
165. Querida María
Querida amiga María:
Hoy me he decidido a escribirte por primera vez.
Primero he de pedirte disculpas por saber tus señas, pero las apunté antes de partir de Alcaracejos.
Y lo segundo que tengo que decirte, y para mí lo más importante, es que desde que me vine el día 15 de noviembre a la sierra, no he parado de pensar en ti.
Me vine con una cuadrilla de aceituneros por la zona de La Natera porque mi padre habló una tarde de aparcería en la taberna con Manolo, el patrón, para que fuera a trabajar con él durante dos meses a su finca. Además de mí, en la cuadrilla hay otro mojino, Juanito, que es quinto mío con quince años de edad. También está Pepe que es de Villaharta y es quinto chico mío, y Alfonso, que tiene veinticinco años y vive siempre en un cortijo de la sierra, cerca de Carboneras del Valle.
Aquí pasamos mucho, pero mucho frío. Por la amanecía, ¡las aceitunas están congeladas de las heladas que caen! No son negras ni verdes, son blancas. Para aliviar el frío por la mañana temprano solemos comer migas engañadas con bacalao, chorizo, morcilla de sangre y torreznos. Después de este ligero desayuno, cogemos la vara rápidamente y empezamos a dar palos al olivo para entrar en calor. Eso sí, sin que falte la bota de vino y la morcilla a media mañana con pan redondo, que también ayudan a coger temperatura.
No sé si sabrás el proceso de recogida de aceituna, pero me apetece mucho contarte cómo lo solemos hacer:
Para recoger las aceitunas primero extendemos las mantas de lona en el suelo bajo el olivo que vamos a recolectar y una vez cubierto todo el suelo alrededor del tronco, comenzamos a varear con las varas de madera. Yo tengo una que me ha dado mi padre, está un poco vieja, pero es bastante ligera comparada con las de mis compañeros por lo que me cuesta menos trabajo golpear el olivo. Las aceitunas van cayendo sobre la lona y cuando está el olivo acabado, arrastramos las lonas hasta otro olivo para seguir. Mientras tanto, alguno de la cuadrilla se queda recogiendo las aceitunas que se han caído al suelo y echándolas a los esportones.
Cuando las lonas se llenan, cribamos las aceitunas de las ramas que caen, hojas y piedras y las vaciamos en sacos. En cada jornada solemos recolectar unos 400 kg de aceitunas que irán a la molina directamente.
No sé por qué te cuento todo esto, seguro que no te interesa. Ahora mismo estoy sentado en la ribera del arroyo García escribiéndote y me imagino que tú estarás con tu madre en el pueblo bordando tu futuro ajuar. Me confieso que me gustaría disfrutarlo junto a ti, pero me perturba pensar que rechaces a un zagal con las manos cortadas y encalladas, con las alpargatas rotas y con la piel curtida.
Aquí los días son todos iguales: faenar, faenar y faenar. Solo descansamos un día a la semana, los domingos, y hoy que estoy de descanso me he permitido este lujo de escribir.
Te contaré una anécdota.
Los domingos nos reunimos varias cuadrillas de aceituneros que trabajamos por estas tierras en una cortijada. Hoy nos hemos juntado a comer a medio día un cocido que han hecho en la lumbre acompañado de espinazo y tocino. De postre vino pitarra, perrunas, borrachuelos y orejones con trozos de membrillo, melocotón y ciruelas pasas. ¡Ah, por cierto! todo cocinado con aceite de las cosechas de años anteriores. Unos auténticos manjares.
Después de comer, mientras los patrones se han quedado dentro del cortijo jugando al cinquillo con las cartas y rebanando las migas de pan para mañana, los zagales nos hemos salido a jugar y a bailar. Otros muchos se han ido de serenatas por otros cortijos para rondar a las muchachas. Yo no he ido, en mi cabeza ya ronda una mujer con el nombre de María.
A los juegos que hemos estado jugando y que son típicos entre los jóvenes durante la aceituna, han sido:
A Los Pobres que consiste en que los muchachos más veteranos de la aceituna cojan en costales a los novatos. A mí me han cogido. Me han atado por delante los pies con las manos y después los porteadores, a los que les llaman “zurrones”, cogen una vara y han ido pasando por los demás presentes pidiendo algo para “el zurrón” y si no daban nada, varazo para el zurrón.
