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94. Un paseo improvisado

Guzmania

 

El camino de tierra que recorría a paso ligero, sin mirar atrás, con los ojos puestos en un horizonte lleno de olivos, llevó a Paula a un entorno natural conocido.
Correr por la Vía Verde del Aceite de Jaén se había convertido en su rutina matinal. Aquel día de otoño decidió avanzar para buscar una nueva meta. Tras kilómetros de carrera marcados por la energía y vitalidad de sus 26 años, decidió continuar paseando.
Hipnotizada por la hilera de olivos que se perdían en la lejanía, tuvo que elegir una de las dos direcciones que el sendero le mostró. Le llamó la atención un pasaje a apenas unos metros.
Se adentró, pasando de la luminosidad del día a la oscuridad de un túnel de coloreadas paredes, selladas por murales de artistas urbanos.
Aquel lugar erizó su piel. Subió el volumen de la música que reproducía su móvil, preparó la cámara e inmortalizó aquel lugar. Al ver la imagen en la pantalla se dio cuenta de que había alguien más. Devolvió su vista a la realidad y vio salir a un joven cargado de materiales.
Sonaba ‘Chambao’. Dejó de caminar para bailar y cantar un estribillo que se sabía de principio a fin. La escena no pasó desapercibida para el joven que la precedía.
Descarado, se detuvo para observar cómo aquella joven movía su cuerpo, se dejaba llevar. Parecía que soñaba despierta. La reconoció y se quedó inmóvil. Su cuerpo parecía el tronco de un olivo anclado al suelo. Engalgado en el túnel, esperaba a que Paula llegara hasta él.
-Perdona, ¿has pintado alguno de los murales de este lugar? -preguntó la joven.
Antes de responder, guardó en su mochila una fotografía.
-Sí. Ya casi está terminado. Sólo me falta aquella esquina-, dijo señalando un mural.
-¿El de los motivos olivareros? -preguntó Paula.
Los dos observaron la pared del túnel que los había encontrado, apreciando murales que acercaban a quien lo atravesar a un mar de pequeñas hojas de un verde plateado, olivos, aceitunas, gramíneas y ramas regadas por gotas de aceite de oliva.
Aquel espacio se estaba convirtiendo en una continuidad del paisaje natural. El gris de su cemento había desaparecido. Ahora, el verde del olivar real y el del figurado en aquella forma de arte, creó un pasaje comunicador entre dos vías verdes más amable para viandantes, corredores y ciclistas. Un túnel conecta dos vías. Aquel, hizo lo propio con dos personas.
-Estará listo en unas semanas. Me falta un detalle, para humanizarlo -le adelantó.
Con la sensación de haber sido descubierto y sin intercambiar más palabras, David se presentó y preguntó el nombre a la que ya era una admiradora de su obra.
Se despidió con una mirada que lo desnudó como hombre. Correspondido, se alejó y siguió su camino.
Una fuerte racha de viento espabiló a Paula. Su cuerpo se había quedado como el de una marioneta a la que cortan sus hilos. Estaba nerviosa. Su corazón le avisó. El pálpito acelerado que sentía se lo provocó el muralista experto en paisajes olivareros.
Devolvió la música a sus oídos y con el hambre de quien aún no había desayuno, aligeró la carrera de vuelta a casa.
Elegir uno de los aceites de oliva virgen extra de su ordenada despensa, regar el pan recién comprado, mancharse los dedos con un sabroso oro líquido y chupárselos en un desayuno saludable, era su momento dilecto. Imaginó compartir esa complicidad con David.
Pasaban los días y sus carreras matinales se prolongaban hasta aquel túnel, punto y final de un camino que inició como improvisado y que ya era provocado por sus ganas de volverlo a ver.
No coincidieron, pero el mural estaba terminado.
Como si de una imagen fotográfica se tratara, Paula había sido inmortalizada corriendo. Le llamó la atención un detalle. En su mano, llevaba una rama de olivo. Fue entonces cuando se dio cuenta de que David la había visto antes.
Desde hacía dos años, Paula regentaba una tienda de productos de cosmética ecológica. En el mostrador, siempre reposaba una rama de olivo. La cogía en la Vía Verde del Aceite. La portaba en su mano mientras practicaba deporte. Conectaba así con un paraje que la hacía feliz.
Las horas las pasaba rodeada de cremas, geles y otros productos corporales hechos a base de aceite de oliva. En cada promoción o venta con sus clientes, destacaba los beneficios para la salud del oro líquido que se producía en su ciudad natal. A los turistas siempre les recordaba que Jaén es la capital mundial del aceite de oliva.
El reloj marcó la hora del cierre. Bajó la persiana, pero subió su deseo de volver a la Vía Verde. Con la luz del sol casi apagándose, decidió despedir el día dando un paseo.
Cansada, se apoyó en un mirador de madera con vistas a un olivar perenne. Siempre pasaba corriendo y decidió dedicarse unos minutos. Cerró los ojos, sin prisas, cuando sintió que alguien se acercaba. Aquel lugar era parada habitual para otros viandantes.
-Hola, ¿estás bien? -preguntó un señor mayor del que tiraba un enorme perro.
Paula agradeció la atención y se arrodilló ante el can. Mientras rascaba su viejo y canoso lomo, le contó a aquel desconocido qué esperaba de aquel lugar. Lo invitó a visitar el túnel. No quedaba lejos.
El hombre rechazó la propuesta apuntando con su índice izquierdo dónde residía. Su vivienda, de fachada blanca impoluta, se veía. Era de las pocas de la zona, una privilegiada por estar rodeada de olivos que llevaban más de un siglo aferrados a aquellos terrenos.
