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142. El destino de Ulises

J.D. LON

 

El sol se iba alzando mientras disipaba la neblina nocturna y, aunque la mañana era fresca, el día prometía ser cálido. Sus rayos se reflejaban en un coche circulando por una solitaria carretera que serpenteaba entre unos montes cubiertos con hileras de olivos dispuestas con geométrica precisión. El conductor disminuyó la velocidad y al llegar a un cruce se desvió por un camino rural, siguiendo las indicaciones del navegador. Llevaba sumido en sus pensamientos desde que había emprendido el viaje, hacía poco más de dos horas, y de nuevo pensó en aquella sorprendente carta recibida unos días antes.
No era capaz de recordar bien a aquel misterioso pariente que había vuelto a aparecer de forma espectacular en su vida. Sabía que tenía una enorme finca en la campiña jienense y poco más. Recordaba de niño haberla visitado alguna vez, pero ya había llovido, nevado y tronado desde entonces y esos viejos recuerdos, sepultados en el fondo del arcón del olvido, emergían ahora de forma espectacular.
Aquella carta, enviada por un bufete de abogados, fue lo de lo más sorprendente pues comunicaba que había sido designado heredero universal de los bienes de aquel desconocido familiar. Unas breves gestiones le informaron que la finca explotaba grandes extensiones de olivares, junto con actividades de turismo rural y los beneficios, sin ser espectaculares, no eran de desdeñar.
Su pariente había poseído la mayoría del capital social y ahora era suyo, lo que le daba la libertad de hacer lo que considerase más conveniente, como el vender el negocio si recibiese suculentas ofertas. Suspiró al pensar que, de momento, estaba bastante desahogado económicamente y además parecía una herencia rentable pero nunca vendría mal un buen montón de dinerito extra, dados los tiempos de incertidumbre que corrían.
Por otro lado, la noche no había transcurrido bien pues casi toda ella fue un inquieto duermevela adornado con extraños sueños de olas, tempestades y criaturas extrañas. Ahora, no recordaba apenas nada, pero aún permanecía un cierto temor. En realidad, llevaba viviendo una época extraña. Este verano, más de una vez se revolcó por la arena a causa de unas olas traicioneras y gracias que no fue incluso peor porque estaba ojo avizor. Pareciese que el océano le tuviese la misma tirria que a su tocayo mitológico Ulises con el que compartía solo el nombre, pues de aventuras varias no estaba muy sobrado precisamente. No es que es nunca se hubiese llevado bien con el mar, pero es que ahora le estaba empezando a coger un justificado temor.
Poco después, llegó por fin y lo primero que le sorprendió al bajar del coche fue una agradable sensación de armonía que flotaba en el ambiente. La casa `principal, las dependencias de atención al público y el pequeño y coqueto hotel para los turistas, se integraban perfectamente en el entorno, como si fueran unas piezas más del paisaje. Los jardines, el camino, todo estaba bien cuidado dando una sensación de pulcritud y limpieza, mientras en los alrededores dominaban imponentes las hileras de olivos extendiéndose hacia el horizonte.
Agradablemente sorprendido, entró en la zona de oficinas para encontrarse como recibimiento con una turba de enfurecidos parientes lejanos del finado, amenazando con sanciones legales a discreción si no se llegaba a un acuerdo para revocar el testamento, al que consideraban una injusticia fruto de alguien que no se encontraba en sus cabales. Después de unos segundos de escuchar toda clase de improperios, simplemente les dijo con voz tranquila pero que translucía una frialdad y determinación implacable.
—Para discutir están cosas están los picapleitos. ¡Largo de aquí y el que tarde en salir por la puerta saldrá por la ventana!
Más que el tono de su voz, fue el mensaje mostrado en sus ojos lo que les hizo obedecer después de un instante de turbación por lo que enseguida se vació la sala. Una vez solo, se quedó algo sorprendido de la fiereza disfrazada de calma con la que había actuado. Es como si hubiera recordado de repente una faceta suya que estaba escondida desde hacía mucho tiempo. “No sabía que fuera así, como el otro Ulises”, se dijo bromeando.
Entonces, notó un ligero vahído del que se recuperó enseguida, aunque con una extraña sensación. Con aprensión, le pareció notar a alguien más, aunque la sala estaba aparentemente vacía.
—Bravo, una buena forma de echar a esos insidiosos pretendientes a tu herencia —sonó una voz a su espalda.
