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107. La herencia

Reina Navas

                                                       

Capítulo I

 

El ingeniero forestal Antonio Serrano tenía pautada su ponencia en Expoliva de Jaén para ese viernes. Al finalizar, se dirigió a la entrada del edificio, tarea que no le fue fácil dada la cantidad de personas que circulaban por el Ayuntamiento, donde se habían colocado muchos puntos de información y diversos centros de divulgación y prospección del óleoturismo.

 

Allí lo esperaba alguien que le estaba solicitando insistentemente una asesoría. Había adelantado la situación en términos más o menos apremiantes: existía en herencia una propiedad familiar dedicada a producción olivar, y la desaparición de sus padres, unos meses atrás, dejaba esa responsabilidad en sus manos.

 

Una mujer joven, impaciente y decidida, le salió al paso con premura.-Mi nombre es Pilar Domingo. Un placer conocerle, ingeniero Serrano. -¿Tendrá tiempo para atenderme?- Mi abogado Pedro Sánchez, fue quien me sugirió su nombre.

 

-Pues sí, justo esta semana tomo mi descanso anual, creo poder ayudarla.

 

La localización de la propiedad, su extensión y la situación en que se encontraba la producción, fue suficiente para quedar de acuerdo en encontrarse al día siguiente en el lugar.

 

Serrano experimentó una satisfacción inusual en el desafío. ¡Una mujer tan joven y emprendedora!  ¿Qué le estaba sucediendo?  Se rio un poco al reconocerse viejo.

-¡Me siento ridículamente protector de la tal Pilar!

 

Al siguiente día, al llegar a la entrada del cortijo «Los Domingo» Antonio se sintió de repente desconcertado: aquel lugar le resultaba familiar. Conocido en algún otro tiempo… y seguramente habría sido así, por cuánto tenía varios años recorriendo olivares en España.

 

-!Hola ingeniero Serrano!

-¡Hola Pilar! Aquí estoy. Vamos a ver qué tienes para mí.

Mientras se adentraban a la propiedad, Pilar le relató su reciente orfandad. Circunstancias y recuerdos recurrentes reconstruyeron su vida para Serrano, que la escuchaba en silencio.  -La verdad -acotó Pilar- mis recuerdos son tardíos aquí en Jaén; tendría 8 o 9 años tal vez…

Estuvieron todo el día recorriendo los entreliños, descubriendo las imperfecciones y carencias, y deleitándose con los aciertos.

 

Ya en la casa, al atardecer, Serrano ofreció un informe preliminar, y Pilar propuso acoger al ingeniero como huésped, hasta alcanzar una mayor destreza en la conducción del olivar, si este dispusiera del tiempo necesario.  ¡Había tanto que hacer!  Los liños, la cosecha, la posibilidad de disponer de las almazaras abandonadas tiempo atrás…

A Serrano le entusiasmó la idea de rescatar y optimizar la producción de un cortijo, significaba todo un desafío para él.

 

Capítulo II

 

La semana siguiente se trasladó a “Los Domingo”. Al llegar, una mujer de edad indefinida recogió su equipaje con sonrisa afable pero misteriosa. Contó, mientras llevaba las maletas a la habitación de huéspedes, que había asumido tiempo atrás la tarea de ama de llaves, en ausencia de los dueños. Relató esto rápidamente, sin tregua, como si revelara un acontecimiento voluntariamente olvidado. Y aquella retahíla de palabras, se cortó abruptamente con la llegada de Pilar.

 

Se sentía cautivado; no entendía bien el significado del cuento de la tal María Moreno, que así decía llamarse, pero aquella voz retumbaba fuertemente en su cabeza.

 

Pilar estaba urgida. Había un desacuerdo entre los trabajadores, acerca de cómo descargar la aceituna del olivo sin castigarla.

 

Ese día y los días siguientes fueron de ardua labor. Serrano se sentía cada vez más motivado en su tarea, admiraba y respetaba a Pilar cada día más: su empeño por aprender, su incipiente interés en una disciplina que le era ajena hasta ese momento, sus recuerdos y la emoción que estos le provocaban parecían influir en su dedicación al trabajo; hacían que creciera dentro suyo el deseo de ayudarla.

 

Había comenzado a tomar breves siestas que le permitían mantener un ritmo de actividad sostenido y ellas fueron las llaves que abrieron el torrente de su pasado. Al despertar cada tarde las sombras de los muebles proyectadas en la pared, el eco de la voz de María Moreno, la mujer que lo saludó por su nombre, desde la cocina o la sala de estar, le traía una sensación de bienestar, de refugio, casi de hogar, se animaba a decirse con cierto temor.

