MásQueCuentos

62. Cuentos de viejas

Roberto Ariel Rumiz Rodríguez

 

Al comprar ese cortijo, Roberto lo que quería era solo tener tranquilidad. Tenía un trabajo en la capital, en Buenos Aires, su empresas de servicios habían crecido mucho después de unos diez años de trabajo duro y tratar a los clientes como reyes, casi siempre tenían la razón y Roberto se había hecho un nombre en el conurbano, tenía el mantenimiento general de varios edificios, bancos y por supuesto de personas individuales que fue como empezó, arreglando enchufes y reparando televisores, hasta montar una pequeña empresa con un amigo donde también hacían instalaciones, siendo Roberto técnico en electrónica, pero le apasionaban las instalaciones industriales, las empresas grandes, como aquella que hacían sillas y muebles de oficina, donde casi empezó todo, luego vinieron otras y luego el primer banco que le solicitó sus servicios.

Luego de esos diez años, ya estaba cansado y decidieron él y su familia comprar algo en el campo para tener tranquilidad y poder criar a su hijo Luis, que ya tenía dos años, criarlo como él siempre quiso, como la madre, María, que venía de un pueblo de España, donde se conocieron cuando Roberto estaba de vacaciones con una novia, perdiendo la cabeza por María, para volver al año siguiente para cortejarla. Así lo hizo y después de varios meses se terminaron casando para regresar a Buenos Aries para seguir con su empresa. Pero María nunca había dejado de soñar y recordar su pueblo, Cazorla, en la provincia de Jaén, casi en el límite con Murcia. Se habían conocido cuando Roberto, como le gustaban los castillos, fue a conocer el castillo La Yedra. Fuera del castillo había una chica vestida con ropaje de época, seguro de promoción; era alta, con un cuerpo tan esbelto que parecía no tener forma, pero su sonrisa dejaba a todo lo demás que desapareciera en los grandes muros que franqueaban el castillo. Sus ojos marrones de un color miel hacían que la dulzura de esa sonrisa fuera más grande y su piel tersa dejaba demostrar una edad que no superaba los veinticinco años. Al mirarla, Roberto quedó casi con la boca abierta y al cruzarse las miradas fue como se dice (amor a primera vista), la contra era que Roberto había ido con su novia de casi un año, pero esa mirada en esa tarde de verano soleado fue la primera noche nublada de Roberto, porque al llegar al hotel tuvieron su primera pelea de muchas hasta llegar a Buenos Aires, bajar del avión en Ezeiza para que cada uno tomara caminos separados. Al año siguiente Roberto volvió al mismo sitio para encontrase otra vez con María, con el mismo vestido y la misma sonrisa. Lo extraño fue cuando Roberto se plantó en frente de ella. María lo miró y, sin estar sorprendida, le dijo

—¡¡Tardaste mucho!!

Roberto la miró y después de cerrar la boca de la sorpresa de la frase, solo hizo una cosa, le sonrió.

Luego de eso y de varios cafés y comidas, y de la pedida de mano a sus padres como era

necesario en ese momento y lugar, se casaron. Todo fue rápido, pero parecía que se conocían de siempre y después de doce años seguían juntos.

Un día le propuso a María, después de una comida cuando recordaban un aniversario, que dejaba su empresa a su socio Fernando, que era un amigo desde el secundario. Al principio María no entendía nada, sabía que la empresa era el sueño de su marido, lo miró y casi sorprendida le dijo.

—Y qué vas a ser.

—No, qué vamos a hacer.

Se miraron unos segundos y ella abrió la boca.

—¿Qué vamos a hacer?

—Nos vamos a España, a Jaén.

María no daba crédito y tampoco entendía nada.

—Comprar un cortijo cerca de la sierra ¿no era tu sueño? Volver a tu pueblo para criar a nuestro hijo.

María lo miró y las lágrimas empezaron a caerle, hasta nublarle la vista, hasta que con el brazo se limpió, para que, al secarlos de sus ojos, el rímel de sus ojos hacia que pareciera una pintada de guerra.

El tiempo pasó, arreglaron sus cosas en Argentina y se fueron a España, a emprender una nueva vida.

