
86. El árbol de la vida eterna
Un fuerte golpe lo despertó de su plácido sueño. Alberto se levantó preocupado, con el corazón acelerado, buscó el origen del golpeteo. Buscó debajo de la cama, en el armario y dentro de su baúl, pero no lograba encontrarlo. Le sobrevino un dolor de cabeza, se mareo y cayó sentado de nuevo en la cama, el dolor era tan insoportable que se llevo la manos a la cabeza y mantuvo los ojos cerrados. El fuerte golpe continuaba haciéndose más agudo y la cabeza la sentía pesada— ¡ay que dolor de cabeza!—gritó. Finalmente cayó de nuevo acostado, se revolcaba del dolor por más que intentaba quedarse quieto hasta que el dolor se fuera. Lentamente se hundió en la profundidad del sueño por largas horas. Fue su hija marta quien lo despertó agitándolo por los hombros.
— Levántate, ya es tarde y tienes que comer—Alberto pareció disgustado—que has hecho, no ves que estaba soñando algo muy bueno—dijo
—Que voy a saber yo, si se supone que tu no sueñas, ni siquiera puedes dormir bien, siempre te despiertas con el zumbido de los zancudos o con el silbido del viento. Más bien estaba preocupada por ti.
—Sí pero hoy pude hacerlo, era un sueño maravilloso en donde yo iba en un carruaje porque era rey de un pueblo, luego soñé que yo era un viajero que había llegado a un lugar del sur, más allá del océano, donde había un tronco de piedra era extraordinariamente inmenso, allí me encontré con una tribu indígena que me dieron de beber de el agua que se deslizaba por el gran tronco de piedra, entonces vi mi reflejo, yo era más joven lucía como a mis veinte años. Alberto estaba exaltado, alegre como nunca antes.
Marta sorprendida, se rio de él—que bueno que pudieras soñar y recordar todo aquello
—¿Sabes que estoy pensando?—dijo Alberto muy seriamente
—¿Qué?—respondió ella intrigada con la respuesta que le daría
— Tal vez no sea solo un sueño, sino una visión.
Marta al escuchar lo miró directamente a los ojos, se acerco y tocó la frente para comprobar si su repentino cambio provenía de una enfermedad—¿te sientes bien?—preguntó desconcertada.
Alberto tenía más de setenta años, pero aun tenía bastante energía y a lo largo de su vida jamás había demostrado los ánimos para arriesgarse a nada, siempre le gusto la calma y la comodidad, su humor no era el mejor. Sólo servía para lo que le enseñaron: trabajar sin tener opción para perseguir lo que quería.
—¿Visión de qué?
—¿De qué? Obviamente: de que en algún lugar del mundo está ese árbol de piedra esperándome para hacerme más joven y quizá ser el rey de nuestro pueblo, si ambos sueños son una premonición.
Marta volvió a mirarlo desconcertada—quédate allí sentado. Ahora vuelvo voy a buscarte a alguien para que te venga a revisar. Creo que estás enfermo.
—No, no estoy enfermo. Créeme lo que te digo. Tal vez te traiga algo del árbol para que seas joven por siempre igual que yo.
—Estás loco y me estás preocupando. Ya regreso—salió apresurada.
Mientras tanto Alberto seguía inspirado y confiando plenamente en él mismo.se fue directamente a su biblioteca a buscar cuanto pudo sobre las tierras del sur.
Revisó cada uno de los libros, encontrándose con lo que ya sabía. Después de atravesar el océano que separaba su continente del sur del mundo solo había la silueta de tierras desconocidas, pequeñas islas de las que se decían que sólo eran bancos de arena, pero nada de aquello era comprobable, los únicos que podían ir eran los que el rey directamente permitía porque quienes se atrevieran a poner un barco sobre aquellas aguas sin tener permiso jamás podrían regresar porque se les trataba como traidores a los intereses de su tierra. Por otro lado se decía que los lugares más allá del océano conducían a tierras prosperas llenas de inmensas riquezas y que los reyes de todos los lugares siempre iban allá a gozar de sus fortunas. Alberto era consciente de ambas versiones, por lo que puso a ambas en cuestión.