Se volvió sorprendido para encontrarse con una extraña y peculiar pareja. Los dos eran altos, elegantemente vestidos, y con rasgos juveniles, aunque su expresión era propia de alguien que tenía experiencia de sobra no ya en tratar con las vicisitudes de la vida sino en mandar, lo que al final resultaba en una edad indefinida. La mujer era rubia y ojos color esmeralda que parecían translucir una gran sabiduría y conocimiento. Pero lo que más le intranquilizó fue la mirada del hombre, unos ojos del color del océano en plena tempestad que, aunque aparentaban cordialidad, le inspiraban un enorme respeto como si fuesen ventanales a un enorme poder escondido y amenazante.
—Permítame que nos presentemos —dijo con suma amabilidad la mujer—. Me llamo Athenais y este cabalero es mi tío—señaló al hombre con un levísimo deje de ironía—. Hemos venido a hablar de negocios y no he podido evitar expresar mi admiración por la forma limpia y eficiente con que has echado a todas esas sanguijuelas.
—Gracias señora. ¿Ha dicho que vienen a hablar de negocios?
—Por favor, vamos a tutearnos si no tienes problema. Mi tío tiene interés en comprar gran parte de esta finca para hacer unas inversiones y como ya hay nuevo propietario —le miró sonriendo—. En realidad, los negocios los hace mi tío. Yo estoy aquí porque me gusta acompañarle para vigilar sus tejemanejes, aunque sé que a veces no le gusta, ja, ja. —El hombre expresó una evidente sonrisa forzada.
—Bueno, no sé. Es que acabo de heredar esta propiedad y ya tan rápido van y me llueven las ofertas. Por cierto, ¿son de Francia? Lo digo por el nombre, aunque no parecen tener acento de allí.
—No, no somos precisamente de aquel país. Lo de mi nombre es porque me gusta cómo suena en francés. Ya ves, caprichos que tiene una. Volviendo a lo importante, hemos reservado unas habitaciones en este estupendo hotel que hay aquí, es decir tu hotel.
—¿Por qué no cenamos esta noche y ya hablamos con más calma? —dijo cordialmente el hombre.
Y sin esperar respuesta, salió rápidamente por la puerta.
—Si que tiene prisa su tío —dijo Ulises—. Y ahora que lo pienso, ¿no nos hemos visto alguna vez, quizás en Atenas? Me suena de algo tu cara.
Athenais le lanzó una última y enigmática mirada antes de abandonar también la estancia sin responder a su pregunta.
Después de unos instantes de perplejidad, él también se fue murmurando “pues vale” y dejó de pensar en el fugaz encuentro. No le vendría mal darse una vuelta por su nueva propiedad, sobre todo ahora que tenía una posible oferta de compra nada más llegar. Mientras se dirigía a la mejor habitación del hotel, disfrutando de los privilegios de ser el nuevo propietario, vio a alguien muy mayor sentado en un banco de la entrada tomando el sol. Cada una de sus arrugas parecía un capítulo de un libro donde se encerraba todo un vasto caudal de experiencia y sabiduría.
—Usted debe ser el nuevo propietario —le preguntó con curiosidad—. Yo trabajé aquí muchos años y ahora me dedico a observar la vida, ya ve usted. ¡Y créame que no tienen desperdicio las cosas que contemplo! Parece que va a ver acontecimientos en breve, jugosos acontecimientos. Lo presiento.
—Sí, así es. Bueno, quizás pase dentro de poco otro nuevo dueño o dueña delante de usted. ¿Quién sabe? —De repente sintió el deseo irresistible de hacer una extraña pregunta que no venía a cuento—. Por cierto, ¿usted conoce el mar?
—No señor y no crea que lo siento. Siempre he estado por aquí, en buena tierra firme. Espero conocerlo algún día, aunque es evidente que me debo de apresurar —dijo riéndose.
—Pues hasta la vista —respondió Ulises despidiéndose. No sabía porque había tenido la ocurrencia de hacer esa pregunta, pero dejó de pensar en ello y se dispuso a pasar la mañana en conocer todos los entresijos de su herencia. Quería tener una buena posición para la cena de negocios que se avecinaba.
La cena transcurrió con normalidad, con las típicas conversaciones formales que se dan en estos casos, hasta que llegaron los postres y con ellos los negocios. En un momento dado, el tío de Athenais alargó un sobre de manila hacia Ulises sin mediar palabra y contempló su copa en silencio. Con el mismo aire ceremonial, Ulises lo abrió y estudió su contenido.
