que nos apresuramos a tomar. Charlamos animadamente una vez más, recorriendo, apurando el café, entre risas, miradas y alguna caricia falsamente descuidada.
Se hacía la hora de volver y me acompañó a la estación de autobús, ya que él había venido en coche. Antes de irme, me tomó de la cintura, nos miramos y nos abrazamos. Me despedí desde la ventana. Nos volveríamos a ver.