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76. Un juicio a media noche

Juan Antonio Álvarez Moral

 

Desde la celda se escuchaba un murmullo intenso, Pedro estaba asustado, no sabía por lo que se le juzgaba y eso le hacía tener un nerviosismo extremo. En su mente surgían dudas: ¿tendría abogado?, ¿será un juicio justo?, ¿tendrá valor su explicación?
A lo lejos escuchó abrir unos cuantos cerrojos, unas voces hablaban entre ellos pero no pudo entender lo que decían. Segundos más tarde un par de olivos de dos pies le abrieron la celda, lo esposaron con unas varetas, flexibles pero muy duras, y le echaron un saco de rafia por la cabeza.

Pedro comenzó a andar por un largo pasillo, el saco tenía olor a atrojado, que le entraba por la nariz. Su mente no paraba de pensar de qué forma podría quedar libre de este juicio. Mientras avanzaban por el pasillo el murmullo se hacía más intenso, ya casi se podía diferenciar alguna palabra. Giraron a derecha y luego a izquierda, se detuvieron un momento y una puerta se abrió. Una brisa fresca penetró por su ropa, lo que Pedro agradeció ya que tenía el cuerpo empapado de sudor por los nervios. El vocerío terminó cuando la puerta se abrió.

—El juicio va a dar comienzo, sus señorías y público en general tomen asiento —gritó una voz desde lo alto de una tribuna dando unos golpes con el mazo—. Carceleros lleven el preso al banco de los acusados.

Los dos olivos que llevaban a Pedro lo obligaron a andar unos metros. Todo estaba en silencio, solo se escuchaba el crujido de hojarasca seca y restos de poda a cada paso del detenido. Por fin llego a su asiento y los carceleros le quitaron el saco.
La luna era inmensa e iluminaba todo, él estaba colocado en el centro de lo que parecía un antiguo teatro romano. Pedro miró a su alrededor, los asientos estaban llenos de olivos de muchas variedades y diferente forma. La sala permanecía en silencio esperando a que hablase el juez principal, que era un inmenso olivo de tres pies, con incontables recovecos en su corteza. Era mayor sí, pero tenía una elegancia inigualable.

—Da comienzo el juicio por genocidio de olivar tradicional variedad Picual —dijo el juez—. Soy el Gran Olivo, y hoy serás juzgado por los aquí presentes en una doble votación popular. Primero se escucharán los hechos y luego la defensa de tu abogado y se hará una primera votación y acto seguido podrás exponer lo que creas oportuno para tu defensa y se volverá a repetir la votación, aunque yo tengo la última palabra para dictar sentencia. ¿Queda entendida la sala del derecho del olivo? —gritó el Gran Olivo pasando la mirada por todos y cada uno de los allí presentes.

Pedro no sabía que podría hacer. Los olivos lo miraban con inmensa rabia. Las preguntas se agolpaban en su cabeza. ¿Cuánto seria la pena por lo que se le acusa? ¿Cómo han podido detenerlo los olivos? En el silencio de la sala, un crujido de hojarasca seca lo alertó de que alguien venia hacia él. Miró hacia atrás y se encontró a un joven olivo variedad picual que se sentó a su lado.

—Soy Luis, tu abogado, no tengas miedo Pedro vamos a luchar por tu absolución — dijo con serenidad el joven olivo, lo que tranquilizó un poco al acusado—. Su señoría soy el letrado Luis Olivar, y vengo a defender a mi cliente —habló Luis con el Gran Olivo.
—Perfecto señor letrado, será un juicio rápido por lo que cuando termine el señor secretario con los antecedentes de hecho podrá hablar usted en representación de su cliente —contestó el juez.

—En primer lugar vamos a establecer los antecedentes de hecho de este caso —dijo el secretario. Pedro Sierra Ureña tenía una parcela de olivar tradicional heredada de su padre, dicha parcela tiene una extensión de tres hectáreas. Como he dicho antes el acusado tenía plantado olivar tradicional de dos y tres pies. Según hemos recogido en su declaración cuenta que un día decidió arrancar dicha parcela y plantar de nuevo los olivos en una marca intensivo y a un pie. Él no se ha dado cuenta de que en este proceso ha cometido un delito contra los olivos, ha asesinado la friolera de trescientos cincuenta olivos, sin contar a toda la fauna que allí existía, como conejos, serpientes, lagartos y demás insectos que se quedan si su vivienda habitual. Como secretario del juicio digo que este hombre es un peligro para la humanidad del olivo, si lo ha hecho una vez quien nos dice que volverá a hacerlo. Yo propongo que cumpla una pena de cincuenta años de prisión. Y sin nada más que añadir, pasó la palabra al señor juez—. El secretario hizo una pequeña reverencia al Gran Olivo.