—La verdad es que una inversión espectacular: numerosas urbanizaciones, un centro de ocio. Debe de tenerlo muy claro para invertir tamaña cantidad de millones —dijo Ulises al terminar la lectura, intentando disimular su asombro.
—Y una parte fija de los beneficios para usted, como socio preferente de la nueva empresa que gestionará todo este proyecto —le miró fijamente con esos ojos de color océano que tanto turbaban a Ulises—.Y por supuesto, una buena oferta de compra.
Ulises se fijó en el cheque que acompañaba a los documentos, del que entrevió tantos ceros que parecía que se iban a salir del papel. Era la oferta soñada pero allí algo más se escondía. De refilón observó que Athenais le observaba fijamente y eso le hizo mantenerse en guardia.
—Ciertamente, es algo casi imposible de rechazar, pero pienso en todos aquellos cientos de olivos que van a ser destruidos, en la aniquilación de un estilo de vida ancestral y respetuoso con la Naturaleza.
—Sé que usted ya tiene, como se suele decir, la vida resuelta, pero reconozca que con esta operación va a ingresar en el club de los ricos de verdad, de esos que salen en las revistas: cochazos, yates. ¿No me diga que no le apetecería? Y no sospeche nada raro; el estudio de mercado adjunto señala que el retorno de la inversión está garantizado con mucha seguridad.
Ulises reconoció que las proyecciones de beneficios eran impecables pero una quemazón interna le inquietaba. Ese olor tan característico del peligro, muy familiar para él pues lo había percibido varias veces anteriormente, flotaba en el ambiente.
—Como veo que aún alberga algunas dudas vamos a dejarlo que lo piense esta noche y mañana me comunica su decisión. ¿De acuerdo? Voy a coger el coche y acercarme un momento a la costa más cercana. Sí, ya sé que está algo lejos, pero me gusta sobremanera el mar, lo necesito cerca. Ya ve, caprichos que tiene uno a estas edades y que me puedo permitir.
—No te preocupes tío, yo me quedo con nuestro anfitrión para que no parezcamos descorteses —replicó ella con un cierto tonillo de hostilidad.
—En absoluto lo entiendo como descortesía. Que tenga buen viaje y mañana le comunicaré mi decisión.
—Ulises, hace una noche agradable y me gustaría que me enseñases estos olivares tan magníficos que tienes —dijo ella mientras veía a su tío salir.
Poco después, Ulises paseaba con Athenais entre los olivos, aspirando las fragancias de la noche y dejándose envolver por sus sonidos entre los que, sorprendentemente, destacaba un continuo ulular de búhos y lechuzas, como una peculiar sinfonía. Lo sorprendente es que a ella le agradaba pues manifestó su adoración por aquellas rapaces nocturnas.
—La oferta de tu tío es muy generosa, pero… —dijo Ulises después de un largo silencio.
—Te gustan tus nuevas posesiones, ¿verdad? —le contestó ella. Creo adivinar lo que piensas. Con los beneficios de esta finca y lo que ya posees puedes tener una vida desahogada, pero es de justicia reconocer que la cantidad que obtendrías de la venta es ciertamente espectacular y, claro, muy difícil de rechazar.
—Así es —dijo tocando con la mano el cheque que reposaba en uno de sus bolsillos. Y, además, supondría la destrucción de muchos olivos, sería como arrancar el alma a la tierra y destruir el estilo de vida de este lugar. Fíjate que esta mañana incluso conocí a alguien que no había visto aún el mar; desde luego aquí hay algo mágico —calló un momento y después afirmó sonriendo—. Tú estás aquí para evitar que tu tío destruya los olivos, ¿verdad?
Ella le sonrío y extendiendo la mano cogió unas aceitunas de un olivo cercano y las apretó hasta que un efluvio de aceite, que brillaba como oro fundido, se empezó a deslizar por su muñeca.
—Parece que tiene vida propia, ¿verdad? ¿Sabías que en la Grecia Clásica y en otras culturas, el olivo se consideraba un regalo de los dioses? Es cierto, —le dijo mirándole con unos ojos que parecían brillar como esmeraldas entre la negrura de la noche—, amo a los olivos y estoy aquí en cierto modo para detener a mi tío y también por otros, digamos, propósitos. Somos una familia muy especial, se puede decir que ambos estamos disputando desde siempre y además él siempre intenta fastidiar a mis amigos, al igual que yo a los suyos. Es lo que hay.