-Bonito lugar para vivir. Siempre que paso por la Vía Verde del Aceite imagino cómo sería mi vida en un entorno como éste -le dijo.
-Si me acompañas, te lo cuento-, se atrevió a proponerle el señor mayor.
Al llegar a la vivienda, la puerta estaba entreabierta. Olía a repostería. María, la señora de la casa, acababa de sacar del horno un bizcocho. Su cocina la delataba. Una botella de aceite de oliva virgen extra medio acabada, restos de harina y cáscaras de huevos aguardaban aún en la encimera.
-Miguel, ya me estabas preocupando. He escuchado al perro y he abierto. ¿Tenemos visita?
Paula respondió con una sonrisa y contagió el rostro de María. Con la complicidad de quien necesitaba compañía y quien agradecía la visita, se adentraron en el hogar que el matrimonio llevaba compartiendo cerca de cincuenta años.
En las paredes del enorme salón colgaban retratos de la familia que habían creado, no sin dificultades. Miguel y María tenían las manos gastadas por el trabajo en el campo. Sus rostros estaban rajados por el paso del tiempo. Sus cuerpos, encorvados por el esfuerzo de una vida dedicada al sector olivarero y a la crianza de sus dos hijos. Toda una experiencia de vida que dejaba en sus labios historias para escribir un relato.
-Mi madre siempre baña los bizcochos con chocolate casero, hecho a base de aceite de oliva y cacao en polvo. Está exquisito-dijo la joven mientras apreciaba las fotografías de aquel hogar.
Se detuvo en una. Su semblante cambió y le entró la prisa de quien tiene que volver a una Vía Verde ya iluminada con luz artificial. Se estaba despidiendo cuando la puerta de aquella casa se cerró. El portazo que dio David dejó muda a Paula.
Miguel y María eran los abuelos maternos del artista de la familia. Aquella tarde, su abuela lo había llamado para que recogiera el bizcocho de aceite. María los fue a presentar, cuando David contó que ya se conocían. Miguel sonrió pícaro.
-Usted lo sabía todo. Cómo me ha engañado -exclamó Paula, no sin mostrar sorpresa por aquella inesperada situación.
El matrimonio se retiró y dejó a los jóvenes en el salón. Ruborizada, Paula le contó todo. Mientras la acompañaba a la puerta, David sacó la fotografía que escondió el día que la vio bailando en el túnel.
-¿Por qué tienes esta foto? -preguntó.
-Hago deporte por la Vía Verde. Salgo en bicicleta. En más de una ocasión te he visto corriendo. Llamó mi atención que siempre lo hacías con una rama de olivo. Te fotografié de espaldas, sin que te dieras cuenta. Sólo quería que si algún día pasaras por el túnel te reconocieras -respondió.
Paula se dejó llevar. No pudo ocultar la verdad de sus ojos.
-¿Y ahora, qué hacemos? -dijo, no sin temer la respuesta de David.
-Ven, quiero enseñarte algo.
La cogió de la mano y la llevó al mirador, ante la valla de madera en la que hacía apenas una hora se había apoyado. No había candados que sellaran historias de amor. Sí iniciales y fechas. Ninguno se atrevió a escribir las suyas. Paula le robó un beso. David le pidió más.
Se adentraron en el camino rural y al cobijo de un olivo elegido al azar, volvieron a unir sus labios. En esa intimidad, se despidieron.
Llegaron días de lluvia y nublaron la ilusión de volverse a ver. No sabían más que sus nombres. El mar de olivos de la Vía Verde estaba empapado, pero la alegría de Paula se secaba.
El paraje verde que iluminó sus encuentros, se oscureció con la llegada del invierno.
Al tachar en el calendario el segundo día de enero, Paula decidió volver a ver a Miguel y María. Preparó una de sus mejores cremas a base de aceite de oliva para que aliviaran el rastro del frío en las manos del matrimonio.
Llamó a la puerta. Ese día estaba cerrada. Sin respuesta, ni el perro ladraba. Sólo los olivos que rodeaban la casa sabían dónde habían ido.
Dejó el regalo y su tarjeta en la entrada. Si alguien volvía, sabría cómo encontrarla.
Llegó la primavera y los olivos de la florecida Vía Verde del Aceite se vistieron de gramíneas. Paula no volvió a coger ramas de olivos para su tienda, pero aquel día, al subir la persiana de su tienda encontró una, con una nota. La citaban en el mirador.
Miguel y su perro la esperaban. Tenían un mensaje para ella. David tuvo que marcharse aquella misma mañana. Su pintura impresionista, en la que el paisaje del olivar y de la Vía Verde del Aceite de Jaén llenaba sus lienzos, interesó a una galería italiana.
-Le dimos tu tarjeta, para que fuera a verte. Hoy tendría que ser él quien te diera esto -avanzó Miguel.
-Pensaba que lo volvería a ver -lamentó Paula.
-Ábrelo -dijo insistente Miguel.
Las manos de Paula temblaban. Rompió con ganas el papel y encontró un lienzo idéntico al que David había plasmado en el túnel.
-Quiere que sepas que cuando vuelva, irá a buscarte a tu tienda -comentó Miguel.
La joven se despidió y buscó una vía llena de frondosos olivos para volver a la ciudad.
Llevó el lienzo a su tienda. Paula tenía un motivo más que promocionar entre sus clientes: un paisaje inigualable, la Vía Verde del Aceite como paraje olivarero para improvisar un paseo que puede hacer vivir a cualquier persona una historia inolvidable, cualquier época del año.

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