
50. Oleum Omphacium
Arrodillado junto a aquel incipiente olivo, Tulio lloraba desconsoladamente sabedor que ciertamente nunca más vería el rostro de la persona que le había hecho conocer en tan poco tiempo el verdadero amor.
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Hacía varias horas que habían dejado atrás Cástulo (Cerca del actual Linares) y el miliario (Columna que se colocaba en el borde de las calzadas romanas para señalar las distancias) les indicaba que abandonaban la vía Hercúlea y entraban en el antiguo Camino de los Cartagineses. Ya les quedaba poco para llegar a la Villa de Thermarum (Villa de los Baños cercana a la población actual de Arroyo del Ojanco) que sería su residencia durante varios días de aquel principio de otoño que dejaba atrás un verano caluroso. El carro que los transportaba atravesó el río Tagus (Actual Río Guadalimar) y pronto llegó a su destino.
Para Cletus este desplazamiento no suponía demasiado esfuerzo, pero su menudo cuerpo acumulaba ya la fatiga del precipitado viaje de más de 23 jornadas de duración que lo había traído días atrás desde la capital del Imperio Romano.
Allí fue reclamado por el mismísimo Caesar Imperatus Nerón para encomendarle una concienzuda y complicada misión, a la que no se podía negar y en la cual estaba en juego su propia vida, ya que de todos eran conocidas las excentricidades que iba acumulando durante los anteriores años de su mandato el último de la dinastía Julio-Claudia.
Era la primera vez que entraba en el gran palacio imperial. Nerón eligió la Sala de la Esfinge para recibirlo.
– No me andaré con rodeos. Te he hecho llamar para encargarte un importante cometido. Lo tenemos todo preparado y vamos a llevarlo a cabo en la mayor brevedad posible. Como bien sabrás existe en Roma un movimiento de conjura contra mi persona y además están todas las guerras de frontera con los estados del norte que amenazan con menoscabar sino destruir nuestro gran imperio, así que necesito de tu confianza y tu buen oficio para salir de esta complicada situación.
Soltó toda esta parrafada sin apenas coger aliento y dejó que tomara la iniciativa de la conversación su consejero mientras él se levantaba y abandonaba la estancia seguido por su guardia pretoriana.
El consejero le explicó con todo detalle lo que el emperador y por ende el Imperio requería de él.
La anciana madre de Cletus lo esperaba en casa muy preocupada porque no suponía nada bueno de la llamada del emperador. Cuando su hijo entró por la puerta de la humilde domus (casa romana) y vio su rostro, similar a un busto de mármol, se confirmaron sus temores. El color pajizo de la cara y la mirada perdida no auguraban nada bueno.
En seguida se dio cuenta de la preocupación de la madre y, aunque él también estaba muy inquieto, intentó tranquilizarla con sus palabras y esforzándose en cambiar su rictus.
– No se preocupe madre, no se trata de nada extraño, solamente debo realizar lo que llevo haciendo con presteza desde que murió La labor que me han encargado está relacionada con mi trabajo de olearii (Experto en aceite en la antigua Roma)
Cletus había heredado de su abuelo y de su padre este oficio que lo definía como experto en aceite de oliva y, al parecer, el mayor entendido de todo el imperio a ojos del dueño del mundo.
– Me ha encargado que me desplace hasta la parte sur de Hispania para localizar los mejores aceites para ofrecer a los dioses, ya que el aceite de oliva de aquella zona es uno de los más reputados de todo el
– ¿Y por qué traías esa cara cuando llegaste de la audiencia? -siguió profundizando en la cuestión, ya que su instinto le decía que su hijo le estaba ocultando algo.
– Porque esas tierras se encuentran muy alejadas, necesitaré mucho tiempo hasta concluir mi labor y…-en ese momento se le quebró la voz y se acercó y abrazó a su madre- teniendo en cuenta su avanzada edad temo no volver a verla con
Cletus mintió a su madre aun sabiendo que esta no le creía. Esa era una de sus preocupaciones, pero su desasosiego iba más encaminado al temor de morir a manos del emperador, ya que vaticinaba que sería muy complicado que Nerón mantuviera su poder por mucho tiempo y más después de apreciar la locura en sus ojos.