Marta regresó y lo encontró tirado en el suelo con un montón de papeles y libros regados.
—¿Qué haces?—preguntó aun consternada—mire lo que está haciendo—le decía a un una mujer que iba entrando—él no está bien.
—Vas a seguir, te dije que estoy muy bien—respondió Alberto, mientras seguía con los ojos puestos en los papeles.
—Por favor revíselo y dígame que puedo darle—insistía casi suplicando Marta a la señora.
—mucho gusto soy Regina—dijo a Alberto—puede venir por acá. Lo hizo salir hasta la sala, lo sentó y de inmediato comenzó a escrutar: colocó su oreja en el pecho, estaba bien. Revisó sus ojos, su boca y poco a poco fue examinándolo por todas partes.
—El señor está en perfectas condiciones—aseguró Regina
—¿Entonces puedo hacer el viaje al sur?—continuaba mas emocionado.
—Claro puede hace lo que quiera con su vida—respondió Regina con una enorme sonrisa.
—Marta miró a la Regina considerando que había buscado a la persona incorrecta y que sólo había aumentado la magnitud del problema inicial.
—Debe considerar a su padre, ya está viejo—dijo delante de Alberto, el que se sintió más que satisfecho con la opinión de la señora.
Regina a la salida dio un frasco a marta sin que Alberto se diera cuenta—ponga dos gotas a su vaso de agua cada mañana y en la noche para que él duerma durante el día. Esas cosas de la que habla pueden conducirlo a la demencia y puede agravarse si no descansa. Sígale la corriente hasta que se canse.
—Muy bien—se sintió más tranquila Marta.
En la mañana Marta le fue a llevar el vaso con agua al que agregó las dos gota como se lo habían ordenado.se encontró con Alberto que ya estaba despierto y con un bolso en la espalda.
—Ahora que haces despierto tan temprano—miro extraña la situación.
—Como te dije, me voy—respondió el muy decidido
—¿Entonces me dejarás sola?
—No me iré para siempre pronto regresare por ti. Recuerda que seré el rey de éste pueblo y ningún rey puede gobernar desde la distancia.
—¿Y cómo te irás?—quiso hacerlo pensar—no tienes con que—además si lo haces nunca más podré regresar
—¿Quieres que te lo repita?, cuando regrese con el agua de la eterna juventud todos la querrán, entonces me harán su rey.
—Marta temía dejarlo salir, pero recordó el consejo de Regina—está bien pero regresas luego de que te digan que no puedes montarte en ningún barco.
—¡Trato hecho!—dijo Alberto aún emocionado como un niño—cuida bien de mi jardín y sobre todo de los olivos que sembramos tu madre y yo el día de nuestra boda.
No renunciaría a la idea por más que su hija la quisiera arrancar de su cabeza. Así que dio marcha hacia los muelles que no quedaban tan lejos. Al ver aquel trajín de hombres toscos y despiadados subirse en los barcos sintió miedo. También lo sintió al ver la inmensidad de aquel mar que había visto toda su vida, pero ahora era diferente porque iba a ir mas allá de lo que él y mucha gente conocía—¿y ahora qué hago? no puedo regresar Marta se reirá de mí. Seguro debe estar esperándome tras la puerta para burlarse y decirme: “te lo dije”. Peor aún, nunca seré joven eternamente ni mucho menos un rey—claro que no, no me voy a detener hasta lograrlo—pensaba cada vez que daba un paso hacia adelante. Se quedó viendo desde el muelle a los fuerte y grandes hombres que subían y bajaban cajas de madera, pero estaba tan atravesado que hizo que uno de ellos chocara con el—quítese—gritó
—Ten cuidado, eso es lo más valioso que tendrás en tus mas—gritó otro desde el barco. Alberto escuchó cuando el que se había tropezado con el dijo a quien le entregaba la caja: éstas son verdes y las más redondas y grandes. A su cabeza vinieron perlas, pero ¿verdes? Tal vez allá existían cosas nuevas y que el mundo apenas empezaba a descubrir.se acercó y preguntó si podía subir—como era de esperar le contestaron: ¿estás loco?
