
18. Mañana
Clara se ha levantado a la misma hora de todos los días, su despertador no deja pasar un minuto y a la hora en punto hace su acto de presencia ahogando de nuevo los sueños que ella no recordará al despertarse, casi nunca los recuerda. Sólo algunos se han quedado clavados en su memoria, esos que le hacen despertarse en mitad de la noche con el alma encogida y un grito silenciado. Pero hoy no, hoy no recuerda ningún sueño de anoche.
Se dirige hacia la cocina para prepararse el primer café del día, toma su taza favorita, la leche de la nevera y programa el microondas, un minuto, como siempre. Mientras va al baño, y mentalmente organiza las cosas que ese día se va a llevar: bocadillo de jamón con aceite de oliva virgen extra, una cuña de queso, una manzana, una naranja, un tomate troceado en la fiambrera y el termo con el café, que no se le olvide el termo. De ropa hoy se pondrá la camiseta térmica que se compró el año pasado para sus rutas de senderismo, que este año no ha podido usar, sus leggins de invierno con pelillo por dentro, sus calcetines altos que le regaló su madre, esos que llegan hasta la rodilla, el forro polar rojo con gorro, las bragas de pelillo también para la garganta, sus guantes, rodilleras, y las botas de andar. El chaquetón, el gordo y más viejo que tiene, el que siempre reserva cuando va con los amigos al campo.
Se toma el café sentada en la mesa de la cocina, mientras ojea las nuevas publicaciones en Facebook y twitter, algunas de las cuales comparte o le da a like, no puede evitar pensar qué suerte tienen algunas de sus amigas. Ella aún sigue esperando.
Se cambia de ropa, prepara las cosas, se despide de sus padres, se coloca la mascarilla y sale de casa, se dirige a la avenida de los escuderos, ahí es donde siempre queda la cuadrilla para salir juntos. El camino lo hace andando rápido, con algo de miedo porque aún es de noche, y aunque la mañana es dolorosamente fría, ella lleva una sonrisa en la cara. Lo volverá a ver.
Todos están esperando ya en la esquina de la calle, el coche preparado. Ella llega y saluda tímidamente, lleva un mes trabajando con todos y aún no conoce sus caras, sólo las de su cuadrilla más próxima, la que trabaja con ella en su grupo. La pandemia ha sido dura, mucho, y ha hecho que las relaciones sociales sean aún más difíciles de lo que lo eran antes, lo cual, en una persona como Clara, ahonda más. Ella es demasiado tímida, demasiado insegura, demasiado correcta, demasiado.
Durante el trayecto no puede dejar de pensar todo el tiempo en lo mismo, mañana. Intenta no darle vueltas, se entretiene observando el paisaje que tanto admira, su Jaén, su verde aroma, su verde reflejo, la luna que brilla sobre ese suelo que en esta época se llena de fardos como abrigándola, protegiéndola del aire seco, recogiéndola a ella y a su fruto, el fruto de sus entrañas que a tanta gente da de comer. ¡Cuánta belleza entra por una simple ventana! Pero no puede evitar soltar un suspiro pensando en mañana.
Se bajan todos de los coches y se colocan tal como vienen repartidos, en grupos, no pueden mezclarse, son grupos burbuja controlados. Se reparten las olivas, las tareas y los tiempos. A las 10:00 h se desayuna, a la 13:30 h se come para poder seguir y terminar a las 17:00 h. Todos conformes, todos entrando en calor para la faena. Y una vez más, ahí está él. Con sus ojos azules infinitos, con esa mirada intensa que no logra quitarse de sus pensamientos. No forma parte de su grupo, apenas han cruzado palabra, sólo sabe su nombre y el color de sus ojos, no ha podido verle la cara. En el único momento que se quitan la mascarilla es para comer y lo hacen separados y siempre con su grupo, y él no está en el suyo. Así es el destino a veces. Ha intentado averiguar su apellido para buscarlo en facebook y poder ver su cara, saber algo más de él, pero con quien ella habla no lo sabe. Es lo malo de la timidez y la pandemia de la mano, te dejan sola en tu rincón burbuja.
