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117. Mediterráneo, 1971

Alexis López Vidal

 

Mediterráneo, 1971
Y te acercas, y te vas
después de besar mi aldea.

Mediterráneo, Joan Manuel Serrat

Prólogo

Traiguera, el Maestrat. Ahora

Ahora, que la letra abigarrada en renglones firmes y en los que se adivina la certidumbre de la que solo la juventud es culpable ha despertado del sueño de un arcón perfumado de trama; ahora, que el mayor de los secretos de una madre me ha abierto el pecho con las manos de tinta de un diario adolescente para engarzarme en el costillar un amor que me sacude por entera; ahora, que su cuerpo yacente en el ataúd la presenta agostada por la enfermedad; en este ahora revelado, todo me descubre el significado nuevo de sus mejillas, de sus ojos de aceituna, del olivar tantas veces recorrido.

1

Traiguera, el Maestrat. 26 de septiembre, 1971

Del atardecer en el olivar me llevaría a cualquier parte el aroma en la corteza de los árboles, como un susurro intuido en la madera que habla de la soledad del acebuche en el monte, para que el hombre no olvide que sus raíces estaban primero y que perseverarán después, el jirón rojizo por encima de las copas cuajadas de aceituna en el Maestrat, como si el artesano del mundo se empeñara en quebrarnos de belleza el alma en cada vértice que lo compone, y la voz de envero de padre llamándome desde el cabo del campo, como si en la garganta le confluyeran todos los óleos del mundo, los mansos de ternura, los bravos de urgencia, los profundos y sabios porque le vierten en la espalda generaciones de hombres y mujeres un caño de aceite que le atilda de orgullo el timbre de la voz. Todo eso me llevaría en una maleta, y el tragadiscos para escuchar a Serrat y este diario para dejar escrito que me entierren sin duelo. Me llevaría otras cosas si pudiera, si la voz de padre no se apagara al descubrir la verdad de la reserva que callo; guardaría bajo las blusas el tacto de terciopelo de la piel de Ximena, el blancor de su cuello enhiesto en el amparo de la almazara, su risa de cascabeles como el murmullo del reguero recostado en el lecho de tierra. ¿Cómo decirle a nadie que la sangre que me recorre la urdimbre bajo la carne se amustia al apartarme de su lado y que las venillas de mis muñecas se vuelven una caña vacía y quebradiza? ¿A quién le confesaría que su querer me anima esa trabazón de un caudal dorado como el aceite, sí, como el aceite que reluce sobre la mesa bajo la pérgola? ¡Cuánto me llevaría en esa maleta y cuánto callo!

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Traiguera, el Maestrat. 5 de octubre, 1971

Ximena llegó a mi vida desde una aldea de la provincia de Teruel para varear el olivo y en el peinado del árbol me ha cardado de locura el corazón. El cabello trigueño le alcanza hasta la cintura y lo peina en una trenza, que baila a su antojo cuando anima a la aceituna a caer sobre las mantas, como si en el cabello sintiera la música del campo o le cantaran los geniecillos que seguro guardan los troncos en su adentro. Es alta como una torre y yo quisiera almenar de caricias la corona de su frente y cuando me habla del mundo como si lo hubiera descubierto en la noche pasada y todavía lo anduviese comprendiendo, entonces, la abrazaría como la piedra del molino a la aceituna en la arpillera para hacernos un aceite fino. ¿Entendería padre ese elixir acendrado? No lo haría. ¿Lloraría madre si le vertiera ese aceite en la cuenca de la mano? Lloraría, estoy segura. Madre, preparando el aliño para los encurtidos, me habla desde la cocina de Nicolás el mozo de la Antonia y padre, entretenido en un rumiar de pulpa, asiente amontonando huesecitos de oliva a su lado, como si en los hombros de ese zagal se apoyara la aurora cada mañana y portase en los esportones que teje todas las horas que me aguardan en adelante. Afuera el olivar se sonroja de la brevedad de nuestras cuitas. Afuera danza el cabello de Ximena.

3

Traiguera, el Maestrat. 8 de octubre, 1971

Esta tarde nos hemos tendido en la peana de una olivera joven y creo que la corteza de color gris ceniza ha sonreído con nuestro primer beso. Ximena había estado faenando en la almazara y llegó con el aroma de la aceituna fresca aterrizado en la piel. He acarreado con el tragadiscos y los surcos de un sencillo de Serrat nos han murmurado su Mediterráneo. No hemos dejado de escuchar la canción y de darnos primeros y segundos y terceros besos y de advertir la sonrisa de la olivera. En la ladera de un monte. Ximena.

