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52. Cambio de planes

Ana Hochenleyter Rodríguez

 

En una finca al sur de Jaén en la que había cientos de olivos, vivía Hueso, una de las aceitunas pertenecientes a un milenario picual.

Desde que abrió los ojos por primera vez, quedó prendado con tal lugar, un mar de olivos eran sus vistas y el olorcillo a tierra mojada era su aroma favorito. Aquellos días en los que el cielo lloraba, Hueso se sentía feliz, sabía que también se puede llorar de alegría.

Hueso era de color verde, de forma elíptica y crecía a buen ritmo, como la mayoría de sus vecinos de las otras ramas. Cuando levantaba la mirada no podía evitar observar a todos los compañeros de olivo y ver si eran del mismo tamaño y color, a veces tenía la suerte de mirar al suelo y encontrar un gran espejo en el que admirarse. Pues para llegar a cumplir su sueño, pensaba que su apariencia sería importante.

Aunque puede parecer aburrido ser una aceituna, nada más lejos de la realidad. Su agenda era de lo más interesante, entre riegos, puestas de sol y que cada semana recibía la visita de numerosos turistas interesados por los olivos y las aceitunas. Hueso siempre estaba muy atento a las explicaciones de los guías y soñaba con viajar a uno de esos países lejanos con idiomas desconocidos, pero su gran sueño, ese que le tenía siempre ilusionado era convertirse en aceite de oliva virgen extra. Cuando veía a los mayores tan líquidos, con un aroma tan agradable con un toque algo picante y amargo, se imaginaba siendo el centro de atención de las catas y deslumbrando en el pan.

Hueso soñaba con pan crujiente y narices haciéndole cosquillas. Una risilla se le escapaba cuando pensaba en ese día. Mientras, esperaba con entusiasmo y disfrutaba cada jornada como un nuevo regalo.
Pero una fría tarde de principios de otoño ocurrió algo inesperado. Hueso iba echarse la siesta, había pasado frío por la mañana y con el sol del medio día le entraron ganas de descansar un rato.
Estaba soñando que hacía carreras bajo la lluvia, podía deslizarse ladera abajo y el mar de olivos desaparecía. No tenía muy claro dónde estaba, pero unos troncos grandes hacían de obstáculos en su camino, mientras que los otros compañeros conseguían esquivarlos, a Hueso le costaba cada vez más, el agua le impedía ver con claridad el camino, hasta que… ¡Pum!
Cuando estaba a punto de chocarse unos delicados pasos le despertaron, era una señora de mediana edad, con unos guantes largos de color rojo y una cara muy simpática, llevaba dos cestos colgados de distintos colores, uno era de color rojo y otro negro. Hueso observó como poco a poco se acercaba. La mujer, decidida, puso sus dos manos en las ramas y se deslizó por ellas dejando caer dentro de los macacos todas las aceitunas que arrastraba a su paso.

–¡No puede ser! –gritó Hueso– aún no es época de recoger las aceitunas para aceite.

Pensaba que aún estaba soñando.

–¡Esto es un sueño, esto es un sueño! –se repetía.

Incrédulo y enfadado Hueso cayó al fondo del cubo ¡PLOF! Por primera vez se había separado del olivo en el que había crecido.

Todo estaba oscuro ahí adentro y un olor raro lo perseguía, a saber cuánto tiempo hacía que el cesto no se limpiaban, estaba negro y pegajoso.
Hueso no entendía nada, había pasado de estar felizmente bajo la lluvia a estar alejado de su rama.

–¡Oh, no! Tengo que escapar de aquí como sea –decía–. Quiero volver a mi olivo, a mi rama, ¡quiero pasar el otoño ahí!

Así que ideo un plan. Se deslizó entre las otras aceitunas hasta llegar al borde del cesto, miró hacia arriba y aún quedaba muchísimo para poder salir, pero pudo ver unas muecas por las que fue saltando y subiendo poco a poco.

–¡VAMOS! Uno más, otro, ya estoy cerca.

Cuando apenas le quedaban unos centímetros… ¡Plof! Otra aceituna cayó, le golpeó hasta el final del cesto y vuelta a empezar.

–¡Pero bueno, compañero, mira por dónde vas! estaba a punto de escapar –gritó muy enfadado.

Tras varios intentos Hueso consiguió llegar al filo del macaco, se resignaba a abandonar tan pronto su hogar, aquel frondoso olivo picual que le había visto crecer.

–¡Hasta pronto, amigas aceitunas! –se despidió de las que estaban en el interior del macaco.

Y pegó un gran salto, pensando que se podría agarrar a alguna rama y llegar hasta su hogar, pero no calculó nada bien porque que cayó al interior del otro cesto.

