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03. Un sueño de mil años

Antonio Fernández Álvarez

 

Cuando dejó la carretera para coger el camino polvoriento que le llevaba hasta el olivar de su padre, le pareció hallarse como Moisés cuando abrió el mar. Solo que éste pasó entre las aguas, mientras que él lo hacía por un mar de olivos. Era una sensación que siempre sentía y le resultaba seductora cuando recorría la finca.
La expresión «mar de olivos» le hizo gracia cuando la oyó por primera vez a su abuelo Rafael, él era muy pequeño no tendría más de siete u ocho años. Un día le llevó al cortijo que ahora estaban reformando y que otro tiempo había sido la casa que mandó construir su trastarabuelo allá por el año 1860, y cuyas obras terminaron en febrero cuatro meses antes de la fecha de su boda, el veinticuatro de junio de ese mismo año. Su abuelo le contó que allí había nacido en 1930, así como como lo hizo mi padre, tu bisabuelo en 1893, al igual que tu tatarabuelo en 1867. Ahora iban a convertirla en un hotel rural donde iniciaría su programa de oleoturismo.
Con él pretendía básicamente dar a conocer los grandes beneficios que tiene el aceite de oliva, así como que los visitantes conozcan cómo se produce y vean lo que es la cultura del olivo desde su uso a nivel gastronómico, como en las técnicas para los cuidados estéticos y otras actividades asociadas como realizar deporte tan interesantes como el montañismo y el senderismo.
Él, al igual que su abuelo había dejado su holgada vida académica. Para seguir la tradición de sus antepasados y conservar y perseverar en el futuro el sueño que hizo posible su abuelo, que su padre continuaba y que él estaba dispuesto a engrandecer dando a conocer a este nuevo tipo de turismo que tan de moda se estaba poniendo por todos aquellos que gustan de disfrutar de los atractivos naturales.
Él, al contrario que su abuelo, dejaba su puesto de profesor universitario de Ciencias Económicas en Málaga, en condiciones mucho más favorables que éste lo hizo cuando se hizo cargo del olivar
El recuerdo de su abuelo le trajo pesadumbre, había sido un hombre que amaba el campo, luchó denostadamente por conservar el olivar que había heredado de su padre junto con sus hermanos.
Eran ocho hermanos incluido él que era el mediano de ellos. Todos menos él ambicionaban vender la parte del olivar que les correspondía por su herencia, querían desentenderse de las tareas que suponía sacar adelante el trabajo del campo. Les propuso arrendarles a todos ellos la tierra, a cambio abandonaría su trabajo de profesor en el instituto para dedicarse y ganarse la vida realizando las tareas agrícolas que requería el olivar. Sabía hacerlo ya que estaba habituado a ir los fines de semana y siempre que podía ayudaba a su padre en el olivar. Éste la había enseñado a podar, a utilizar el tractor y a realizar todo tipo de trabajos que conlleva mantener los olivos para obtener el mejor fruto. Sus olivas por este mimo que recibían y que él procuraba, consiguieron que el aceite que producían destacase por su aroma y su sabor. Y otro ponderante era que de ningún modo estaba dispuesto a abandonar unas tierras que tenía su familia desde mediados del siglo XIX.
A su abuelo le costó mucho esfuerzo e incluso dinero poder convencer a sus hermanos de lo que para ellos era una alocada apuesta, pero su trabajo y su voluntad dieron el resultado esperado. Y años más tarde, cuando contaba con la posibilidad de poder comprarles su parte, estos accedieron gustosamente reconociendo incluso que la determinación de su hermano había conseguido llevar a cabo una tradición que viene a llamase la cultura del olivar, que no solo es heredar los campos de olivos, sino resistirse las familias olivareras a desaparecer.
Estaba deseando llegar a un punto concreto del olivar, su extensa superficie de algo más de cien fanegas, es decir unas veinte hectáreas, hacían que su olivar fuese uno de los más grandes de la localidad. En él además se encontraba un olivo cuyas dimensiones con más de diez metros de alto y cuyo perímetro abarcaba casi los cinco metros le hacían ser un olivo milenario. Su abuelo le dijo que podría tener unos mil años de antigüedad, entonces era un crío y pensó que el viejo exageraba. Más tarde supo que era cierto, así como que en el olivar tenían algunos más de parecido tamaño.