El cortijo no era como se lo habían pintado, pero eso pasa, ¿no?, tuvo varias charlas y llamadas con el agente que le vendió la propiedad, pero todo fue en vano, decidiendo afrontar lo que tenían por delante, un cortijo destruido y con unos árboles que no sabía qué eran. Pusieron manos a la obra y después de mucho trabajo arreglaron la casa que venía con el cortijo, una casa hecha de piedras, pero grande y fuerte cosa que parecía peor de lo que era, la pintaron y arreglaron algunas paredes cambiando algunas puertas y el suelo, ya estaba habitable, algunos muebles decidieron dejarlos, pero casi todos fueron comprados nuevos.

Una tarde Luis, recorriendo la finca, apareció corriendo en la puerta de la casa donde estaban Roberto y María tomando unos mates (recordando costumbres argentinas), aunque Roberto era más de café, pero la situación y el entorno lo pedían.

—Mamá, ¡Papá! —gritó con fuerza casi resbalándose al frenar delante de ellos.

—¿Qué pasa?, parece que viste un fantasma.

—No… más adelante hay un montón de árboles que tienen cosas verdes colgando y un señor me dijo que me vaya.

—¡¡¡Qué!!!

Roberto se acordó en ese momento que le había dicho que el cortijo era o fue una plantación de olivares, pero pensaba que no había ningún árbol, le habían comentado que después de un incendio todo se había quemado y los propietarios al perder todo se fueron y la finca desde entonces estaba en venta, pero lo que le llamó la atención fue que un hombre le había dicho a Luis que se vaya (si en varios kilómetros no había nadie). Se levantaron y salieron corriendo, siguiendo los pasos de Luis, para llegar al lugar en que él había visto al hombre que le dijo que se fuera, pero en ese lugar no había nadie. Al levantar la mirada vieron hasta donde les daba la vista varios olivares en fila, todos con aceitunas a rebosar, algunas ya estaban caídas a sus pies. Se miraron los dos y sonriendo diciendo casi al unísono.

—Nos tocó la grande.

Sabían que tenían oro en las manos, pero habría que recogerlas, y él no sabía nada de eso, pero María se había criado con plantaciones de olivares y sabía qué hacer.

Esa noche casi no pudieron dormir por dos razones: primero para plantear una estrategia de negocio y la otra lo que le había dicho Luis, el hombre que estaba en el olivar, aunque ellos no vieron nada, tal vez fue solo su imaginación.

Con algunas llamadas ya tenía varios hombres y mujeres para trabajar y cosechar las olivas. El primer día toda la familia ayudó, pero al terminar la jornada de trabajo se dieron cuenta que ya no estaban para esto y Roberto directamente cayó en la cama y no se despertó hasta el otro día.

Todo parecía estar bien, hasta que una de las empleadas gritando hizo que todos se acercasen a ella para saber lo que le había pasado.

Al llegar vieron que Encarna, que era una chica de no más de veinte años, tenía una marca que le cruzaba toda la cara y de un ojo emanaban borbotones de sangre.

—¡Ayúdenla! —gritó José.

Uno de los trabajadores se sacó un pañuelo que tenía en los bolsillos de detrás de los pantalones y le taponó el ojo para que no perdiera más sangre, llamaron a la ambulancia y aunque la finca quedaba lejos era de fácil acceso y la ambulancia como vino se fue ululando.

Al otro día otro accidente se produjo, pero este fue con las cajas de aceitunas, el que las llevaba, también habrá sido por llevar más de una caja, se tropezó haciendo que las cajas que pesaban por lo visto bastante produjeron que le aplastase los dedos del pie, escuchando como se rompían todos los huesos. Con dos accidentes tan seguidos no sabían que hacer, pero lo extraño era que al preguntarles a los dos accidentados qué había pasado, habían dicho que un hombre de unos sesenta años les había producido los accidentes. A Encarna la había llamado y al darse vuelta le había clavado el palo que usaban para hacer caer las aceitunas y al muchacho del pie roto, había dicho que alguien lo había empujado, haciendo que las cajas se cayeran en su pie. Lo extraño era que no había nadie trabajando que tenga más de treinta. Al llegar a la casa después de visitar en el hospital a sus dos empleados, Roberto le pregunté a su hijo qué aspecto tenía el hombre que había visto hacía ya más de una semana en el campo. En ese momento a Roberto se le pusieron los pelos de punta cuando Luis describió al hombre que vio como un abuelo con barba y pelo blanco y que llevaba una especie de bastón hecho con una rama. Se lo comentó a María, pero ella se terminó riendo y le dijo.

