
108. En un mar de olivos
24 de septiembre de 2023
Me siento como si hubiera naufragado en un mar de olivos. No porque no sepa dónde estoy porque mi ubicación precisa me la indica el Iphone: 37°46’24.6″N 3°56’49.4″W. Es más bien que me siento perdida, como si no conociera a la persona que soy. A veces sueño que camino entre los árboles llenos de aceitunas y me encierran con las ramas y estoy como en un laberinto y me desespero y grito y me despierto alterada, sin aire.
Me siento perdida porque jamás hubiera venido acá al medio de la nada en Jaén de no haber pasado lo que pasó. Me siento perdida porque jamás hubiera actuado como actué. O me siento perdida porque después de tantos meses estoy saliendo de la anestesia y me estoy empezando a dar cuenta de lo que pasa.
Como siempre, mis diarios de viaje empiezan muchos días después. Tengo esa tara, lo sé. Ya pasaron dos semanas desde que compré el aéreo impulsivamente, si es que puede decirse que un viaje pospuesto por tres años es impulsivo. Mamá comentó al pasar que España ya admitía la entrada al país de los extranjeros con las cinco dosis requeridas de la Sputnik V y abrí una nueva pestaña en internet, puse los datos de mi tarjeta y emití el boleto a Madrid.
Llegué al aeropuerto sin elegir asiento. No fue como con Ana, que reservamos fila cuatro con mucha anticipación (hasta me hizo pagar bastantes euros de más), porque decía que ahí el avión se movía menos. Es que no. Este no es nuestro viaje, no puede ser nuestro viaje. Es mi viaje y si aterricé en Madrid, igual que lo hubiera hecho con ella, fue porque no encontré mejor tarifa. Pero todo el recorrido que habíamos armado durante horas y horas por las distintas ciudades de Europa se quedó enterrado gracias a la pandemia. Y sí, si algo aprendí es que no puede haber planes o que si los hacés, tenés que ser valiente y aceptar que se pueden frustrar. Y yo no soy valiente y preferí no planear. Más que eso, preferí ni siquiera pensar. Solo actuar y que sea lo que tenga que ser.
Mi compañero de asiento no leía. Ana me hubiera ignorado todo el viaje enfrascada en una novela de esos bodoques de más de mil páginas, si es que no se quedaba dormida por los ansiolíticos. Javier se llama y vive en Andalucía. No sabía que hablaran de una manera distinta, me cae simpático. Todo me cae simpático, su forma de hablar y él.
Raro en mí, no puse mi peor cara de mala onda cuando se puso a charlar antes de que el avión empezara a carretear. Creo que me intrigaba cómo sería su boca detrás del barbijo. Una forma particular de hablar tenía que salir de una boca particular, pensé, pero al minuto me dije que era una estupidez, que con ese criterio todas las bocas tendrían que ser particulares de cada idioma o acento o dialecto distinto. Igual, seguí pensando en su boca. Javier tiene ojos grandes, no podía tener boca chica.
29 de septiembre de 2023
No le vi la boca porque en el momento en el que nos dieron de comer me quedé dormida. Cena y desayuno. Yo también tomé ansiolíticos, pero no por las turbulencias o por viajar en la fila cuarenta, sino porque me dio miedo pensar en Ana en todo el viaje.
Javier había dejado su auto estacionado en Barajas por la semana que duró su ida a San Luis. Me preguntó qué iba a hacer a partir de ahí y le dije no sé, ni idea. Me preguntó si me gustaban las aceitunas y le contesté que sí, pero que tampoco era muy fanática y que me gustaban más las verdes.
Entonces me subí a su auto y me vine con él al sur de España.
Ana me hubiera dicho que estaba loca, que cómo me iba a subir al auto de una persona que no conocía. Igual no me hubiera retado porque la yo de la época de Ana jamás hubiera hecho algo así. Ni siquiera: de haber estado Ana hoy, que sería el día número quince de nuestro viaje, estaríamos en Bruselas, capaz cenando en el restaurante que nos recomendó Ángeles en la Grand Place. Qué sé yo. No estaría acá con Javier, eso es seguro.