Buscaba ese olivo concretamente, hoy era el día que iba a hacerse cargo de la explotación, su padre había ya delegado en él todo el trabajo y aunque sería su gran apoyo, a partir de aquí él tomaría las decisiones que creyese necesarias para continuar con la tradición familiar no solo de mantener el olivar si no de luchar porque en adelante continuase siendo patrimonio familiar.
Tras recorrer unos cinco kilómetros, se adentró en la finca por un camino de paso de los tractores y cuando hubo recorrido unos dos mil quinientos metros paró el vehículo. Un todo terreno con tracción a las cuatro ruedas que su abuelo le compró y puso a su nombre unos meses antes de su fallecimiento, que había ocurrido hoy, diez de mayo de 2021.
Se sentó a la sombra del olivo y evocó su abuelo, en febrero había cumplido noventa y un años y hasta ayer mismo se había paseado por la finca. Le había hablado del proyecto que estaba ultimando y los beneficios añadidos que suponía la puesta en marcha de ese plan de turismo ligado al olivar, a su abuelo le pareció genial siempre y cuando no descuidara la calidad de la producción y le animó a no abandonar sus sueños.
Solo a la sombra de ese olivo en las que tantas veces había estado con él, cuando de niño lo llevaba a pasear. Lloró desconsoladamente la muerte de su abuelo, se había ido precisamente hoy el día en que él tomaba las riendas de lo que con tanto esfuerzo había levantado, quizás era una señal por la cual le indicaba que contaba con su beneplácito de él, sabiendo que una nueva generación agarraba el timón y tenía plena seguridad de que la tradición familiar se resistía a desaparecer.
Ese árbol milenario, desafiante, provocador, altivo, soberbio, inmenso, colosal y grandioso ejerció una atracción especial para el abuelo. Presuntuoso frente al resto de los allí plantados. Hubo un año en que llegó a dar hasta 250 kilos de aceitunas. Cierto es que al año siguiente fueron bastantes menos pero año tras año sobresalía al resto de todos los árboles que había en la finca.
Ese árbol fue el espejo del abuelo, aquella fuerza que le impulsó a dejar una vida cómoda de profesor en un instituto para adentrarse en un mundo que si bien conocía, desconocía los enorme sacrificios que suponía, no solo el ingente y duro trabajo del campo sino la lucha constante con la naturaleza cuando descargaba con furia las tormentas, el viento, o la nieve que tan bella resulta pero que junto con los anteriores elementos climatológicos son los enemigos de los olivos. El calor y las heladas pueden ser más tolerables dentro de unos límites determinados.
Allí estaba él sintiéndose reconfortado por la pérdida de su abuelo, acurrucado a los pies del enorme olivo, que al igual que le sucediera a su abuelo ya ejercía una atracción casi diabólica sobre él, pero contradictoriamente, también era un ejemplo a tener en cuenta.
–Mil años habían pasado desde aquel arbolito que vete tú a saber quién podría haberlo plantado, seguramente los árabes que por aquel entonces habitaban en esta parte de la península ibérica que se denominó Al-Ándalus. –Pensó.
Sintiéndose más animado, se levantó, se acercó a las patas del olivo y en una de ellas en la parte interior del tronco escarbó con un pequeño amocafre hasta hacer un hoyo de unos cuarenta centímetros de profundidad, por veinte de ancho. Depositó una caja que solo el abuelo y él sabían lo que contenía. A continuación tapó el agujero.
Se sentía como un niño pequeño, y eso que faltaba poco más de mes y medio para cumplir los treinta un años de edad. Aunque un poco escéptico por lo que estaba haciendo, se lo había prometido a su abuelo y sin duda al igual que las cenizas de éste que se esparcirían por la finca porque así lo había pedido, era más que razonable que el abuelo era el nexo de unión entre sus antepasados, los presentes y las generaciones venideras. Ahora solo le quedaba contar a sus hijos y a los hijos de sus hijos el esfuerzo de un familiar suyo que soñó con un sueño que durase más de mil años.
–No son tanto años–, pensó.
Mirando el olivo que ejercía tal poder de atracción ya sobre él que creyó estar volviéndose loco, gritó con voz potente:
–¡Abuelo, mientras tenga un hálito de vida tú serás mi modelo a seguir, y sin duda será tu ejemplo el espejo en el nuestra familia se mirará! Cuando desfallezcan sus fuerzas solo deberán buscar en el interior de este olivo, una caja oculta en una pata a la derecha del mismo, mirando al este. Examinando el contenido de la misma solo entonces percibirán como yo he crecido y habiéndolo dejado todo también me he unido a tu sueño de mil años. Sueño que estoy convencido perdurará en toda nuestra familia.

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