También han jugado al juego de La manta. Yo me he librado de jugar a éste. Consiste en que un veterano y un novato se metan debajo de una manta. Alrededor de ellos se ponen zagalas de pie, y una de ellas lleva una supuesta alpargata en la mano. Al novato se le dice que le darán golpes con la alpargata si no adivina quién es la mujer que lleva la alpargata. Las risas y los alpargatazos acaban cuando se descubre que quien los da es el compañero veterano que también se arropa bajo la manta.
Otro de los juegos es El mismo que consiste en que quien la debe, se coloca de espaldas con la mano izquierda debajo del brazo derecho, mostrando la palma de la mano en la que los otros chavales dan un tortazo. Quien la debe, se gira y debe señalar a quien cree que ha sido el que le dio. Si no acierta continua hasta que acierte, y si acierta de quien se trata, el aludido dice: “el mismo”, y pasa a deberla.
Además de estos juegos, también se juega a muchos otros como El hereje, La Viga, El manteo de novatos o el abejorro, pero hoy no hemos jugado a todos estos.
Después de jugar, nos hemos puesto a bailar jotas. Ya te puedes imaginar el jolgorio que se monta después del trabajo de toda la semana y con la bota de vino rulando. En estos momentos Manolo, el patrón, nos lo consiente y perdona todo: Juanito golpeando sartenes con una cuchara de metal para la percusión; otros chavales de otras cuadrillas con las tapaderas de las latas de conservas tocando a modo de platillos; Pepe bailando las jotas él solo con el palo de una escoba; y Alfonso el cantante principal, que es el que mejor entona y el que mejor se sabe las letras de las canciones. Yo canturreo y toco las palmas, especialmente en esta canción porque es la que mejor describe lo que siento y la que más me recuerda a ti:
Dicen que la tortolita
pasea la mar de un vuelo
y yo paseo tu calle
serrana porque te quiero.
Amarillo es el oro
blanca la plata
y azules son los ojos
que a mí me matan.
Estoy cogiendo aceitunas
como huevos de perdiz
lo que más siento en mi alma
que mi novia no esté aquí.
A la sierra no voy
porque hay olivos
que me voy pá mi pueblo
con los mojinos.
En qué jardín te has criado
en qué maceta de flores
que no tienes quince años
y robas los corazones.
Con un cuatro y un cinco
un seis y un cero
esos son los millones
que yo te quiero.
Tú te fuiste a la aceituna
cara de quitar pesares
ojitos como los tuyos
no van a los olivares.
(…)
Somos de Alcaracejos
somos mojinos
somos entreverados
como el tocino.
(…)
Salimos de Alcaracejos
pueblo de Sierra Morena
pasando el Calatraveño
a la Virgen de la Estrella.
La verdad es que ha sido en este momento cuando he decidido venirme para el arroyo y estar un rato en soledad mientras los demás siguen con la fiesta. La nostalgia de no verte me ha invadido el pensamiento y esta canción de jota ha sido el detonante para escribir esta carta hacia ti.
Aun me quedan varias semanas en la aceituna. Menos mal que mis compañeros de cuadrilla son muy divertidos y me hacen más ameno el paso de los días. De lo contrario se haría insoportable. Alfonso, que como te digo es el más cantarín, canta canciones para alegrar las jornadas como esta que te escribo, que la entonamos cada vez que acabamos la faena:
Viva, viva, viva, viva la alegría
y viva la unión de esta fanegería
ya se ha acabado los remeneones
que le daba el veor a los esportones
a los esportones, a las esportillas,
ya se acabó el cambiar la criba.
Me voy a tener que ir despidiendo porque se hace de noche y mañana de nuevo tenemos que faenar. Ya llega el olor de la cena. Por el olor seguramente estén guisando potaje o cachorreñas que es lo que solemos cenar, aunque a veces cenamos gachas o migas canas con las migas que sobraron de por la mañana mojadas en leche.
Pero no me quiero despedir de ti sin antes dedicarte esta otra canción que nos la enseñó Alfonso y que cantamos mientras cambiamos de olivo las lonas, las varas y los esportones:
Al olivo al olivo
al olivo subí
por coger una rama
del olivo caí.
Quien me levantará
esa gachí morena
que la mano me da,
que la mano me da,
que la mano me dio
esa gachí morena
es la que quiero yo,
es la que quiero yo
es la que he de querer
esa gachí morena
ha de ser mi mujer.
Ha de ser mi mujer,
ha de ser y lo será
esa gachí morena
que la mano me da.
Espero tu respuesta a esta carta.
Volveré para vísperas de Navidad. Esperaré impaciente que llegue el momento para pasear contigo por el pueblo.
Atentamente,
Antonio.
Domingo, 28 de noviembre de 1943.