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21. El olivar singular

Pino

Al entrar en la finca terrosa, Lito perdió el control y estrelló el coche contra el primer olivo. Carla salió disparada, atravesó el cristal y se hizo un gran chichón en el coco.
—¡El Mercedes alquilado! —le dijo—. Inútil, yo te mato.
—Tenemos que aparentar que somos un matrimonio rico.
Lito salió del coche como pudo, anduvo aturdido, tambaleándose hacia la izquierda, y cayó en una enorme zanja, donde se dio un golpazo gritando.
Remigio, el dueño, salió a recibirles y dijo:
—Pero hombre, tenga cuidado con el yacimiento arqueológico.
Junto al olivar y la almazara había incluso un antiguo yacimiento ibérico.
Lito salió de la zanja, caminó otro trecho y se precipitó en una ciénaga negra, llenándose hasta los ojos. Tuvieron que rescatarlo, por poco se ahoga.
—¿También tienen yacimientos de petróleo? —dijo Lito.
—No —dijo Remigio—. Es la cisterna del alpechín.
Carla corrió para huir del olor fétido del alpechín. Se subió a un poste de luz, tocó el cable y sufrió una gran descarga eléctrica, que la dejó hecha carbonilla negra.
La almazara entera se quedó sin luz. Remigio dijo:
—No se preocupen, es una gran finca para comprarla.
Pero el poste de luz cayó sobre Remigio, produciéndole un enorme chichón.
Lito iba de traje, Carla con vestido de fiesta y tacones, que la hacían tropezar con los terrones y caer cada dos por tres. Remigio se deshacía en agasajos, les ofreció anís.
Carla bebió aguardiente y, «¡Puajjj!», echaba fuego por la boca.
Remigio le pasó un botijo y le dijo cómo se bebía el agua.
Levantó demasiado rápido el botijo Carla, le cayó sobre la cabeza y se rompió en diez pedazos, haciéndole otro chichón y derramándole todo el agua en el pelo.
Lito quiso presumir de hombre de mundo y dijo:
—Remigio, a mí deme un pelotazo.
En vez de servirle un cubata, Remigio cogió su balón ortopédico y se lo tiró a Lito a la cara, casi de desmaya del golpazo, que le hacía ver pajaritos alrededor.
Remigio les invitó a desayunar. Tostadas con aceite, por supuesto.
—Disfrútenlo, es aceite virgen extra.
—¿»Virgen extra»? —dijo Carla—. Anda, Lito, como tú.
Rió a carcajadas Remigio. Lito le tiró a Carla el frasquito de aceite a la cara. Le puso perdido de aceite el vestido de fiesta. Remigio reía aún más.
El postre eran higos chumbos de la tierra.
—Higos chumbos —dijo Carla—. Me encantan.
Echó mano a la cesta, se pinchó con las espinas y soltó un alarido.
—¿Higos «chungos»? —dijo Lito—. Creí que sería el de Carla.
—Eso —dijo Remigio—. ¿Por qué no nos enseña ella el suyo?
Carla les soltó sendos tortazos que les hicieron caer de las sillas al suelo.
—¡Ya basta de tanto jaleo! —dijo alguien a lo lejos.
—Es Marco Bruto, el vecino —dijo Remigio—. No lo escuchen, está loco.
Marco Bruto estaba apostado en la linde de su finca, tras una encina. Cargó su vieja metralleta y comenzó a dispararles. «¡Ra-ta-ta-ta-ta!».
Una bala rebotó en un olivo y le puso a Lito un ojo morado.
—Pero si son bellotas —dijo Lito, cogiéndola—. Usa bellotas como balas.
Otra bala impactó a Carla en toda la boca, y dijo:
—Son bellotas, ¡pero de hachís! El muy pérfido.
Fueron a neutralizarle. Marco Bruto pasó la linde, entró en la finca de Remigio y derribó un olivo de un puñetazo. Remigio se echó las manos a la cabeza diciendo:
—¡Mi olivo centenario! Valía una fortuna.
Luego Marco Bruto les azuzó a sus animales. Un cerdo atacó a Carla, que acabó montada en el cerdo como si fuera un caballito, trotando hasta el horizonte.
Un toro corneó a Lito, le hizo volar a la copa de un olivo. Allí Lito se sentía seguro, pero el toro corneó el tronco del olivo, Lito cayó y el toro volvió a emprenderla con él.
Lo peor fue el caballo Criminal, negro brillante como un demonio. Perseguía a Remigio y le soltaba coces, aplastándole contra el muro de piedra de la linde.
Lito fue a rescatar a Remigio, pero Criminal le dio un bocado en la nariz con sus grandes dientes y le puso la nariz como un pimiento morrón. Lito dijo:
—¿Qué pasa? ¿Es que este caballo lincha a la gente?
—No sólo lincha —dijo Remigio—, sino que «re-lincha».
Lito quería camelarse a Olga, la bestia hija de Remigio, para que le confesara dónde guardaban el pastón de tanto aceite, y robarlo con Carla.
Le regaló a Olga un ramo de flores silvestres que cogió del campo. Olga las olió ufana, pero una abeja salió de una flor y le picó en la nariz.
Olga chilló de dolor y le soltó dos tortas a Lito, que le dejaron la cara roja.
Así que Olga se fue a cuidar a su canario Fifí. Lito la siguió, se acercó y dijo:
—Qué pajarito más bonito. Anda, dame un piquito.
Lito se acercó más aún. El canario le zumbó un picotazo en todo el morro. Lito corrió chillando hasta el confín de la finca. Esta vez Olga le persiguió y le dijo:
—No seas tonto. ¿Qué te pasa? ¿Eres indeciso?
—¡No lo sé! —dijo Lito.