Mientras abrazaba a su desconsolada madre pensó que él también debía encomendarse a los dioses. Al amanecer del segundo día recogió todo lo que necesitaba, se despidió de su madre aparentando la mayor serenidad y partió rumbo a Hispania.
Las instrucciones que le habían dado eran claras. Tenía que viajar al sur y ponerse en contacto con los familiares de Lucio Anneo Séneca (Filósofo, político, orador y escritor romano), el que otrora fuera maestro del actual rey del mundo, ya que esta familia poseía grandes extensiones de tierra y muchísimos olivos. No en vano, controlaban gran parte de la producción de aceite de oliva de esta zona de la península.
Así pues, un caluroso mediodía de finales de verano Cletus, el olearii, puso sus pies en la Villa de Urgabo (actual Arjona) donde lo esperaba un sobrino de Séneca llamado Marcelo. Este le indicó a Cletus que, a pesar de que el aceite que ellos poseían en sus tierras era de enorme calidad, hacía tiempo que había escuchado que en unas sierras más al este elaboraban un caldo que estaba ganando mucha fama por su exquisitez y, dado la peculiar petición de Nerón, creía que merecía la pena hacer el esfuerzo de ir hasta allí para comprobarlo.
Reunieron todo lo necesario para el viaje y a la mañana siguiente partieron por la Vía Hercúlea para luego desviarse por el Camino de los Cartagineses, atravesar el río Tagus hasta llegar a la Villa de Thermarum en las estribaciones de la sierra.
Lo primero que llamó la atención de Cletus al acercarse a la Villa fue el color rojizo de la colina en cuyos pies se situaba y con ello entendió el color de las aguas del río que habían atravesado previamente.
Nada más acceder por la puerta de la Villa los recibió el vilicus (Funcionario o capataz romano) que ya había sido avisado de su llegada y estaba atento y nervioso ante la importancia de la figura llegada desde la misma capital del mundo. Él sería el encargado de acompañar a los invitados ya que el hombre más poderoso de la Villa se encontraba ausente esos días.
Cletus y Marcelo bajaron del carro que los transportaba, saludaron al capataz y quedaron maravillados de la belleza de aquella incipiente Villa y ciertamente, no esperaban encontrar algo así tan alejado de las ciudades más importantes de la zona.
De repente Marcelo propinó un codazo a Cletus indicándole con un movimiento de cabeza que se fijara en una guapa y joven esclava que cruzaba la calle cargada de una vasija llena de agua proveniente de un arroyo cercano. Él se limitó a seguir con la mirada a la muchacha, pero en sus ojos, a diferencia de los de Marcelo en ningún momento se atisbó deseo alguno.
Tras unas décimas de segundo en que su mente se desvió de ese momento y lugar, sacudió ligeramente su cabeza para centrarse de nuevo en visualizar las diferentes dependencias de aquella Villa, que si bien ahora no se veía muy extensa, por el ajetreo de gente y las continuas construcciones, se vislumbraba que pronto sería una importante población dotada de grandes recursos.
Una vez dejaron todo en sus habitaciones, el capataz les instó a dar un paseo para desentumecer los músculos después del viaje y de paso que conocieran más a fondo la zona.
Comenzaron la caminata por los alrededores donde divisaron el arroyo del que procedía la esclava que vieron nada más llegar, también se dieron cuenta de que había importantes manantiales y que de estos partían numerosas acequias y canalizaciones para traer el agua a las diferentes domus y a todas las huertas que producían variados cultivos. A continuación se adentraron en una de las calles de la Villa donde en un futuro próximo estarían los baños, giraron hacia la izquierda y contemplaron casi terminada una gran piscina de más de 135 por 135 pies y muy cerca de esta varios trabajadores estaban construyendo un bonito mosaico. Uno de ellos levantó la vista hacia los visitantes y sus azules ojos se cruzaron con los de Cletus que, influido por un gran magnetismo, era incapaz de apartarlos del musculoso fabri (Artesano/constructor de la antigua Roma). El capataz se percató y pensó que lo que Cletus miraba con tanta atención era la belleza del mosaico, así que enseguida intervino
– Veo que te ha gustado, se trata del “mosaico de los pájaros” y cuando esté concluido será uno de los más bonitos de toda la
– Sí, es muy bonito – balbuceó Cletus tras unos segundos
Continuaron caminando y unos pasos más allá llegaron a donde se encontraba el cementerio. No se detuvieron mucho en este lugar, pero pudieron apreciar un par de lápidas de las pocas que había. En una de ellas, que pertenecía a un niño, aparecía la inscripción:
DMS PACATUS S PIUS
IN SUIS ANRUM M II SOVI I SSIL
“Salud a los Dioses de los difuntos. Paco, piadoso, cariñoso con los suyos, de un año de edad, mi amado, mi querido hijo, es este, pequeño, muy joven, está aquí sepultado, reposa dulcemente en la tumba”.
