
14. El Olivo
Aquella tarde de verano, el brillo del sol se volvía infinito sobre el campo de trigo, una tenue brisa envolvía los movimientos ondulantes vivos de la tierra, me quería sentir uno con ella, así que me descalcé para poder sentirla, caminé acariciando con la yema de los dedos el aire y las puntas del trigo, quería detener el tiempo para poder disfrutar por siempre lo sereno de la vida, es inevitable plantearse lo esencial de la vida cuándo se está rodeado de ella.
Sin darme cuenta, llegué frente a un frondoso árbol, un gigante majestuoso, podría asegurar que me esperaba, pues en cuanto fui consciente de él, el cielo comenzó a crujir con fuerza, resultaba curioso escuchar los relámpagos y no encontrar las nubes cargadas.
Le sonreí con ternura, poniendo mi mano sobre su gruesa corteza. ¿De dónde has salido? Pregunté. En mi niñez, soñaba con un árbol cuyas raíces eran tan grandes y gruesas que formaban otro árbol bajo la tierra, no sabía qué clase de árbol era, pero me recordaba al de mis sueños; pensando en ello, me senté junto a su tronco, levanté la cabeza y me perdí viendo cómo sus ramas se movían y la luz del sol se colaba entre ellas, haciendo magia.
Los fuertes relámpagos continuaban, pero aún no había señales de tormenta, pensé que quizá en medio de la nada y con un gigante de compañía, podría desvariar, y entonces le pregunté: ¿De qué color era el principio de todo? ¿Cuál era su aroma? ¿Cómo se habrá sentido? ¿Habrá tenido la tierra dolores de parto? ¿Fue la luna solo testigo? ¿Por qué no puedo ver al viento, pero si sentirlo? Con los rayos de la tormenta, el suelo comenzó a temblar, cayeron delgadas y largas hojas, no se encontraban secas, todo lo contrario, brillaban con el reflejo de la luz del sol.
– Mientras crecía bajo la tierra, todo era oscuridad y silencio, la única luz que se percibía, provenía de mí, el aroma era una mezcla de azufre, sal y mercurio, no podía ver a nadie más, pero podía sentirlos, en mi camino hacia la superficie sentí dolor, mucho dolor y miedo, pues todo cambiaba y no entendía nada, pero al final del dolor vino el placer de sentir la primera brisa del aire, entendí que los ciclos más dolorosos traen consigo un enorme entendimiento – me susurró el inmenso árbol.
Pensé estar enloqueciendo y solté el aliento con una incrédula sonrisa.
– ¿Acaso me has respondido?
– Bajo mis ramas he consolado en silencio a la melancolía, he calmado el dolor del viento en caricias de aceite, he sido testigo del erotismo y la gloria, y con la frescura de mi aliento he nutrido el alma, la esencia y la barriga. – Respondió el gigante árbol.
–¿Tienes nombre? – pregunté con demasiada curiosidad.
– Elaiwa, aunque otros me han llamado Olivo – Respondió meciendo sus ramas.
– Debes sentirte muy solo aquí – Le dije con mirada melancólica.
– ¿Solo? La soledad no es otra cosa que estar con uno mismo.
Mientras lo decía, dejó caer una aceituna verde.
Creo que nunca había comido una, y no sabía si debía comerla o solo conservarla, la observe en silencio, tenía un aroma intenso y fresco, al tacto era suave, pero también dura.
– Estabas rebosando en dudas. ¿Por qué te has quedado en silencio? – me preguntó el gigante.
– Supongo que hacía las preguntas esperando no recibir ninguna respuesta – le respondí sonriendo.
– Siempre resulta difícil entender la verdad y es por ello que quien pregunta, casi nunca espera respuestas. Pero te he visto con tanta vida que no pude evitar compartir contigo un poco de mí – me dijo el Olivo.
– ¿Sabes qué es el tiempo? – le pregunté con la certeza de que no sabría que responder.
Pude sentir a través de mi espalda como aspiraba con fuerza y volvía a mecer sus ramas.
– Tiempo… El concepto más antiguo y menos comprendido. El tiempo sin momentos es vacío, los momentos sin tiempo son olvido, uno necesita del otro y viceversa, pero ninguno sería posible sin espectador, el tiempo es energía, orden y caos, principio y final, es brutal y gentil, todo y nada, es quién me puso aquí y hará crecer mi trascendencia, cada esencia en este mundo lleva parte del tiempo en sí mismo, mira: – dejó caer una hoja seca, una hoja verde y un hueso leñoso.
– No entiendo – respondía al voltear a ver el grueso tronco.