Pero Ana no me dijo nada porque no está. Pero yo sí sigo acá y ahora estoy en un campito rodeada de olivos y de aceitunas y de máquinas que trabajan. Ya desde la ruta se podía sentir el olor a aceituna si bajabas las ventanillas del auto. Javier no se sacó el barbijo en todo el viaje y entonces yo tampoco, pero con la nariz tapada y todo se podía sentir igual el olor a aceite de oliva. No me animé a pedirle que se sacara el barbijo, que quería conocer su boca porque estaba intrigada.
Hasta que llegamos y recién ahí se lo sacó. Tenía una boca grande y me sentí orgullosa con mi imaginación que la había proyectado igual. Cuando yo me lo saqué, el aroma a aceituna me invadió. Suena a frase hecha «el aroma a aceituna me invadió», pero en serio lo digo, fue como una invasión, como irrupción, como un entrar por la fuerza, porque entró de sopetón por mis mucosas. Igual que el virus con Ana.
2 de octubre de 2023
—Esto, todo este lugar, fue declarado hace unos meses como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco —me dijo Javier ni bien me llevó a conocer el campito. Digo siempre campito, pero en verdad no tengo idea ni de agricultura ni de tamaños de campos como para saber si son chicos o grandes. Digo campito porque lo digo con cariño, al igual que a los perros les digo perritos—. Andalucía es la comunidad autónoma con más olivares de toda España…
—Mirá vos—. El papá de Ana era griego y me hacía acordar al de la película de la griega esa que quiere casarse con el yanki. Él le quería poner de nombre Athina, pero ganó la mamá. Solo sacamos la thi, le dijo como para consolarlo. Me acuerdo de que una vez, mientras estábamos en su casa celebrando no sé qué cosa y me habían invitado, el papá me contó una anécdota. —Javier, ¿conocés el cuento de los olivos y el griego ese?
—La verdad que no.
—No sé si es un chiste o es leyenda o es real, pero parece que había un griego yanki que iba de vacaciones a una de esas islitas del Egeo. Estaba caminando por ahí y ve a un viejo sentado tomado ouzo mirando cómo caía el sol en el mar y estaba rodeado de olivos con las aceitunas que estaban listas para sacar, algunas hasta se caían de los árboles y se pudrían en el suelo. La cuestión es que el yanki entonces le pregunta de quién son esos olivos y el viejo le responde que son suyos, entonces el otro le pregunta que por qué no las cosechaba y el viejo le dice que agarra y come cuando tiene ganas. El yanki se desespera y le dice ¿pero no te das cuenta de que si las cosechás en su punto justo las podés vender, que el mundo está loco por el aceite de oliva y que se paga muy buen precio? Y el viejo le responde que para qué quiere la plata, bueno, le dice el yanki, podés comprarte una casa grande, tener sirvientes que hagan todo… ¿Y yo qué haría?, le pregunta el viejo, y el otro le dice lo que quieras. Ah, dice el viejo, ¿lo que quiera, como tomar ouzo mirando el atardecer en el mar?
Javier se rio y me dijo que sí, que entendía la filosofía, pero que era muy simplista, que también se podía estar mirando el atardecer tomando ouzo habiéndole dado trabajo a la gente y que incluso podía ser doble la satisfacción porque si ayudás a otros haciendo lo que a vos te gusta, mejor todavía. Me lo dijo en andaluz en realidad, no sabe hablar de vos todavía, aunque a veces me imita, pero le sale mal. Y dijo más cosas pero no retuve porque traté de acordarme si Ana se había reído también y había hecho alguna reflexión filosófica como Javier. Creo que sí, pero no sé, no puedo acordarme de eso.
Al día siguiente salimos con una canasta y recogimos algunas aceitunas.
—Nunca en tu vida vas a comer unas aceitunas aliñadas como las que voy a preparar. De escándalo.
4 de octubre de 2023
—Se requiere mucha paciencia—. Ni más ni menos. Creí que esa misma noche las comeríamos con nuestras Cruzcampo bien heladas, pero no. Esto recién empieza: vamos una semana de remojo de las aceitunas cambiando el agua todos los días por otra que estaba en reposo desde el día anterior para que se le fuera el cloro.