La otra lápida contenía dos inscripciones, ya que la sepultura pertenecía a dos personas de la misma familia, y se podía leer el siguiente texto:
DMS FIDEANTE NEE AMNO RUM XVII BENEMERIT H.S.T.H.T.L DMS NECTAR ANN
ORUM XXXX BENE MERIT H.S.T.L.
“Salud a los Dioses Manes. Fidentenee, de 17 años. Benemérito, está aquí sepultado. Séale la tierra ligera”.
“Salud a los dioses buenos. Néctar de cuarenta años de edad. Benemeritísimo, está aquí sepultado, séale la tierra ligera”.
El paso por este lugar hizo que, tras un escalofrío que recorrió su columna vertebral, a Cletus se le viniera enseguida a la mente la precariedad de su destino, cuán difícil lo tenía para llevar a buen puerto la nave de la tarea encomendada y no por su déficit de conocimientos en la materia sino por el desequilibrio mental del dueño de su porvenir.
Nada más pensar en esa circunstancia solicitó al capataz que le mostrara las instalaciones dedicadas a la elaboración del aceite de oliva que se encontraban listas para comenzar en breve la recolección de la aceituna. Así que, el vilicus solícito los llevó hasta el lugar.
Comenzaron la visita por el tabulatum (Estancia con un suelo impermeabilizado y ligeramente inclinado sobre el que se depositaba la aceituna para que soltara el alpechín), pasaron después por la zona en la cual se molían las aceitunas, donde se encontraba el mortarium ( Zona fija del sistema de molturación de aceituna) y los dos orbis (Dos piedras semiesféricas que giraban sobre el mortarium), para más tarde adentrarse en el torcularium (Habitación donde se realizaba el prensado de la pasta de aceituna) donde estaba la prensa y por último, llegaron a la estancia final donde se almacenaba el aceite, primero en las dolium (Vasija similar a una tinaja), que aparecían semienterradas y más tarde en ánforas.
A Cletus le parecieron unas instalaciones muy buenas y que se encontraban en muy buen estado, lo cual le hizo albergar la esperanza de que allí, gracias a ese esmero y cuidado, se podía producir perfectamente el aceite de calidad que buscaba. Pero lo que más llenó su espíritu, nada más entrar, fue el olor, ese familiar aroma que, como si fuese un incienso exótico, le trajo emotivos recuerdos y sensaciones de los días pasados trabajando y aprendiendo con su padre.
Todavía con la mente perturbada de recuerdos se marcharon hacia la domus donde les esperaba una buena cena de agasajo a su persona. No en vano, esta Villa nunca había tenido el privilegio de recibir un vecino de la mismísima capital del Imperio.
Tras cenar, todos se fueron a dormir y se despidieron hasta la mañana siguiente para visitar la finca donde comenzarían la recolección de la aceituna.
Aquella noche a Cletus le era difícil conciliar el sueño. Eran muchas las sensaciones que rondaban por su cabeza así que decidió salir a contemplar el cielo estrellado, acompañado con una vaga esperanza y a la vez un extraño presentimiento de encontrarse de nuevo con una intensa mirada azul.
Y así fue, a no pocos pasos de allí, esa mirada y ese musculado cuerpo esperaban también encontrarse con él. Apenas tuvieron que decir nada, con tan solo mirarse se entendieron perfectamente y juntos se alejaron hacia el arroyo donde esa noche comenzó su historia de amor. Poco antes del amanecer retornó a su habitación y se dio cuenta de que nunca olvidaría la noche más maravillosa de su vida, en la que conoció a Tulio, el fabri del mosaico de los pájaros. Nunca antes había sentido algo así por nadie. Envuelto en un halo de felicidad y casi sin posar los pies en el suelo, se marchó a desayunar con el capataz y Marcelo.