Esta vez a ella le ha tocado ir colocando y recogiendo fardos junto con Juan, un hombre de unos 50 años que tiene dos hijos pequeños, Uriel y Pablo con los que habla en sus descansos. Es el que los lleva y trae en el coche, un hombre sereno, callado, que tenía su propio negocio, una tienda de electrodomésticos chiquita, pero que tuvo que acabar cerrando en octubre porque apenas ya se vendía nada, las grandes superficies y la pandemia acabó por matar su pequeño negocio. Ahora trabaja en todo lo que va saliendo, hay que comer, es lo que siempre dice. Ella lo hace para poder estudiar, para pagarse la matrícula de la carrera, que de accesible tiene bien poco. El trabajo en el campo es duro y desagradecido, nadie valora el esfuerzo que se necesita, físico y mental. El invierno es duro y el verano horroroso, pero en el campo no hay tregua, siempre hay alguna faena por hacer.
De reojo Clara observa dónde se ha colocado Rafael, así se llama. Está lejos, 15 hileras de olivas los separan. Hoy le han dicho de lejos Cordobés, así que quizás sea de allí, ha pensado ella. Y en su mente ha inventado su historia. Quizás, al igual que ella, trabaja en la recogida de aceituna para pagarse sus estudios, y pueda encontrarse con él de casualidad en la universidad, y se conozcan por su mirada, y él se le acerque a preguntarle que qué hace allí, que qué estudia, y queden un día para tomarse un café. ¡Tira niña, tira! Le grita Juan cuesta arriba con el fardo al hombro sacándola de su ensueño. Y vuelve a pensar, mañana.
Es la hora de comer, hoy el desayuno ha sido rápido porque se avecina agua y hay que ir deprisa, y el estómago ya ruge con fuerza. Buscan una recachita de sol, para que caliente los huesos entumecidos del frío. De nuevo por grupos, con distancia de por medio, de nuevo sin poder verle la cara, sin poder hablar un momento con él. Y de nuevo en su mente, mañana.
Clara lleva dos años trabajando durante las vacaciones de navidad en la recogida de aceituna, se lo comentó su compañera de curso cuando se quedó sin beca. Ella siempre había sacado muy buenas notas, y los dos primeros años de carrera había obtenido beca. Pero al siguiente año se complicaron un poco las cosas. Empezó a sentir que se había equivocado a la hora de elegir carrera, que no le llenaba lo que estaba estudiando, que las asignaturas no eran lo que ella esperaba, sentía que le faltaba algo. Tenía una profesora especial, con la que sentía una gran afinidad, y con la que hablaba mucho en los descansos entre clase y clase. Decidió una tarde acercarse a su despacho y comentarle todas las dudas que sentía. Isabel, su profesora, era una mujer con un gran carisma, inteligente, brillante, sagaz, con un gran sentido del humor, siempre sabía decir la palabra justa en el momento adecuado. Estuvieron hablando durante horas, Isabel le hizo ver lo normal que es dudar a veces sobre nuestro futuro, los miedos que a veces generamos ante lo desconocido, y aún más cuando estamos cerca de conseguir esa meta que a veces nos ponemos. Y empezamos a dudar de nosotros mismos, de nuestras capacidades, de lo que queremos y de lo que no. Son fases, etapas, ciclos, a veces duran poco tiempo, a veces duran años, a veces nos hacen caer en un profundo pozo del que nos cuesta salir. Clara salió del despacho de Isabel con la profunda convicción de que lograría acabar su carrera, lo que ella siempre había soñado ser. Se lo debía a sus padres, que con tanto esfuerzo y trabajo le habían dado lo necesario para poder estudiar, y en especial a ella misma, a su esfuerzo día tras día.
La tarde pasa rápido, tira fardos, recoge cestos, rastrillos para quitar las hojas que junta la sopladora. Y ese olor que se impregna en la ropa, en la piel, en la mascarilla y en el alma. Es el momento de recoger. Un último repaso para que no se quede ninguna máquina, ni herramienta, no hay nada, sólo los olivos, majestuosos, desnudos de la vida que dieron, vestidos de fuerza y dignidad, de años a sus espaldas, de futuro incierto, pero robustos, aunque doblados por el tiempo. Clara no iba a olvidar nunca esa imagen. Y volvió a pensar, mañana. Mañana será el último día que le vea, que pueda mirar a sus ojos, lo único que conoce de él, lo único que le ha hecho levantarse con ilusión éstos días de frío, lo único que le quedará de recuerdo, mañana.