—Puedo pagarte—sacó de su bolso unas cuantas monedas de plata
—El hombre soltó una gran carcajada que se escuchó en todo el puerto—no necesito eso, puedes irte antes de que sea yo el que te saque de aquí.
Una vez más pensó en regresar—no lo haré—se respondía un conflicto consigo mismo. Regresó al lugar donde había permanecido viendo los barcos. Cuando se hicieron las seis y ya no quedaba nadie tuvo que resignarse—me fallé—se lamentaba. En el momento en que se levantó para volver a casa, vio encenderse una luz ajo el muelle y de bajo de la arena comenzaban a salir personas dirigiéndose hasta ella.se quedó pasmado creyendo que no eran humanos, hasta rectificar que en efecto lo eran.
—¿qué es eso?—preguntó a uno que había pasado cerca de él.
—Los barcos de los libre, nos vamos de aquí—gritó mientras corría.
Sin entender Alberto hizo lo mismo y corrió hasta el muelle, debajo del cual había otras personas desenterrando los botes.
—¿Por qué hacen eso?—le preguntó Alberto a una persona que estaba cubierta con una caperuza negra cual no permitía ver su cara.
—Muchos de ellos los hacen en sus casas y los ocultan por la noche bajo la arena para que nadie los descubra. ¡Rápido, debes subirte!—le dijo empujándolo dentro del bote.
¿Tú no vas?—preguntó Alberto
—Me quedaré ayudando a más personas—dejo el extraño dando la espalda .desde lejos Alberto vio cuando el hombre regreso bajo la arena
Alberto seguía sin saber cómo aquella situación había ocurrido tan rápido, que ni siquiera podía comprender bien.
Unas cuantas horas que pasaron sin eventualidad mayor que mareo y las náuseas provocados por la agitación típica del mar. Hasta que se pudo ver la tierra firme y allá había montañas sobre cuyas cimas se erigían castillos inmensos con cúspides doradas.
—¿allá vamos?—preguntó Alberto señalando las torres.
—no, allá viven monarcas y ese tipo de gente, nosotros vivimos allá—dijo señalando al lado opuesto. Un lugar cubierto de arboles, y vegetación.
—¿Ellos saben que ustedes viven allá?—sintió curiosidad.
—claro que saben, es ahí donde van a buscar a sus esclavos. Esto es una especie de prueba donde sólo los que llegan vivos allá tiene el honor de convertirse en parte de su servidumbre. Sabes…no todos tienen la oportunidad de llegar, muchos naufragan, dejando por ahí en algún sitio a una familia que los espera de regreso ¿Y tú a vas a hacer allá?
—No puedo decirlo es un secreto. Pero cuando te vuelva a ver te lo diré
Llegaron al sitio y Alberto de inmediato abrió el mapa, sabía que tendría que continuar a pie entre la tupida vegetación y con mucha valentía así lo hizo.
Durante tres días caminó hasta encontrarse un rio. Recordó que lo había visto en su sueño, lo que confirmó la veracidad del mismo. Lo atravesó y al hacerlo se percató que no era lo mismo que había visto del otro lado, las selva se había convertido en una pastizal lleno de chozas al en la lejanía estaba en inmenso tronco de piedra. Todo parecía deshabilitado un anciano de baja estatura, con cabello blanco salió desde un de las chozas, sin preguntar nada lo tomo de la mano. Alberto estaba asustado, sentía que lo miraban desde algún lugar
—¿Quién es usted?—dijo con voz temblorosa.
