
148. La luz del olivo
Rodrigo estaba como todas las tardes de ese verano sentado bajo la sombra de un olivo, el mismo olivo que alguna vez había albergado los deseos de su madre. Todo estaba demasiado tranquilo para su gusto, a sus 13 años no sabía apreciar la palabra calma.
Se tumbó de espaldas en la tierra con sus brazos cruzados sobre su pecho, podía ver cómo los rayos del sol atravesaban las ondulantes ramas del olivo que bailaban al ritmo de una suave brisa.
«Qué pérdida de tiempo ̶ pensó Rodrigo, enfadado ̶ , podría estar haciendo cualquier otra cosa» Él no entendía por qué su abuelo le había dado instrucciones tan específicas, y además, según su parecer, tan absurdas.
̶ Hola ̶ dijo una voz femenina.
̶ ¿Ah? ̶ Se preguntó Rodrigo, dudando si había sido su imaginación.
̶ Hola, niño ¿Estás bien?
̶ ¿Ah? ̶ dijo de nuevo, esta vez incorporándose rápidamente. Dirigió su atención en dirección a la voz y ̶ tal vez por efectos de la luz ̶ le pareció ver un ángel.
̶ ¿Estás bien? ̶ le preguntó de nuevo.
Rodrigo estaba boquiabierto ante semejante visión, frente a él estaba una delgada jovencita de rasgos delicados, su piel más clara que los mismos rayos del sol, su cabello rizado revoloteaba como cintas de caramelo al viento y sus ojos color miel brillaban desde su hermoso rostro.
̶ ¿Eres un ángel? ̶ se atrevió a preguntar.
̶ ¡Ja, ja, ja! ¡Claro que no! ¿Te golpeaste la cabeza?
̶ No, ¿Por qué lo preguntas?
̶ ¿Cómo qué por qué? Tengo rato observándote y no te mueves, estás ahí tirado como un cadáver y lo primero que haces es preguntarme si soy un ángel ¿Seguro no te golpeaste la cabeza?
̶ Sí, seguro.
̶ ¿Qué haces ahí entonces?
̶ Se supone que debo hacerlo, mi abuelo me lo pidió, me dijo que mientras estuviera aquí, cada tarde debía pasar un rato bajo el olivo.
̶ ¿Haciendo qué?
̶ No lo sé, no me dijo.
̶ Bueno, en ese caso, te acompaño, por cierto me llamo Fiorella ¿y tú?
Para ese momento ya Rodrigo tenía una semana cumpliendo los deseos de su abuelo y era la primera vez que hacía algo más que tumbarse a mirar al cielo pensando en lo tedioso que era tener que hacerlo; estaba fascinado por tan inesperada visita.
Fiorella vivía en un olivar cercano, era la hija del medio, su hermano mayor se dedicaba al cultivo con su padre y su hermano pequeño vivía pegado a la falda de su madre, lo que le daba cierta libertad para explorar los alrededores a sus anchas.
Le encantaba correr descalza y usar vestidos sueltos con estampados de flores, siempre inventaba canciones y saludaba a los extraños con una amplia sonrisa, emanaba frescura y alegría a su paso, pero esa tarde no quiso seguir su camino.
Estuvo conversando con Rodrigo hasta que se ocultó el sol y luego corrió a casa al escuchar el llamado de su madre a la distancia, no tuvo tiempo de despedirse con propiedad.
̶ ¿Qué tal Rodrigo? ¿Cómo estuvo hoy el olivo? ̶ Le preguntó el abuelo al cruzar la puerta ̶ Hoy tardaste en regresar.
̶ Abuelo, ¿qué es un empeltre?
̶ Es un olivo, sus frutos son unas exquisitas aceitunas negras ¿Por qué preguntas?
̶ Fiorella me llamó «ojos de empeltre» y se rio cuando le dije que no me llamara así.
̶ ¿Fiorella? ¡Ah! Conociste a la hija de los Hidalgo ¡Ja! Estoy seguro que no quiso ofenderte. Ella viene de una familia olivarera, y tus enormes ojos negros le habrán recordado un par de deliciosas aceitunas ¡Ñam, ñam! ̶ Dijo mientras acercaba sus manos a las mejillas de Rodrigo.
̶ ¡Abuelo! No empieces con tus juegos, yo ya soy un hombre.
̶ Todavía no Rodrigo, estás cerca de convertirte en un hombre, pero te faltan algunas tardes más bajo el olivo.
Esa noche continuó tranquila, igual que las anteriores, no había mucho que un anciano y un jovencito pudiesen hacer en medio del campo; comieron pipirrana y ochío, jugaron ajedrez y conversaron un poco. Rodrigo tomó un baño y se retiró a su cuarto.
Tenía una sensación extraña en el estómago, sabía que no era la comida, ya se había acostumbrado a la sazón del abuelo, era otra cosa, intentó dormir, pero cada vez que cerraba los ojos veía el rostro sonriente de Fiorella, «¿Qué pasa?» se preguntaba una y otra vez. Después de algunas horas dando vueltas en la cama, finalmente concilió el sueño.