–¿Cómo es posible? Con lo cerca que estaba de mi Olivo, tengo que volver a intentarlo. Esta vez seguro que lo conseguiré…

El plan había fallado, pero una vez más se deslizó entre las otras aceitunas y fue en busca del borde. Cuando estaba a punto de conseguirlo, la señora cogió el cesto y el tembleque empujó a Hueso al fondo.

Hueso se sentía enfadado y con miedo hacia lo desconocido, siempre había estado seguro de lo que quería ser de mayor, pero en un momento todo había cambiado.

Asumió que con tanto movimiento era difícil escapar. Así que decidió tumbarse y pensar que igual podría convertirse, aunque de manera un poco anticipada, en delicioso aceite.

–Puede que este año la época para la recogida de aceitunas haya cambiado. ¡Seguro que es eso! –se consolaba.

Después de tantas emociones y con el movimiento del cesto entró en un profundo sueño. Escuchaba voces que comentaban el oro líquido que iban a degustar, y ahí estaba él, con su intenso aroma, su color brillante, viendo como se acercaban todos…
Cuando un ruido estrepitoso le hizo volver a la realidad. Al despertar se encontraba en un lugar oscuro y bullicioso, con numerosas máquinas en funcionamiento. Levantó la cabeza y una cinta transportadora llevaba latas de un lado a otro, un brazo robótico las cogía y etiquetaba. No alcanzaba a ver lo que ponía en las pegatinas, intentó desplazarse pero estaba oscuro, parecía que un el dibujo de un pescado ocupaba gran parte del cartel.
Unas voces se escuchaban a lo lejos pero no podía oír claramente la conversación, el ruido era tremendo.

–¿Dónde estamos? –preguntó Hueso asustado a sus compañeros de macaco.

Una de las aceitunas le explicó que había escuchado hablar a unos señores y comentaban que habían recolectado algunas aceitunas picual para comprobar si tendrían buen sabor estando rellenas, y que pronto serían seleccionadas para empezar el proceso. Cuando Hueso oyó esas palabras su mundo se derrumbó, la esperanza de ser un delicioso aceite de oliva desapareció y se sintió muy triste, tanto que se puso a llorar.

–¡No puede ser, eso es imposible! Yo quiero ser aceite, las aceitunas no molan tanto –. Hueso no quería aceptar su destino y cada vez lloraba y gritaba más.

Al escuchar a su compañero tan desesperado, una aceituna se acercó a él e intentó tranquilizarlo. Habían sido vecinos de rama mucho tiempo y no podía soportar ver a Hueso pasarlo tan mal.

–Hueso, ¿te acuerdas de mí?

–Pues claro, qué pena que nos hayan recogido tan pronto.

–Yo estoy contenta, sé que voy a divertirme aún más, solo conozco las catas, puede que lo que venga sea mejor.

–Seguro que no, ¿quién quiere ser una aceituna rellena? Además, me van a quitar una parte de mí.

–Tranquilo, Hueso. Todo va a salir bien, seguro que vamos a la misma lata, será como el olivo, pero estaremos todos más juntos.

Al cabo de un rato, Hueso estaba más calmado, intentaba pensar como su amiga, quizás lo desconocido era mejor.

–¿Sabes algo? Las aceitunas rellenas molan muchísimo. Siempre somos las grandes invitadas a las fiestas, al no tener hueso vamos más ligeras, tendrás un nuevo amigo que siempre te acompañará, el relleno que te pongan…

Hueso no estaba muy convencido, aún trataba de asimilar lo que acababa de escuchar y todo lo que había pasado.

–¿Qué te parece? –preguntó la aceituna, sin saber cómo animar a su amigo.

Hueso dudo unos segundos antes de responder.

–Qué remedio… Creo que no me importaría ser una aceituna rellena, ¡incluso me encantaría! Quizás de pimiento, anchoa, almendra… No lo había visto nunca de esa manera. ¿Crees que me invitarán a una fiesta de cumpleaños?

Hueso no paraba de imaginar cómo podría ser su nueva vida. Su sonrisa creció y creció estaba emocionadísimo y sentía curiosidad por conocer su relleno. Seguro que sería un compañero perfecto.

–Me encantaría que fuese pimiento, ¿o quizás sería mejor que fuese una almendra? Lo tengo, ¡prefiero que sea limón!

–¿Limón? –gritaron a coro los compañeros del cesto.

–¿Qué veis de raro? Raro es una aceituna rellena de kiwi, pero el limón seguro que le da un toque más acido, riquísimo.

¡Qué ocurrencias tiene Hueso! No podían parar de reír con los rellenos tan disparatados en los que pensaba.

La magia del momento terminó cuando, de repente, una mano fría cogió un puñado de aceitunas entre las que se encontraba Hueso.

–¡Encantado de haberos conocido! Voy a un lugar mejor –se despidió Hueso.

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