 

 

 

Capítulo III

 

 

Era tiempo de contactar a Juan José González. Esto era una vivencia nueva, inusitada. Juan José era joven, lleno de confianza y optimismo, algo que el necesitara desesperadamente en la horas oscuras que siguieron al accidente que no le costó la vida, pero le robo su memoria. Al fin y al cabo, esa era también su vida.

 

Lo hablaría con Pilar. Acaso podrían reunirse allí mismo y este pensamiento le animó.

 

Pilar estuvo de acuerdo, cualquier cosa que Serrano necesitara se la proporcionaría. Él era necesario allí, ella estaba aprendiendo y era lo preponderante.

 

Tampoco era capaz de desconocer que había depositado en Serrano una confianza desmesurada, pero se defendía, riendo para sus adentros, de esa dependencia con nombre de necesidad.

 

Pilar y Juan José empatizaron inmediatamente. Lo cual, no solo agradó a Serrano, sino que lo tranquilizó. Pudo dedicarles a sus tribulaciones los ratos libres que le dejaban sus tareas. Y despertó en él una inclinación natural por el trabajo de campo. Compartieron trabajo y ocio.

 

-Pilar, me intriga Juan. Aún no sé por qué. A veces creo que pensamos en la misma frecuencia. Ella expresa una idea, y yo soy capaz de completarla, yo quiero enseñarle algo, y ella me lo pregunta antes.

 

-Además, esa tal señora María Moreno me saludó por mi nombre al llegar aquí, pero no he podido hablar con ella. ¡Me rehúye como si me temiera!

 

-Mira, Antonio, respecto a Pilar no me extraña tu curiosidad. ¡Es tremendamente guapa! ¡Guapísima! -Le comentó riendo.

 

-¡No hombre! ¡No es eso, por Dios!  Sí podría ser su padre ¡O hasta su abuelo!

 

Juan José dedicó un tiempo a la señora María. Esa silenciosa mujer, trabajando siempre por la casa como un fantasma, también despertó su curiosidad. Descubrió que desayunaba sola, antes del amanecer, frente a los olivos y lejos de la casa. Y decidió hacerle compañía. A lo largo de los días, esa compañía fructificó en detalles muy significativos e interesantes: en principio, Pilar no era hija de quién ella creía.

 

Su verdadera madre había fallecido siendo ella una niña, y su padre, vuelto a casar con una mujer llamada Leticia, también falleció prontamente. Leticia partió un día de “Los Domingo” y se llevó consigo a la niña. Alguien la trajo de vuelta años después . Tendría Pilar unos siete u ocho años.

 

 

 

Capítulo IV

El trabajo en el cortijo se intensificaba, no solo la próxima cosecha reclamaba atención, sino los pasos posteriores. Era preciso verificar el funcionamiento de las almazaras, a través de la revisión constante.

 

Pilar debió poner su atención en el área administrativa. Y Serrano, en compañía de Juan José, en el aljarafe.

 

Al atardecer se reunían en la galería abierta frente al olivar y comentaban las incidencias del día mientras bebían una copa de vino. Esa tarde, con la copa en alto Serrano se desplomó frente a ellos, precipitándose al suelo. Pilar, anonadada quedó inmóvil, pero Juan José se inclinó sobre él, y llamó una ambulancia desde el móvil, Pilar se les unió y también llegó corriendo María, que sintió el ruido de cristal roto sobre las baldosas de la galería.

 

Serrano abrió sus ojos en la habitación de un hospital. Y al abrirlos, supo que había recuperado la memoria. Instintivamente miró a su alrededor, y encontró la figura de Pilar adormecida en un sillón al lado de su cama. Con ansiedad apenas controlada, la despertó.

 

-¡Pilar, Pilar! ¿Dónde está Juan José?

-Ya lo busco, espera un momento que está hablando con un médico.

Juan José entraba en ese momento, y Serrano pidió a Pilar que le permitiera unas palabras con su amigo.

-¡Juan José!  Lo he recordado todo ¡Absolutamente todo! -Casi gritó al cerrarse la puerta tras Pilar.

-Serénate para contarme, que aún estás internado en un hospital, has tenido un episodio irregular, y aún están estudiando el caso . A ver, dime qué has recordado.

 

La propiedad “Los Domingo” me pertenece. La compré hace muchísimos años para mi hija Adela, que se había casado con un lugareño que se apellidaba así. Tenían un hijo pequeño.

 

Adela, mi hija, murió en un accidente apenas unos años después, estando yo fuera del país, y creí imposible en aquel momento, venir a España. Mi hija estaba muerta, y el niño con su papá. -¡Debí haber venido igual! Pero no lo hice. Y he arrastrado ese sentimiento de culpa hasta hoy.

 

Serrano hablaba más consigo mismo que para Juan José, quien lo escuchaba en silencio.