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Traiguera, el Maestrat. 13 de octubre, 1971

Desde ese cabo del olivar en el que reverbera la voz de padre con la solemnidad del llamado a misa me han llegado sus palabras cabalgando el siseo de las ramas. Al acudir me esperaba Nicolás parado a su derecha como un bandero. Quería invitarme a merendar y a dar un paseo por la plaza, en la compañía de alguna prima, ha aclarado, si yo quisiera, ha añadido, mirando a padre con un ánimo en los ojos de llenar el capacho de los años que se empeñan en apurarme. Padre ha accedido como si la voz con la que habla mi boca fuera de verdad prestada por la suya y ha asentido como cuando rumia la pulpa de la aceituna en una cocina aromada del aliño de los encurtidos. Y la voz mía que se le debe según su parecer ha enmudecido, porque cargando en la lengua la devoción por Ximena no ha quedado un resquicio para pronunciar otra cosa que su nombre. Su nombre que gritaría hasta reducirme a un orujo a los pies de nadie más. Su nombre que solo puedo callar.

5

Traiguera, el Maestrat. 16 de octubre, 1971

He discutido con Ximena. Una riña que, sin desmerecer cada uno de sus lamentos, que eran tantos que alguno se me escapaba como el salteo de la cesta, me colmaba de cariño por ella. ¿No habré de sentirlo de esta manera si su desazón ha nacido de verme cogida de la mano de Nicolás? Porque sabe, como yo lo sé, que no podemos pertenecer a otros. Hemos acabado enredadas en risas y más de nuestros besos cuando le he mostrado una aceituna envuelta en un pañuelo. Alguien se la lanzó a Nicolás a la cabeza desde la esquina de una calleja junto a la plaza. La recogí y aún la conservo porque sé de qué mano partió. Me he dormido en el regazo grato de Ximena, arrullada por las sobalas y el narcótico de sus caderas.

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Traiguera, el Maestrat. 19 de octubre, 1971

Madre nos ha sorprendido abrazadas en una entrecamada de oliveras viejas. Se ha marchado con el nudillo escrito en los puños.

7

Traiguera, el Maestrat. 23 de octubre, 1971

En el exterior de la ventana, Ximena y el olivar me llaman con el eco de la infinitud. A ella, de vara orgullosa que le susurra a la rama, la tratan ahora como a una extraña de otra tierra más lejana que el entendimiento de los mapas. A mí me acuestan en algodones para que sueñe con el capacho de Nicolás y los mañanas que contiene. ¿Dónde me esperas, tú, que en tu cabello trenzado se cultivan los plantones de mi deseo? En la ladera de un monte. Ximena.

8

Traiguera, el Maestrat. 27 de octubre, 1971

La recogida termina y es un fin que trae consigo la cosecha de todas las cosas queridas de mi mundo. Ximena me ha hablado de otros lugares, de cultivos nuevos donde germinar nosotras en una sola espiga. En su desesperación sueña con la huida y yo le he tornado llantos y cepas sumergidas en el campo, tan profundas, que temo que han de soliviantar el pavimento de la cocina y expurgar de encurtidos la despensa si les busco un arraigo distinto. De rodillas me ha pedido que la acompañe. El pánico en la trabazón de mi cuerpo resultaba tan evidente que no ha hecho falta vestirme la garganta con la voz prestada de padre para darle una respuesta. Ximena se ha perdido entre las blanquetas y todavía la oigo llorar.

9

Traiguera, el Maestrat. 1 de noviembre, 1971

Hoy se vela a los difuntos en esta casa. Ximena se ha marchado con las primeras luces. Nicolás llegará a mediodía para acompañarme al cementerio a mudar las flores de los nichos. ¿Así reciben los cobardes la mortificación merecida? ¿Así será mi vida sin Ximena? ¿Una prolongada visita al cementerio y flores marchitas en las tumbas? Los geniecillos del olivar han dejado de cantar y el tragadiscos regurgita la música que nos sirvió de abrigo. Hoy se vela a los difuntos en esta casa.

Epílogo

Traiguera, el Maestrat. Ahora

Ahora, que a esta vigilia la recorre una suerte de animalillo inasible, que se frota el lomo de éter contra los tobillos de los dolientes y ninguno lo descubre al hundir la mirada en la veladura de los zapatos; ahora, que el murmullo de la anécdota y el recuerdo almibarado de nostalgia nos conforta comedido; ahora, que a los cobardes nos hace a un lado una mujer que ha escapado de la consunción del tiempo y que no lo es del todo, que es en parte sembrado, en parte ocaso recortado de olivos, argamasa de materia anhelada y savia de la olivera; ahora, que camina decidida al encuentro de una triza que se desgajó de su ser y dormita en una caja de madera como una muñeca de biscuit; ahora, que en los labios le posa uno de los tantos besos de genista que abandonó en la recuesta, promesa en la médula de la aceituna que el vareo desprende de la rama, poso brillante de un aceite acunado por la melodía de un viejo tragadiscos; en este ahora revelado, le pediría de rodillas que no se marchara nunca y le hablaría de la letra abigarrada en renglones firmes y en los que se adivina la certidumbre de la que solo la juventud es culpable y de la pena que recorre desde hace tanto el olivar. En la ladera de un monte. Ximena.

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