—Solo fueron accidentes, lamentables accidentes, pero no te preocupes, no hay fantasmas.

Riéndose se dirigió a la cocina para hacer la comida, ya era tarde.

A la mañana siguiente se presentaron la mitad de los trabajadores y al preguntar el porqué, le contestaron a Roberto que tenían miedo, por un cuento de viejas, como decían.

—¿Qué es un cuento de viejas?

Los pocos trabajadores que habían venido se miraron entre sí, parecían no querer hablar, porque decían que era de mala suerte. Al insistir, Juan, que era el más veterano con sus treinta tres años, le dijo que había una historia que había pasado hace ya muchos años, se trataba de una familia que trabajaba y vivía en esta finca, que al tener varias cosechas malas el patriarca de la familia se volvió loco y estando su familia enferma por la gripe, a las puertas de la muerte, los mató a todos con el hacha que cortaba leña, cortándole la cabeza y luego prendió fuego al olivar empapándolo con queroseno para luego pegarse un tiro con su escopeta. Desde entonces solo una familia vivió en la finca y no saben por qué, se fueron casi con lo puesto, para que otra vez quedar vacía hasta que después de casi treinta años la compró usted. Pero solo eran cuentos de viejas y los fantasmas no existen, ¿no?

Eso es lo que pensaba Roberto, pero después de caerse una rama de un olivo para pegarle en la cabeza a otro empleado y mandarlo al hospital, al otro día no vino nadie a trabajar.

Trató de buscar por internet la historia de la finca y la historia que le había contado Juan, pero no la encontró, solo halló un anuncio que decía que la finca había sido incendiada por alguien que no encontraron, y que otra familia se había ido sin explicar por qué, yéndose del pueblo. Lo que sí encontró es cómo se llamaba la familia que estuvo antes que él, eran los Rodríguez, un apellido común para España, pero el nombre no, se llamaba Alberto Rodríguez, y tendría casi noventa años si estuviera vivo, descubrió que se fueron a vivir a Almería.

Ahora con todas las ventajas de internet, para descubrir donde vive la gente era más fácil y eso hizo. Después de casi una semana de llamadas por teléfono y recorriendo todas las redes sociales, descubrió que nunca lo encontraría, tendría más de noventa años, pero debería tener hijos o nietos, y eso lo llevó a varios nombres donde uno parecía dar la sirena. No quería decirle nada a María porque no podía creer nada de esto, pero Roberto sabía que de todas estas historias algo de verdad tenía que haber, sino ¿de dónde había salido esa historia, ese rumor?

Había un Alberto Rodríguez en Almería, tenía quince años, obvio que ese sería un nieto, pero pensaba que le habían puesto el nombre del abuelo muerto. Pero no perdía nada, tal vez le había contado historias donde toda la familia lo supiera de por qué se había ido de Jaén.

Le había dicho a María que irían a hacer turismo, ya que era domingo, lo que no sabían es que irían a Almería con la excusa de visitar otro castillo, la Alcazaba de Almería. Fueron, pero después de comer se subieron al auto para recorrer Almería o eso pensaba María, hasta que Roberto paró en una casa.

—¿Dónde vas? —Le preguntó María.

Casi no sabía qué responder.

—Voy a comprobar algo —le dijo.

—¿Qué vas a comprobar?

No recibió respuesta, solo apagó el motor y salió del auto.

María vio que se acercaba a esa puerta y después de dos intentos fallidos, tocó el timbre.

Al rato de no tener respuesta, volvió al auto, arrancó y solo dijo una cosa.

—Nos vamos, ya te lo explicaré.

No hablaron en todo el camino y al llegar a casa María ya no aguantó más.

—¿Qué te pasa? ¿De quién era esa casa?

Después de explicarle todos los descubrimientos que hizo, cómo lo hizo y para qué, María casi no podía aguantar la risa. Se levantó de la silla y desapareció en la cocina. A la noche volvió a salir el tema, pero con el mismo éxito.