-Unos meses más tarde –continuó- siempre en el extranjero, mientras me aventuraba en unas vacaciones necesarias, tuve un accidente que me privó de la memoria. Mi pasaporte, no mi voluntad, fue lo que me devolvió a España, y comencé a vivir de nuevo. Casi te diría que fue placentero reencontrarme, con el deseo de empezar de cero.

 

No tenía a nadie que se preguntara por mí, ya que mis padres habían sido inmigrantes solitarios que vivieron y murieron sin pena ni gloria, en la época difícil de la España de los años 30. El caso es que era casi un recién nacido.

 

Serrano calló, mientras encontraba fuerzas para decirse a sí mismo lo que tanto añoro saber, y que ahora encontraba tan difícil de contar a otros.

 

-Mientras tanto, el padre de mi nieto, que no es nieto sino nieta, y se llamaba…se llama Pilar, se volvió a casar con una mujer llamada Leticia, a quien Pilar considera su madre. Mi yerno murió apenas un tiempo después de la boda. Y Leticia se llevó a Pilar lejos de la propiedad.

 

Inclinó su cabeza, con pesar y desaliento. -Que pasó después…- dijo mirando fijamente a Juan José.  -Le tendré que preguntar a Pilar, porque no lo sé.

 

-Ahí te puedo ayudar yo -acotó Juan-. El proyecto de Leticia era legitimar la propiedad a su nombre, lo sé porque he departido muchísimo con María. Ella me ha proporcionado todas las pautas necesarias para saber de ti y de tu nieta más que tú y ella misma. María estuvo al lado de Adela, tu hija, hasta sus últimos momentos. Cuidó de Pilar cuando ella murió, y procuró seguir los pasos de Leticia cuando ésta alejó a la niña.

 

Fue su prima​ la que trajo de nuevo a Pilar de vuelta a «Los Domingo” cuando Leticia la dejo interna en un colegio para irse a vivir al extranjero. Es por eso por lo que Pilar recuerda la hacienda, siendo ya mayorcita​.​ Pilar- continuó Juan José​- ​ante la expresión desolada de Serrano, siguió manteniendo una relación fría e impersonal con Leticia​, marcada por la distancia. De cualquier manera, la noticia de su muerte la obligaba a asumir su responsabilidad en “Los Domingo”.

 

Capítulo V

             Pilar mientras tanto sentada en la sala de espera del hospital, esperó presa de verdadera angustia el término de esa conversación privada que mantenían Juan José y Serrano. Se sentía insegura ante la responsabilidad que debía afrontar y deseaba que Serrano recuperara la salud.  Se había habituado a verle cada día, compartir con él sus temores y a sentirse apoyada por ese hombre que había despertado toda su confianza.  Ese momento de soledad le permitió también enfrentar sin disimulos la atracción que Juan José ejercía sobre ella y a la que se estaba entregando casi sin darse cuenta. Sentía que esa sensación era recíproca. Pero la verdad es que aún no habían conversado sobre ello.  Pilar sabía que la prioridad para Juan era el ingeniero Serrano y la compartía, pero no sabía hasta qué punto la atracción mutua que sentían era real, más allá de las circunstancias.

De repente sintió que la soledad la oprimía y deseó tener cerca suyo una familia que le amparara.

Juan José salió de la habitación, dejando a Serrano ocupado con un torrente de emociones que habían traído aparejadas los recuerdos. Y con el encargo preciso de revelar a Pilar Domingo su verdadera identidad.

-¿Cómo está Serrano, Juan?

-Tranquilízate Pilar, que él está bien. se va a recuperar totalmente. Ha sufrido un impacto emocional que lo ha desestabilizado. Pero está bien, está descansando.

-Y ahora,  tú y yo vamos a tener una conversación que hemos venido postergando.

-¿Estás de acuerdo?

– Sí Juan, ya quería saber yo cuando lo hablaríamos…

La conversación terminó con una mano grande acogiendo a una mano pequeña.

-Ahora, Pilar, vamos a tener otra conversación.

 

Juan José relató a Pilar todo cuanto supiera por boca de María y del mismo Serrano. Poco a poco, con natural aplomo y sin dramatizar situaciones que de por sí, eran ya suficientemente complejas. Pilar pudo rememorar e iluminar momentos de su niñez que habían permanecido en sombras. Sentimientos encontrados la embargaron durante el relato de Juan José. El miedo, la ira, la tristeza y también la alegría y la esperanza.

Entendió sucesos, asimiló cosas, y pensó que algún día podría perdonar otras.

Esa mano firme que sostenía la suya trémula, hizo por ella lo que no podrían haber hecho un montón de palabras.

 

Llegó el momento de enfrentar a su abuelo. Ya no sería Serrano nunca más. Sería su abuelo. Y eso era de querer y temer. La mano de Juan, y luego su brazo sobre los hombros, la ayudarían a trasponer el umbral de su futuro. ¡Y finalmente podría considerar suya la herencia!

 

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