—Muy bien señor secretario, ahora demos la palabra al letrado de señor Pedro Sierra, para que alegue lo que crea oportuno —dijo el Gran Olivo.

—Bien señorías, me dirijo a ustedes pidiendo clemencia para el acusado. Él es inocente de cometer este delito antes descrito. Quiero decir que si se arrancaron los olivos, pero no es delito, en nuestro sistema jurídico sí, pero en el de los humanos no es delito. Pero me gustaría exponer el proyecto de Pedro. Como se ha dicho antes el heredó esa parcela de su padre y comenzó a hacerle todas las labores que le corresponden a los olivos, poda abonado, arado y recogida de aceituna. Además de todas las labores hay otros factores que influyen en el olivo como es la vecería, la sequía y climatología severa como granizo, y estoy seguro que todos los aquí presentes lo hemos sufrido en alguna ocasión de nuestra vida—. Luis paró un poco y paseó la mirada por los estrados y vio asintiendo a la mayoría de los olivos. También le guiñó un ojo a Pedro para tranquilizarlo.

Cosecha tras cosecha mi cliente veía que la finca con la que su padre había podido alimentar a su familia, ahora se quedaba corta y apenas era rentable, por lo que estuvo buscando fórmulas para incrementar su rendimiento, pero tras varios intentos de buscar agua y ahorrar costes entendió que el camino no era ese. Por lo que decidió de arrancar los ancianos olivos e ir hacia otro tipo de agricultura más moderna—. La sala comenzó a impacientarse, algún olivo le recriminó llamarle viejo. Llegaba el final de la intervención del abogado Luis.

—Letrado termine su exposición, que tenemos que hacer la primera votación —le apremió el Gran Olivo.

—Sí, su señoría ya termino. Pido la absolución para mi cliente, solo trata de hacer rentable el antiguo terreno de tu padre, muchas gracias por su atención —dijo Luis yéndose para su asiento.
—Bien señor secretario, ahora vamos a comenzar la votación a rama alzada. Y un alto porcentaje lo declara culpable será condenado y tengo que decir lo mismo si sucediera al contario. En caso en empate debo hablar yo —habló en voz alta el Gran Olivo—. Muy bien, empecemos.

—¿Quién de ustedes está a favor de condenar al acusado Pedro Sierra Ureña, por el asesinato de trescientos cincuenta olivos? —preguntó en voz alta el secretario.

Lentamente muchos olivos comenzaron a levantar sus ramas para que todo el peso de la ley cayera sobre el acusado. El secretario estuvo un rato contando ramas y apuntando en un papel. Volvió a levantarse.
—¿Quién de ustedes ve al acusado inocente de los delitos que aquí se han expuesto? —preguntó de nuevo.
Poco a poco los olivos levantaron sus ramas, Pedro no quería mirar tenía las manos en la cara. Se comenzó el recuento de las ramas. El secretario sin decir una palabra con la cara llena de asombro apunto la cifra en el papel, subió al estrado del gran olivo y le susurró en el oído.

El acusado estaba muy nervioso, sus pies no paraban de moverme en el sitio y apretaba muchísimo la mandíbula, esperando el fatal desenlace.

—Pues señores olivos, parece ser que hemos tenido un ajustado resultado. De ciento cincuenta olivos, setenta y cinco ha votado a favor de condenarlo y el resto a favor de declararlo inocente. Por lo que debo dictar sentencia, pero según como rige el derecho de los olivos el acusado tiene una última oportunidad de hablar e intentar buscar la inocencia —expuso el Gran Olivo entre los allí presentes—. Y solo después de eso yo puedo dictar la sentencia firme.

Pedro no sabía que decir, era la ultimo oportunidad que tenía para poder quedar libre, debía de hablar desde el corazón, aunque él arrancó los olivos no tenía mala fe en su acto.

