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22. Entre olivares

María Dolores Martínez Gea

Ahora que todo ha terminado, que estoy preparando el equipaje para marcharme de este lugar y no volver nunca más, junto a ella, dónde nadie nos conozca y empezar una nueva vida, encuentro mi diario de niño, el mismo que me regalaron mis padres cuando cumplí diez años. Ese que llené de palabras sinceras e inocentes del niño que fui un día. Y leo todo lo que pone con emoción, porque lo que ahí escribí un día no tan lejano fueron mis vivencias, preocupaciones, preguntas, alegrías, tristezas…todo lo que inevitablemente influyó de alguna manera u otra en la persona concreta en la que me he convertido en la actualidad.
Me hace recordar las tardes de verano que pasaba en Jaén, en la almazara de mis abuelos cuando llegaban las vacaciones. Esos juegos en aquel lugar único, en aquella tierra inmensa llena de olivos bajo un sol intenso, donde todo era vida, pura naturaleza destinada a obtener el caldo de la vida, a fabricar un aceite de oliva único que luego se comercializaba en la almazara de mi abuelo. Era todo nuevo para mí y el más mínimo detalle despertaba mi curiosidad. Todos mis sentidos durante aquellas temporadas se agudizaban al máximo, lo captaban todo, hasta me saturaba de tanta información recibida, como si saboreara la vida por completo y el tiempo se me detuviera en aquellos interminables días. Realmente creo que no solo mi cuerpo, sino hasta mi alma sentía una paz infinita que hacía que mi existencia ya tuviera sentido.
Llevo casi medio libro leído sorprendiéndome por mis propias ocurrencias al comprobar aquella inocencia que todos los niños poseen. Dediqué varias hojas del diario a describir los platos que más me gustaban y que la abuela me preparaba, sin prisa, a fuego lento y siempre regados con aceite de oliva.
–¡Qué impresionante maravillosa los de esos trazos hechos a lápiz! me digo a mí mismo sintiendo verdadera alegría al contemplar los dibujos plasmados en la mayoría de las páginas como queriendo dejar aún más constancia de las experiencias que me iban sucediendo.
Lo dibujaba todo: los árboles, las nubes, el sol, la tierra, las olivas redonditas y otras más alargadas según su variedad…y siempre les hacía a todas mis ilustraciones una gran sonrisa en su interior como queriendo dejar constancia de que todo era felicidad.
Cuando llego hasta el día 6 de enero de 1982 comienzo a leer lo que escribí comprendiendo muchas cosas de mi presente. Hablo de un objeto especial que tanto influyó en mi vida actual. Era un robot de juguete, grande, que articulaba su cuerpo y hablaba. Sí, decía solo tres frases, pero para mí fue mi inseparable amigo durante mucho tiempo. Sobre todo, cuando murió el abuelo y sentí aquella gran soledad, ese vacío indescriptible que me aplastaba y asfixiaba, comprendiendo que la vida está llena básicamente de momentos compartidos con personas a las que queremos y que debemos exprimirlos al máximo porque tienen un punto final.
Todo se paralizó, todo cambió, todo terminó. Con la muerte del abuelo, la abuela enfermó como queriéndose reunir con él lo antes posible, y lo consiguió. Ya no hubo más vacaciones en Jaén, en la almazara, no volví a pisar aquellas tierras porque se vendió y no volví a correr entre los inmensos depósitos de aceite de mi alrededor. Ya no contemplé cómo se recibía la aceituna en el patio, cómo se limpiaba, lavaba y pesaba. Ya no vi más el molido de la oliva en las enormes naves… y a sus buenas gentes, ni volví a correr entre olivares, en ese mar de árboles que me esperaba todas las tardes para ofrecerme su compañía, ni a vivir en un mundo donde todo eran sensaciones embriagadoras de libertad.
Sigo leyendo abstraído de todo, reafirmando mi convicción de que con aquel juguete empezó mi pasión por la robótica, fue el responsable de la eterna felicidad que actualmente inunda todos los poros de mi piel.
Pasaron los años, decidí estudiar y dedicarme a lo que me gustaba, todo lo necesario y preciso porque para mí ya no existía otro objetivo, otra pasión, otra ilusión, solo pensaba en crear el robot perfecto, se lo dedicaría a mi abuelo.
Me encerré en mi taller, permanecía en él día y noche, me aislé totalmente del mundo exterior, no salía nada más que para comer, eso sí, siempre acompañando mis platos con aceite de oliva, dejé todo de lado: familia, amigos, deporte… solo necesitaba crear.