Durante el desayuno, Cletus tuvo que esforzarse en seguir la conversación de sus acompañantes ya que su mente seguía todavía enredada en los brazos de Tulio.
El vilicus les estaba explicando hacia donde se dirigirían a continuación cuando, volviendo en sí, Cletus les espetó
– Terminemos rápido estas viandas y pongámonos en marcha hacia los olivos-
– Señor -interrumpió el capataz- no quisiera darle lecciones, pero sí he de comunicarle para su información y en pos de su buen hacer, que por estas tierras al árbol no se le llama olivo sino que gusta llamarlo oliva. Al igual que los marineros nombran al mar en femenino, nosotros lo hacemos con esta planta que nos da la vida, la cual cuidamos como una mujer, vareamos con delicadeza sus “faldas” y rebuscamos en sus “senos” hasta cosechar la última
Cletus se quedó pensativo y tras unos segundos contestó
– Agradezco mucho esa información y he de decir que ciertamente creo que es muy válida esa forma de nombrar al olivo ya que, tal y como dices, nos da la vida y nos ofrece lo mejor que tiene, como una madre. En ese momento se le quebró ligeramente la voz porque su mente vagó hasta Roma para encontrarse con su anciana madre.
Cletus pasó los siguientes días visitando las diferentes fincas, analizando las olivas y el fruto en busca del mejor aceite, y las siguientes noches en encuentros furtivos e intensos con su amado Tulio.
Tras varias idas y venidas por los lugares cercanos, por fin, una semana después tras catar el primer aceite extraído de unas aceitunas aún verdes pudo comprobar que en verdad su viaje hasta aquel rincón del imperio había dados sus frutos, había encontrado el Oleum Omphacium, el mejor oro líquido que recordaba haber probado. Sin lugar a dudas la mejor opción para ofrecer a los dioses, la mejor opción para ponerse a prueba ante los exigentes requerimientos de Nerón.
Muchas eran las sensaciones y sentimientos que se agolpaban en su mente y en su corazón. Por un lado no quería separarse de Tulio, por otro lado sentía que había hecho un gran trabajo y había encontrado un oleum de primerísima calidad y riqueza. También, a pesar de eso, temía la imprevista reacción del Caesar Imperatus y al mismo tiempo deseaba volver a ver a su madre, si es que aún seguía con vida.
La noche de la despedida entre Cletus y Tulio, se alejaron de la Villa y en un paraje cercano conocido por el nombre de Bonum Fons (Fuente Buena) exploraron sus cuerpos como nunca antes, con la duda de si esa sería la última vez. Justo antes de volver decidieron plantar un pequeño olivo que sería el símbolo de su amor y que Tulio se encargaría de cuidar hasta la vuelta de Cletus.
Tras esa noche de amor el olearii partió hacia Roma dejando a Tulio desconsolado. Conforme se acercaba a su tierra aumentaban las ganas de ver a su madre y aumentaba también el miedo a la reacción del emperador.
Pronto cesaron estas sensaciones, nada más acceder por la puerta de la ciudad Cletus fue apresado por dos guardias pretorianos y fue encarcelado. A pesar de que solicitó información del porqué de su captura no obtuvo respuesta. Sus temores se hicieron realidad, nunca más vería a su madre, nunca más vería a su amado y nunca vería si el plantón de olivo fruto de su amor se convertiría en una productiva oliva.
Tras tres días y tres noches allí encerrado, sin ninguna explicación, fue ejecutado.
El emperador Nerón consideró que había tardado demasiado en volver y en un ataque más de locura mandó que lo mataran.
El oleum omphacium ni siquiera había llegado todavía hasta la capital. Cuando los barcos procedentes de Hispania atracaron en el puerto de Roma se descargaron las ánforas olearias y sin perder tiempo uno de los expertos olearii cogió una muestra y al catarlo emitió su valoración
– No cabe duda la gran calidad que posee este Oleum, nos encontramos ante un gran aceite que es digno de utilizar en nuestras ofrendas a los dioses y -bajando la cabeza y en apenas un susurro añadió- nuestro querido Cletus en verdad ha realizado un gran trabajo.
Desde entonces el Oleum Omphacium extraído en esa zona del sur de Hispania, embriagado de los aromas de aquella agreste sierra, se convirtió en uno de los aceites más apreciados de toda Roma.