Sí, su señoría —dijo Pedro levantándose—. Pero antes si no es mucho pedir me gustaría que me retirasen las varetas que tengo como grilletes, puede ser que sea mi último momento con libertad y me gustaría poder disfrutar de la gesticulación de mis manos—. El gran olivo aceptó su petición. Tocándose las muñecas se veía libre. Todo había sido una maniobra para ganar tiempo y pensar más el discurso.

—Bien, ya que son mis últimas palabras me gustaría decirlas desde el corazón. Yo heredé esa tierra de mi padre, unos olivos en los que mi padre trabajó mucho para poder sacar su familia hacia delante. Yo en mi juventud no quise dedicarme al campo, pero al fallecer él yo no podía dejar de lado todo por lo que mi familia había luchado. Por lo que decidí hacerme cargo de esos olivos, pero como ya ha contado el letrado Luis, esas tierras con el valor de vida que hay en estos días es imposible mantenerlas por lo que decidí arrancar los olivos y volver a plantarlos de nuevo, de una forma más eficiente. Durante el tiempo que he estado dedicándome a cuidaros me he dado cuenta de que sois el mejor regalo del mundo y echáis un oro líquido especial valorado en el mundo entero. Pero os voy a hacer una pregunta. ¿Cuántos años crees que puedes tener? —le preguntó a un olivo.

—Si no recuerdo mal, creo que puedo tener unos ciento veinte años —contestó el olivo, que no se esperaba la pregunta.
—Bien, muchas gracias por la respuesta. No os quiero llamar viejos, pero lo que yo quiero hacer que veáis, es que para que ustedes señores olivos estén aquí en este momento hubo antes otros olivos que murieron para plantarles a ustedes, y así el humano seguir produciendo el aceite de oliva virgen extra —expuso Pedro, que ya quería terminar—. Mi único objetivo en la vida es dejar a mi hijo un futuro con este terreno o vosotros no os dais cuenta de que si no os renovamos se perderá el cultivo del olivo. Ustedes mismos deben haberse dado cuenta que los humanos que van al campo cada vez son más mayores por lo que ya no veis niños como antaño verdad, creo que esto es una renovación recíproca. O queréis que los humanos se olviden de vosotros y no os cuiden, porque no si actuamos juntos el futuro nos deparará eso —de esta forma Pedro concluyó y volvió a su asiento.

La sala se había quedado muda, los olivos se miraban los unos a los otros sin saber qué hacer. Hasta el Gran Olivo quedó sin palabras, estuvo uno momentos reflexionando en silencio. Y se levantó para dictar sentencia.
—Después de haberte escuchado Pedro Sierra Ureña, y antes de darte el veredicto final, me gustaría decirte unas palabras. Tus palabras nos han hecho pensar a todos unos momentos, quizás estamos tan absortos en nuestros quehaceres como olivos y no vemos más allá. Y creo que estamos en una gran encrucijada para decidir nuestro futuro como cultivo. Necesitamos más agricultores valientes y también necesitamos ver niños entre nosotros. Por esto y que sirva como sentencia firme e irrevocable la sala decide que quedes absuelto de todos los cargos que se te imputaban, por lo que eres libre. Espero de corazón que cumplas tus palabras y dejes futuro para nosotros. Puedes marcharte —sentenció el Gran olivo y la sala irrumpió en aplausos. Pedro estaba feliz, su abogado Luis lo abrazó con fuerte que le hinco alguna que otra pequeña rama en el cuerpo.

 

—Pedro, Pedro, Pedro. Despierta que te has quedado dormido —le decía su mujer mientras lo zarandeaba un poco.

—Me quedé dormido anoche leyéndole un cuento a la niña —dijo Pedro mientras se estiraba un poco.

—¿No venían hoy a plantarte los olivos nuevos? —le comentó su mujer.

—Ah sí, me ducho rápido y voy para el campo, no quiero llegar tarde —dijo Pedro mientras cerraba el cuento infantil “El descubrimiento de Picualita” y besaba a su hija.

—Mi amor, he tenido un sueño rarísimo con los olivos, si te lo cuento no te lo crees — comentaba Pedro a su esposa mientras cerraba la puerta del dormitorio.

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