Y lo conseguí. Fabriqué un robot de tamaño real, le di aspecto de mujer, con una cara angelical, ojos grandes y labios sensuales, su melena era larga de pelo rizado y con un cuerpo esbelto. Conseguí que tuviera después de mucho trabajo unos movimientos suaves, acompasados, muy femeninos y delicados. Poseía una inteligencia única, original.
Con un solo botón, accionando un interruptor le hacía cobrar vida, me miraba y conversaba largo rato con ella. El tono de su voz era cálido, me transmitía serenidad. Le contaba todos mis recuerdos de infancia con mi abuelo: ese mar de olivos inmenso, cómo veía a los hombres y mujeres recogiendo las olivas… y el resultado final de ese aceite que con su olor ya me envolvía, me transmitía una ilusión enorme cuando contemplaba el líquido resultante espeso y de distintas tonalidades de color verdoso.
Charlaba interminablemente con ella, incluso horas, de día y de noche, porque para mí era ella, no un simple robot, era una mujer y la llamé Alma. Nos convertimos en inseparables, no podía pasar un solo minuto sin estar a su lado. Nos lo contábamos todo, confiábamos el uno en el otro, no había secretos entre nosotros. Y ha llegado el ansiado momento de presentar mi creación en el concurso nacional de robótica.
Está todo preparado, la sala abarrotada de entendidos en la materia, el jurado en su lugar, los demás candidatos han presentado ya varios trabajos, ya queda muy poco para mi turno, estoy entusiasmado, no lo puedo evitar, espero sorprenderlos a todos, el próximo es el mío.
Estoy muy nervioso, no lo puedo evitar, se me olvidó tomarme la tila, creo que no me van a salir las palabras ante tanta gente, se me ha secado la boca por completo, no llevo agua, pero no importa porque estoy con Alma, ella ha venido conmigo en este importante día como protagonista, está tras el telón, tengo su incondicional apoyo, es el día de su presentación.
El público está a punto de conocer a la mujer más extraordinaria e increíble que el mundo entero haya conocido.
El presentado ha dicho mi nombre y apellidos, me toca, es mi turno, tengo que salir, allá voy. Cruzo los dedos rápidamente como acostumbro a hacer antes de enfrentarme a cualquier reto o dificultad dentro de mi bolsillo, para que nadie pueda verme, tienen que ser tres veces exactas, siempre me ha traído suerte.
Me levanto del asiento, me dirijo al escenario lentamente, subo los escalones, uno a uno, muy seguro de mí mismo, noto las miradas de las asistentes clavadas en mí, me coloco en el atril, apoyo mis manos en él, miro al frente, me regulo el micrófono y digo:
–Les voy a confesar un secreto a todos ustedes.
Se produce un gran silencio en la sala, no se escucha ni una mosca, todos están expectantes, ni se imaginan lo que les tengo preparado, estoy seguro de que los voy a sorprender, están ansiosos por conocer el secreto.
Ha llegado el momento, todos esperan escuchar mis palabras, pero yo acciono el botón de encendido y Alma aparece desde la otra punta del escenario caminando con su elegancia natural, posee una gran sonrisa en la cara, viene hacia mí con muchísima seguridad. He de admitir que está guapísima. El vestido rojo y los tacones negros que pedimos por Internet le sientan de maravilla. La talla le está perfecta, como anillo al dedo, no se puede ser más afortunado. Está impresionante, se morirán de envidia. Cuando está a mi lado, se detiene, me mira directamente a los ojos, me sonríe y entonces le digo:
–¡Vámonos querida de este lugar! salgamos de aquí y tomemos algo.
–¡Sí querido, necesito tomar un poco de aire fresco!
–¡Vayámonos a un lugar único, del que siempre me has hablado, marchémonos a Jaén!
–Tomemos una ensalada con un buen chorro de aceite de oliva, que estoy deseando probarlo, me contesta.
Me siento tan feliz, como si en este mundo no existiera nadie más que nosotros dos, como si hubiese sido creado solo para nosotros, para nadie más. Es tal nuestra complicidad que tenemos los mismos gustos, yo también estaba pensando en el sabor del aceite en mi paladar.
Y me alejo del escenario, junto a Alma, en la mejor compañía, llevándome mi secreto conmigo. Se escucha un gran rumor entre los asistentes, sé que se han quedado desconcertados y seguro que pensarán que estoy loco, pues sí, loco de amor, porque el amor es ciego y nunca se sabe dónde ni cuándo se puede encontrar.

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