Me gusta que acá hay sol, mucho sol. Ya estamos en otoño, pero puedo estar con manga corta caminando por los olivos.
Me gusta aprender sobre los procesos. Siempre me gustó eso. Me acuerdo de que desde chica me podía quedar horas mirando esos documentales que papá veía y que a mi hermana le parecían aburridos sobre cómo fabricar autos. O cuando me pasaba la tarde entera viendo cómo mi abuela preparaba sus cosméticos naturales y le ponía gotas de aceite esencial de lavanda a todo. O cuando me podía pasar la noche ayudándola a Ana a repasar para un final y me contaba sobre el proceso digestivo.
El proceso de cómo se fabrica el aceite de oliva me seduce. Capaz es como el síndrome de Estocolmo, porque puedo considerar como un secuestro la invasión de la aceituna apenas llegué. Hay algo en el olor que hay en el aire que me trae paz, no sé. Tendría que googlear a ver si se usa en aromaterapia para relajar, como el aceite de lavandas de mi abuela, porque me siento mucho más tranquila que en los últimos meses, que en el último año y medio.
Es más, ahora me doy cuenta de que dejé de llorar los jueves. Desde lo de Ana lloro cada jueves, bueno, lloraba siempre en realidad, cualquier día de la semana y a cualquier hora, pero los jueves era día fijo, no había forma de no llorar. Como si cada semana que pasaba, más se ajustaba un torniquete. Duele mucho, pero al menos me salva de morir desangrada.
Capaz es la aromaterapia de la aceituna más el sol más los olivos más Javito más las Cruzcampo a la nochecita cuando empiezan a salir las estrellas lo que me trae paz.
12 de octubre de 2023
—Están dulces, ¿verdad? —La boca de Javito se agrandó más todavía en una sonrisa orgullosa.
—Qué increíble, eh, ¿solo con dejarlas en remojo así se les va lo amargo?
Los días anteriores habíamos estado esterilizando frascos que estaban guardados en una alacena de la cocina. Cómo nos reímos con algo tan simple como eso.
—Ahora, corta las zanahorias y los pimientos en trozos y repártelos en los botes—. Mientras tanto, él hacía el trabajo fácil de recolectar de sus macetas el orégano, el tomillo y el comino, y cortar los ajos sin pelar. Igual se había tomado el trabajo de cambiar el agua de las aceitunas todos los días desde hace como no sé cuánto, así que no le puedo criticar nada.
No le puedo criticar nada ni por eso ni por nada más, porque la verdad es que me hace reír mucho y me trata con cariño. Hasta le pude contar lo de Ana y lloré (una sola vez y aunque no era jueves). Me abrazó y yo lo abracé a él. Me sentí muy bien. Me dijo que a él le había pasado lo mismo. Ahora entiendo que no se sacara el barbijo en el auto.
—Un puñado de sal en cada uno de los botes, agua embotellada, removemos un poco y a esperar una semana más.
30 de octubre de 2023
Me dijo papá por videollamada que hoy fue al estreno de la película sobre la muerte de Maradona, que se estrenaba hoy, 30 de octubre, porque hubiera sido su cumpleaños si esa manga de parásitos que lo rodeaban no lo hubieran matado. Papá, todavía la justicia no resolvió el caso, se mandaron a hacer la película por guita. No, hija, no. Al Diego lo mataron.
Está algo más fresco, pero poco y nada. Este lugar es un placer, un lujo haber caído acá. Sacamos de los botes las aceitunas y nos abrimos unas Cruzcampo bien fresquitas.
Ah, hija, me dijo papá, ojo que acá van a cerrar de nuevo las fronteras, que van a limitar los vuelos, que no van a dejar entrar a más de trescientos argentinos por día y que vas a tener que hacer una cuarentena de una semana en un hotel, aunque el PCR que te hagas allá te haya dado negativo, eh, que la variante kappa III está indomable.
No sé si vuelvo, papá.
Sos valiente, hija, siempre lo fuiste.
Javito no mentía cuando decía que sus aceitunas alineadas eran un escándalo. Aunque recién ahora entiendo que escándalo puede tener también una connotación positiva, como también la muerte de Ana puede tener un lado bueno, aunque jamás lo hubiera podido creer.