En señal de buena voluntad, Olga le dejó una escopeta a Lito, para que demostrara su hombría cazando junto a Remigio por el olivar.
Acecharon un conejo. Olga iba de ojeadora delante y le dijo:
—A la derecha corre el conejo. ¡Lito, dispara!
Lito giró a la derecha y disparó los dos cartuchos. «¡Bang! ¡Bang!». Pero le alcanzó de lleno a su suegro, le dejó hecho carbonilla negra y rabiando maldiciones.
—Será mejor que vayas muy despacio conmigo —dijo Olga.
Lito se quedó inmóvil todo el día, para no meter más la pata.
—¡Pero no tanto —le dijo Olga—, que una tiene sus necesidades!
Entonces Lito trató de besarla, aunque sólo se llevó un buen puñetazo.
Por su parte, Remigio osó tirarle los tejos a Carla. Hicieron el juego de las cartas: Quién perdía, cada vez se quitaba una prenda o bebía un chupito.
Pero la taimada Carla jugó con una baraja de cartas marcadas. Lito perdió tantas manos, que se quedó desnudo, tan enclenque que todos reían de verlo.
Luego le tocó a Remigio, barrigón y fofo, desnudo hacía el ridículo. Carla se reía de lo lindo. Y Olga bebió tantos chupitos, que acabó colgada de un olivo.
Mientras, Carla, sin perder una partida. Remigio intentó meterle mano, se llevó un tortazo que quedó bailando un buen rato desnudo, y los demás carcajeando.
Remigio lo aguantaba todo, creía que Carla era una mujer muy rica, que iba a comprarle la finca, con su ingenuo marido Lito. Remigio le dijo:
—Usted, que ha tenido una vida tan bien invertida.
—Eh, que yo no soy «invertida», soy de lo más normal.
Se vistió Remigio, pero no se apartaba de Carla, quien le dijo:
—Permita que saque mi desodorante.
—Claro, preciosa, lo que necesites.
Y Carla fumigó el frasco en toda la cara de Remigio. «¡Pshhh!».
—Ahhh —dijo Remigio—. Es un espray anti violadores, maldita.
Lito se hizo el ofendido. Le dijo:
—Oiga, deje a mi esposa, así no voy a comprarle la finca.
Remigio le propuso hacer un swingers, intercambio de parejas. Pero Olga dijo que no era de su propiedad, le atizó con una estaca en todo el colodrillo.
Llegó la tarde. Carla estaba ya harta. Cogió la escopeta de caza y dijo:
—Esto es un atraco. ¿Dónde está el aceite?
Remigio y Olga, con las manos en alto, les llevaron asustados al coqueto edificio de la almazara, que se llamaba «El Rincón Oleícola». Lito dijo:
—¿Por qué se llama «rincón» si es un edificio con cuatro «esquinas»? Es una común y grave confusión. ¿Nadie va a ir a la cárcel por ese error del lenguaje?
—Eres tú quien va a ir a la cárcel, idiota —le dijo Carla.
Y le zurró un sopapo que lo estampó contra la pared.
Dentro de la almazara, Remigio embadurnó de aceite todo su cuerpo y le dijo:
—Aquí está el aceite, preciosa, lámeme entero.
Carla disparó a las tinajas, pero estaban vacías, hasta que una tinaja dijo: «¡Ayyy!». Era Lito, que se había escondido aterrado por los tiros, y ahora salía hecho carbonilla negra.
Remigio abrió la espita del aceite, el enorme caño caía desde arriba y puso a Carla perdida, a un tris de asfixiarla y perdió la escopeta.
Carla corrió a ocultarse en una piscina de aceite, se metió dentro, pero un instante después salió de allí con el cuerpo rojo y chillando como una loca. Olga le dijo:
—Chica, ojo con la balsa de aceite hirviendo.
Necesitó Carla una ducha en el baño para refrescarse. Lito fue a buscarla, Carla salió de la ducha, donde había un gran espejo frente a otro. Lito vio cien Carlas desnudas.
—¡Ahhh! —dijo—. Estos bestias han clonado a Carla por docenas.
—Con una tienes bastante —y Carla le aplastó de un puñetazo en el coco.
Remigio y Olga llamaron a la policía. La finca se llenó de agentes con uniforme negro. Un oficial amenazó a Lito con su porra y le dijo:
—Confiesa que tú eres uno de los ladrones.
—Sí, señor —dijo Lito—. Como si quiere que confiese también que la Tierra es redonda y flota en el espacio, y que el hombre viene del mono.
Pero Lito huyó. El oficial le persiguió, Lito hizo un regate y el poli se estrelló contra un olivo. Le cayeron todas las aceitunas encima, enterrándole en una montaña.
—Vaya —dijo Remigio—, voy a patentarlo como nuevo sistema de recolección.
Al fin, un agente alcanzó a Lito y le sacudió con la porra en el coco, dejándole en el suelo con un gran chichón y la lengua fuera.
—¡Asesino! ¡Asesino! —le gritó Carla.
El agente le contestó muy indignado:
—Eh, oiga, esto no es un asesinato; en todo caso, un presunto homicidio.
—De acuerdo: ¡Presunto homicida! ¡Presunto homicida!
Carla corrió hasta Remigio y le cogió por el cuello.
—Vale —dijo Remigio—, te enseñaré mi tesoro escondido.
En medio de la confusión, Remigio llevó a Carla dentro del cortijo, donde guardaba su cuarto más preciado, con todas las paredes llenas de libros, era su biblioteca.
—Ahhh, libros, qué asco —dijo Carla—. Le voy a dar yo libros.
Cogió dos gruesos volúmenes y golpeó con ellos a la vez la cara de Remigio, como una prensa que le exprimió el orondo rostro, produciendo un montón de aceite.

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