Ulises se la quedó mirando, sintiendo como unos recuerdos largo tiempo sepultados, comenzaban a aflorar a la superficie. Lentamente, unas palabras se fueron formando en su mente… “Tiresias”, un nombre que le sonaba familiar y que escondía una clave.
—Me dijiste antes que, haciendo honor a tu nombre, te gusta mucho la Odisea —dijo ella interrumpiendo sus pensamientos. ¿Pero en realidad allí se acabaron las andanzas de Ulises? ¿Por fin pudo dejar Odiseo de temer a la ira de Poseidón?
Él miró pensativo al cielo y reflexionaba. Una explicación nada racional se iba abriendo camino; tuvo la inquietante certeza de que ella no estaba allí solo para evitar la destrucción de los olivos sino por algo más escondido y arcano. Quizás algo que empezó hace mucho y debía de culminarse ahora. Entonces, se dio cuenta que las lechuzas habían dejado de ulular y Athenais había desaparecido. Por alguna extraña razón, no le pareció extraño y se fue directo a su habitación, pues tenía urgencia por consultar en Internet un pasaje de la Odisea.
A la mañana siguiente, en el desayuno, se encontró con Athenais y su tío. Ella estaba a contraluz, por lo que apenas podía distinguir su rostro en penumbra. Su tío le dijo en tono cordial
—Estimado Ulises, bonita y soleada mañana tenemos hoy. ¿Podemos pues cerrar nuestro acuerdo?
—Por toda respuesta, Ulises sacó el cheque lo alzó con las dos manos unos instantes y rápidamente lo depositó en una bandeja de plata que había sacado de su bolsillo. De inmediato le prendió fuego mientras, mirando fijamente al tío de Athenais recitó con una cadencia hipnótica.
—No pudiste vencerme por la fuerza y quisiste hacerlo por la astucia, pero ha llegado el día que se cumpla la profecía de Tiresias. ¡Señor de los océanos, acepta este sacrificio por parte de Odiseo!
Mientras el papel se consumía instantáneamente entre chispas centelleantes, el aludido adquirió una expresión terrible y se dirigió a Athenais conteniendo a duras penas su ira.
—Solo tú se lo has podido decir. Siempre le has protegido de mi cólera.
—Recuerda que no podemos entrometernos en su destino, pero sí aconsejarlo y eso es lo que he hecho. Todo ha terminado.
Sí, se acabó —dijo Ulises—. Si hubiese aceptado esa oferta estoy seguro de que es como si me hubiese sometido a ti y tan verdad como que Helios sale todos los días al amanecer, con el tiempo me habrías destruido por completo.
Como por ensalmo, el rostro de él se suavizó y dirigiéndose a Ulises le dijo sonriente:
—Enhorabuena Odiseo, tu viaje ha terminado. Disfruta de tu recompensa.
Y dicho esto salió del salón. Al cabo de unos instantes, Ulises se dirigió a Athenais con voz mucho menos firme.
—No sé por qué he dicho eso, pero sentí con toda mi alma que debía hacer lo que se indicaba en aquel pasaje de la Odisea aunque eso sí, adaptado a los tiempos modernos. También sé que tengo que decir otra cosa: gracias por protegerme… siempre.
—“Y dijo Tiresias que Ulises debía llegar a un sitio donde no conocieran el mar y hacer un sacrifico a Poseidón y entonces terminaría por fin su epopeya” cita la Odisea. Adiós Ulises —musitó ella sonriendo, mientras le cogía la mano y poco después se levantaba de la mesa.
Poco antes de salir, se volvió hacia él y le dijo con voz muy queda pero perfectamente audible.
—Tú lo has dicho. Los tiempos han cambiado, pero sigues siendo el valeroso “Ulises, el de las mil astucias”. No tienes nada que envidiar a tu anterior encarnación. Da por hecho que volveremos a vernos y si alguna vez vuelves a pasar por la Acrópolis…piensa en mí.
Mientras ella se alejaba, permaneció pensativo y poco después comenzó a acercarse a la salida del edificio. Pero antes de llegar sintió un momentáneo mareo y entumecimiento que le hizo tambalearse un momento.
Al recuperarse, se dijo que probablemente todos esos fantásticos sucesos, no habían sido más que una alucinación momentánea y muy intensa, fruto del cansancio y de las tensiones de los últimos días. Tendría su lógica si no fuera por el leve olor de un papel quemado que le llegaba desde el comedor. Fuera, un señor mayor sentado en un banco y tomando el sol sonreía mientras guardaba en su memoria todos los acontecimientos sucedidos.

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