– La hoja verde es parte de mí en el presente, la hoja seca es una parte mía en el pasado y el hueso leñoso es mi trascendencia en el futuro. El tiempo no es lineal, es un espiral infinito lleno de belleza y erotismo.
– ¿Erotismo? ¿Me estás diciendo que el tiempo es erótico? – mi rostro no podía ocultar cierto esbozo burlón.
– El erotismo es la belleza, el amor, el deseo de continuar en movimiento, cada acción precede a otra, la nueva devora la anterior robando un poco de ella, de esta manera podrá engendrar una acción futura con el pasado, para que esto pueda ocurrir se requiere del erotismo, la antesala de la creación.
– No sabía que la naturaleza es erótica – me quede por un instante en la profundidad de mis pensamientos. – Aún no puedo entender el erotismo en la naturaleza, no puedo verla de esa forma, siempre he pensado en ella como algo puro, sin ningún tipo de intenciones – Le respondí mientras me deleitaba con el fuerte aroma de las hojas verdes.
– Sin intención nada sería posible, todo necesita un motivo, un porqué, la naturaleza y el caos, como principios universales de todas las cosas, no pueden ser la excepción, pueden ser crueles cuando es necesario y gentiles cuando así lo amerite, la pureza es la honestidad con la que ejecutan cada acto, es puro porque no se esconden, porque se muestran desnudos ante todos sus hijos.
– ¿Quiénes son sus hijos? – Pregunté con miedo.
– Todo aquello que puedas tocar y que no haya sido creado por la mano del hombre.
– ¿No es una aseveración ruda contra la humanidad? – pregunté con un poco de molestia.
– Cierra los ojos, deja que la mente se inunde de los sonidos, permite que los aromas te revelen lo que el viento susurra cada vez que te toca el rostro, trata de escuchar las sensaciones de todo tu ser, deléitate al sentir cómo se mueve en sincronía la sangre en tus venas con el flujo del agua en mis raíces, cómo una bella melodía que está viva, escucha a la naturaleza llamándote.
No sé bien porque, pero cerré los ojos como lo pidió y dejé caer todo mi peso sobre mi espalda, me sentía flotar como espora, pero al mismo tiempo mis pies bajo la fresca tierra, sentía el calor del sol y la humedad del viento, el trigo como caricia y la fuerza del olivo, resumiendo, era parte de todo y todo era parte de mí.
– Las emociones y sensaciones que eres capaz de sentir, son un reflejo de la vida que late también a través de ti. La emoción es el impulso del instinto, es la ignorancia del instinto propio lo que nos condena, lo que genera el deseo de la extinción, la pureza del caos.
Abrí los ojos con intriga.
– ¿Entonces el caos es malo? – pregunté.
– Nada es bueno o malo, solo “es”, y es importante que sea para poder logar el equilibrio. Pero la ignorancia del “ser” es la sentencia más peligrosa, pues se disfraza de miedo, generando emociones que no son naturales, causando silencio de incertidumbre, sumisión frente a él y causando la más pura agresividad, anulando por completo el equilibrio.
– Lo siento, pero no logro entender que dices.
– El sol no es bueno ni malo, simplemente “es”, igual que la luna, el aire, la tierra, el fuego o el agua. Pero, para que puedan ser, necesitan mantener un equilibrio entre ellos, pues uno solo sin los demás no solo causa su propia extinción, sino que pierde el sentido real de quien “es”.
– ¿Debo temer a la muerte? – un fuerte impulso hizo que vomitara la pregunta sin pensarlo.
– ¿Has sentido cómo la pasión duele cuándo no podemos concebirla? Es igual con la vida, la transición solo se teme o duele cuándo no la hemos vivido, cuando no podemos darnos cuenta que solo es un proceso orgánico, un cambio de estado, la energía o el caos vuelven a su origen para después ser lanzado de nuevo dentro de la espiral infinita.
– ¿Entonces esto nunca acabará? – pregunté dejando escapar un suspiro de alivio.
– La naturaleza llegó con el caos y se marchará con él, porque la energía no tiene sentido si no encuentra dónde posarse, y hasta que ese momento no llegue, seguiremos inmersos en esta hélice, en este momento soy el Olivo, quizá mañana sea el que cargues en brazos o el ave que se pose en tus ramas.
No sabía qué más decir, todos los esquemas que había construido a lo largo de mi vida se estaban derrumbando, me sentía como el campo después de una terrible tormenta y al mismo tiempo, me dejaba una sensación de libertad y tranquilidad. Después de unos minutos en silencio pregunté:
– ¿Estoy soñando? – No podía creer que había estado divagado con un gigantesco árbol.
– No, por el contrario, tus ojos nunca habían estado tan abiertos antes. Este es mi recibimiento a casa… nuestra casa.