A la mañana siguiente, María estaba en la cocina y vio por la ventana que daba al olivar a un viejo con un bastón, recorriendo los pasillos del olivar hasta desaparecer en sus entrañas. Salió corriendo, pero ya no vio a nadie, un pensamiento le recordó a esa tarde cuando su hijo corriendo le dijo que había visto a alguien en el olivar, persona que no encontraron. Llamó a Roberto y le preguntó la descripción que le habían dado los empleados y también su hijo, y aunque Roberto al principio no entendía nada, los dos confirmaron que algo pasaba en la finca, le vino a su recuerdo todos los accidentes y las descripciones de sus empleados más las historias que en el pueblo se contaban de esa finca y lo que había pasado allí hace mucho tiempo. En ese momento entendió el porqué de las investigaciones de Roberto y con bastante reticencia al principio decidió ayudar a su marido en esa investigación, más que nada por la seguridad de su hijo, (era a pesar de toda una madre) y eso hacen las madres.

Esa mañana recibieron una llamada que los sorprendió. Era Alberto Rodríguez (fue que Roberto le dejó una de las tarjetas que le quedaban de la empresa donde detrás había escrito, llámeme urgente, es por un asunto de la finca de Jaén).

El que había llamado era Alberto Rodríguez, pero al ponerse Roberto le pasó con su padre José, que después de hablar unos minutos y hacer algunas preguntas se descubrió que era el hijo de Alberto Rodríguez, propietario de la finca de Jaén. La sorpresa de Roberto fue mayor cuando José le dice que su padre seguía vivo, pero ya no reconocía muchas cosas por tener principio de Alzheimer, pero le explicó que todavía le contaba a su nieto de quince años algunas aventuras del cortijo de Jaén, aventuras que a él le parecían delirios, pero después de la charla con Roberto y lo que le contó de los accidentes, todo tomaba un poco de sentido.

Quedaron que le haría una visita a Almería para charlar con su padre, pero al otro día José llamó a Roberto para decirle que su padre había muerto por la noche, pero antes le había dicho.

—Dile que se vayan, dile que se vayan muy lejos, que vuelvan a Argentina, dile que vuelvan.

Esas fueron sus últimas palabras, pero no entendía lo de Argentina.

—Nosotros somos de Argentina —le dijo Roberto a José.

Un silencio invadió a todos hasta que José le dijo.

—¿Todavía estás allí?

—Sí —contestó Roberto con voz temblorosa.

—Bueno, cualquier cosa que necesites, llama.

—Sí, claro. ¿Ah!…. y lamento lo de tu padre.

—Gracias.

Solo se escuchó el clic al cortar el teléfono.

Al darse la vuelta vio a María, que parecía que había escuchado lo de la muerte de Alberto. Se quedaron un poco atónitos, pero después se sentaron y quedaron mirándose fijamente.

Después de unos minutos María habló.

—Tenemos que irnos.

—¿No era que no creías en fantasmas?

—No, pero lo que pasó hasta el día de hoy, algo en mí me dice que nos vayamos.

—Pero la finca, las tierras, tenemos una hipoteca por pagar, y no tenemos más casa en Buenos Aires.

—No me importa, pero nos tenemos que ir.

María estaba muy nerviosa y Roberto le dio un par de Valium para que se calmara, la acostó y le dijo.

—Mañana será otro día y ya hablaremos y lo decidiremos juntos, como siempre.

Al escuchar estas últimas palabras cerró los ojos y se quedó dormida, sus ronquidos lo demostraban.

Pero esa madrugada, todo cambió. Un grito retumbó en toda la casa y otro le siguió, para quedar todo en silencio de nuevo. Roberto había matado a su esposa cortándole el cuello, dejando un baño de sangre que parecía una cascada cayendo por la cama, luego fue a la habitación de su hijo ahogándolo hasta que no respiró más, solo se escuchaban gemidos y pataleos en la cama.

Roberto se arrodilló en el suelo al lado de su hijo, parecía que se había despertado de un sueño, vio a su hijo inerte en la cama y al ver toda la sangre que tenía no dudó en seguir sus huellas de sangre hasta ver a su esposa, en la cama en un charco de sangre. Salió corriendo de la casa, abrió el maletero del auto, se roció con gasolina que tenía en un bidón y se prendió fuego, dirigiéndose al olivar, resultando un incendio monumental.

Scroll Up