A la mañana siguiente despertó antes que el abuelo, caminaba de un lugar a otro, se asomaba por la ventana y miraba el reloj a cada momento, no podía esperar para sentarse bajo el olivo.
̶ ¿Te preocupa algo? ̶ preguntó el abuelo.
̶ ¡No! ¡Claro que no!
̶ Te preguntas si va a venir ¿verdad?
̶ ¿Quién? ¡Claro que no! Pero, ¿Tú qué crees?
̶ No lo sé, tal vez quiera un poco más de aceitunas ¡Ñam, ñam! ¡Ja, ja, ja!
Rodrigo lo miró de reojo y salió de la casa, ya tenía varios días con el abuelo, pero no se había animado a recorrer las llanuras aledañas, comenzó a caminar sin rumbo y subió una pequeña colina, se sentó y observó, esa vista lucía como las postales que recibían del abuelo; no sabía por qué, pero esa vista le hacía sentir nostalgia, respiró profundo y una lágrima se deslizó por su mejilla.
Vio de nuevo el reloj y notó que ya había pasado el mediodía, caminó hasta casa del abuelo con la esperanza de encontrar a Fiorella bajo el olivo, pero no estaba. Se tumbó nuevamente mirando al cielo, pasaron las horas y Fiorella no llegó.
̶̶ ¿Qué tal Rodrigo? ¿Cómo estuvo hoy el olivo? ̶ Le preguntó su abuelo como cada tarde desde el sofá ̶ Hoy regresaste temprano.
̶ Abuelo, ¿Tú no extrañas a mamá?
̶ No Rodrigo, porque todavía la tengo conmigo.
Rodrigo no pudo contener las lágrimas y se acurrucó junto a su abuelo, colocando su cabeza sobre sus piernas y llorando desconsoladamente.
̶ Déjalo ir Rodrigo ̶ le decía mientras le acariciaba el cabello ̶ ese dolor no te hace bien, déjalo ir.
̶ ¿Cómo puedes abuelo? ¿Cómo puedes vivir así?
̶ Rodrigo, ese olivo bajo el que te sientas todas las tardes, lo plantó tu mamá hace muchos años, tenía más o menos tu edad.
̶ Y ¿qué tiene que ver eso? ¡A mí no me importa ese estúpido árbol! ¡Yo quiero a mi mamá!
̶ Rodrigo ̶ dijo muy calmado ̶ Tu mamá siempre supo que su vida iba a ser corta, ella lo aceptó mucho antes que yo, y aprovechó cada instante que tuvo para dejar su huella. Cuando conoció a tu papá me dijo:
«Voy a plantar un olivo para mi hijo. Bajo este olivo, mi hijo aprenderá que debemos permanecer fuertes como un tronco, a pesar de los días soleados, a pesar de las noches frías; Vivimos para resistir, para amar, para disfrutar, algunas veces nos enfermamos, algunas veces nos rompemos, algunas veces florecemos, pero todo eso prueba que vivimos, cada persona que cobijamos en nuestro corazón se queda con una parte de nosotros, nunca morimos, nuestros frutos, nuestros hijos, serán las semillas que continuarán nuestro legado».
̶ Tu mamá era una mujer muy sabia ̶ continuó ̶ un alma vieja se podría decir, vino a este mundo por un instante para enseñarnos el valor de la vida, a decirnos que debemos vivir con alegría, a enseñarnos que el presente es lo único que tenemos.
̶ Es que la extraño demasiado abuelo.
̶ Entonces hónrala hijo, vive bajo sus preceptos, vive hijo, vive, saborea la vida, eso es lo que ella hubiese querido.
̶ Voy a tratar abuelo, pero no sé por dónde empezar.
̶ Entonces tal vez te falten algunas tardes más bajo el olivo.
Al día siguiente, Rodrigo se acerca nuevamente al olivo, pero esta vez lo nota diferente, tal vez no es el olivo lo que cambió, sino él. Toca su tronco y recuerda las palabras de su abuelo, acaricia sus ramas, observa cuidadosamente sus hojas y en vez de tumbarse sobre su espalda, permanece de pie.
Mira hacia el suelo y distingue los pequeños destellos de luz que llegan entre las sombras, dirige su vista hacia el horizonte y disfruta del paisaje, se siente cálido, cercano, familiar, siente que forma parte del todo, vuelve su atención al olivo y nota pequeños brotes y hojas secas a punto de caer y advierte la belleza de lo perecedero.
Dirige de nuevo su vista al horizonte y se llena de valor. «!Voy por ella! ¡Cuando la encuentre le voy a decir que sus ojos parecen barriles de aceite de oliva madura y que puede llamarme ojos de empeltre todas las veces que quiera! Voy a tomar su mano y no la voy a soltar lo que queda de verano, y el siguiente verano y todos los veranos ¡Y todo lo que me quede de vida! ¡Voy a vivir por ti mamá! ¡Voy a amar por ti! ¡Voy a ser feliz por ti mamá!».