Pero el anciano no entendía nada le llevo hasta el centro de un circulo de piedras .El anciano se agachó, metió la mano en un hueco con lodo, untó la pasta sobre los parpados de Alberto, se quedo estupefacto porque ahora podía ver personas que se agrupaba alrededor del círculo y un líquido dorado que caía como una cascada desde lo alto del tronco de piedra, luego colocó un poco en ambas orejas, entonces el silencio desapareció, pudo escuchar el canto de aves que nunca antes oyó y la risa de los niños, podía entender su lengua. Terminó untando mas sobre su boca y todos pudieron entender lo que decía.
—yo soy el chamán de ésta tribu ¿Qué haces aquí?
—bueno… soñé con esto hace unos días. Soñé que si bebía de ese líquido sería joven y tendría vida eterna.
—¿por qué crees que mereces tener vida eterna, que eres par los demás?—preguntó el chamán mirando fijamente a Alberto, éste se quedó sin saber que responder, pero luego de un momento contesto:
—tengo una hija que cuidar, si fuese eterno tendría una vida por delante, haría tantas cosas que nunca antes he hecho, me arriesgaría más, buscaría todo aquello que olvide o que no le di valor, tendría tantas cosas por hacer—dijo creyendo que sería suficiente para complacerlo.
—¿y por qué no lo hiciste? ¿Qué te lo impidió?
—porque no entendía nada, no supe valorar el tiempo
—la gente de aquí puede ser eterna y aun así ninguno quiero serlo—explico el chaman— ni siquiera yo, beber del aceite de ese tronco implica ver pasar el tiempo sin poder detenerlo para los demás, ver morir personas, ver conflictos y falsas esperanzas. llevo más de tres eras en este mundo y todo acaba igual, he sufrido al ver morir tanta gente que he querido, que ahora lo único que me duele es la costumbre, ya no los he vuelo a llorar he perdido la sensibilidad por los efímero, me acostumbre a perderlo todo una y otra vez, porque si no aprendiste a ser humano en una vida sabiendo que puedes perderla, menos lo harás sabiendo que tienes una eternidad para “enmendar tus errores”, Pero si aún así quieres, pues ve allá y bebe lo que quieras, serás joven y eterno . Habrás sido uno de los dichosos que ha conocido el árbol de la eternidad.
Alberto se sintió realizado, había alcanzado su más preciado deseo, fue hasta donde caía la cascada oleosa y se dejo bañar por, puso sus manos a modo de taza y bebió—es de oliva, es lo mejor que he proado— Luego del éxtasis se sintió cansado, se recostó sobre unas rocas y durmió confortado.
Al despertarse estaba en su cama, se levantó para mirarse al espejo y efectivamente era más joven tenía piel linda y suave y su gran cabellera negra.
Marta entró junto con dos hombres, se quedaron sentados en la cama. Alberto gritaba de alegría, pero notó que Marta no podía entenderlo—¿será por barro en mi lengua?—pensó y se limpio la lengua con la mano.
—Murió en la mañana—dijo Marta a los hombres— Escuché que le dolía la cabeza y cuando entré estaba allí tirado en la cama, sin respirar. Marta hizo lo debido, sacó del bolsillo del pantalón del Alberto unas monedas de plata –con esto pagaré al carpintero para que haga el ataúd, además tendré que cortar los olivos para que los haga con esa madera, así serán más baratos. Ya pueden llevárselo, hace rato le coloque aceite de oliva en su lengua para asegurarle alimento en el mas allá.
Alberto había fallecido esa misma mañana en la que había decidido empezar a querer vivir, en la que decidió sonreírle a las circunstancias y a arriesgarse, pero aun así no era demasiado tarde. Volvió el golpeteo en la cabeza de Alberto, pero no decidió buscar de donde provenía, sabía que era el martillo del carpintero sobre los clavos de su ataúd, hecho con los olivos que con tanto cariño habían cuidado junto y su esposa. Y sólo así comprendió que la eternidad era un beneficio del cual únicamente gozan los espíritus, por que el cuerpo humano es demasiado frágil para contener tanta infinidad. Ahora estaba destinado a vivir dentro del cajón de madera de olivo durante la eternidad de su alma.