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104. Olivae Station

Julia Cortés Palma

 

Pegados al cristal, unos inmensos ojos negros, tanto como el espacio exterior circundante, sin rastro de córnea, como si apenas un punto blanco pudiese desentonar con aquella inmensidad oscura aplastante, parecían salirse de las cuencas orbitales en busca de algo.
-Tengo que verla. Necesito verla -reflexionaba Andi.
Andi, un individuo no demasiado alto, que lo mismo podía tener quince años como treinta, viste un mono de trabajo de un blanco purísimo que se confunde con el color de su piel. No hay rastro de pelo en la cabeza ni en el cuerpo.
-¿Qué haces ahí? -grita un tipo de aproximadamente dos metros de altura y vestido de azul cobalto.
-Perdón, estaba distraído y no escuché el…
-Ya te he pillado varias veces -interrumpió el azulado-. La próxima vez te enviaré a la planta de desintegra…
-No, por favor, no volverá a pasar -interrumpe angustiado.
Salen de aquel lugar, una sala acristalada llena de máquinas y aparatos con luces intermitentes. En el centro, lo que parece ser un gran telescopio, sigue girando.
Andi trata de seguir el paso ligero de amplia zancada de aquel tipo. Al avanzar por el largo y oscuro pasillo, una hilera de luces violeta va encendiéndose a su paso.
Salen del edificio, una torre inclinada y cilíndrica de ocho plantas. Cada una de ellas se encuentra rodeada de columnas que soportan arcos de medio punto. Las columnas son de fuste liso y rematadas con capiteles decorados.
Desde cada planta surge un pasillo luminoso por el que deambulan seres idénticos.
Cualquier observador apreciaría enseguida el extraordinario parecido de la edificación con la torre de Pisa, claro está, si hubiese visto la de Pisa. Pero ninguno de los andianos sabe de la existencia, actual o pasada, de algo que no sea Olivae Station.
En la estación espacial todo está perfectamente controlado, no existe frío ni calor, no hay enfermedades y la gente no muere. Si alguna parte del cuerpo se deteriora, inmediatamente es sustituida por otra nueva, de la misma manera que haríamos con cualquier máquina. Cuando se produce un accidente muy grave( algo bastante inusual), y no es posible la reparación del cuerpo, se procede a la hibernación en espera de encontrar la solución.
Solo los orianos saben de dónde vienen y cuáles fueron las circunstancias que les obligaron a abandonar la Tierra e instalarse en Olivae Station.
Corría el año 2030 y la población seguía siendo incapaz de controlar el SRAS-Cov-2, ya que cuando se vacunaban contra el virus, este mutaba para contagiar más y con mayor virulencia. Además no solo era el covid, los científicos descubrían cada cierto tiempo la aparición de nuevos virus, e incluso bacterias resistentes a los antibióticos, que acababan con la vida de un porcentaje demasiado elevado de la población. También estaba el hecho de que nunca se lograba vacunar a la población mundial, siempre había países pobres, e incluso negacionistas, que no recibían la vacuna, y así resultaba imposible erradicar las pandemias. Por si esto fuera poco, incendios, inundaciones, movimientos sísmicos y toda suerte de cataclismos asolaban el planeta.
En el 2050 la situación era ya insostenible, y un grupo de expertos de los países más desarrollados comenzaron a plantear la posibilidad de abandonar la Tierra y establecerse en una estación espacial. Pasaron casi cincuenta años desde que se inició el proyecto hasta que un grupo de humanos, seleccionados por todo el planeta, dijeran adiós al mundo para siempre.
La tecnología avanzó mucho en las últimas décadas y los físicos e ingenieros químicos habían conseguido solventar el problema de la microgravedad y la obtención de la energía necesaria para mantener en órbita a la estación espacial.
Olivae Station fue diseñada para gravitar a una altura de 400 km sobre la Tierra y a 10 km/s alrededor de ella.
Los expertos encontraron en el hueso de la aceituna una fuente de energía limpia, desarrollando la tecnología necesaria para utilizarla como combustible. También el aceite de oliva sería utilizado como biolubricante necesario para reducir la fricción en las gigantescas ruedas, que como grandes norias de feria, girarían para obtener la deseada gravedad artificial.
En la estación habría zonas con gravedad constante, y otras, con gravedad intermitente.
Lógicamente era necesario tener cultivos de olivo, para uso energético y alimenticio, así como de otros vegetales y animales para suministrar alimentos a los pobladores de Olivae Station. Así mismo reciben cada cierto tiempo complementos alimenticios en forma de pastillas.
También encontraron solución al problema de generar agua artificialmente, recuperando la energía liberada en el proceso para mantener la órbita y el movimiento de la estación, constantes.
La vida en Olivae es muy tranquila. Los orianos mandan y los andianos obedecen. Los primeros son casi todos altos mientras que los segundos son bajitos e idénticos.
Estamos en 2225 y ya no hay hombres y mujeres. Todos al nacer son desprovistos de sus gónadas y sometidos a un condicionamiento clásico y también operante en relación al sexo. En otras palabras, cuando un andiano manifiesta una conducta con componente sexual, recibe una descarga eléctrica y varias horas de gota china. A los orianos tampoco les está permitido el sexo, pero como son los que mandan, si alguna vez presentan una conducta dudosa, hacen la vista gorda.
El sexo, tal y como nosotros lo entendemos, desapareció hace muchos años. Las experiencias sexuales, reales, fueron sustituidas por realidades virtuales controladas por un grupo de orianos, los censorianos, encargados de velar no solo de la conducta sexual sino de toda aquella manifestación que se aleje de la libertad establecida como ley.
La reproducción de los orianos y andianos se lleva a cabo en los laboratorios. Los andianos de forma clónica y los orianos por fecundación in vitro.
Las salas equipadas para la duplicación y producción selectiva se encuentran en dos torres de 828 metros de altura. En una de ellas se multiplican los andianos y en la otra se seleccionan cuidadosamente los orianos. Ambas son metálicas, en Olivae todo está construido en un material similar al microlattice, el metal más liviano y resistente.
La torre destinada a la producción de andianos se organiza en plantas y en cada una de ellas se lleva a cabo una fase del proceso. En la primera, una sala con cubículos apilados en los que se almacenan los ovocitos vitrificados. En la segunda, los biomedicorianos extraen del núcleo del óvulo todo el material genético sustituyéndolos por genomas que han obtenido de un sintetizador de ADN. Los siguientes níveles corresponden a seres andianos en diferentes fases de desarrollo. En la planta diez están los andianos listos para ser mano de obra útil. Son preciosos, todos tan blancos, tan igualitos…Las últimas plantas están destinadas a los recambios, es decir, andianos que nacen para ser utilizados por partes cuando sean necesarios.
En Olivae no se mide el tiempo, el tiempo está vivo, por eso ni por asomo hay relojes, para no matarlo.
En la otra torre se encuentran las dependencias para la producción de nuevos orianos. En la primera planta, una gran sala con cubículos apilados en los que se almacenan los ovocitos y los espermatozoides vitrificados. Los biomédicos, lógicamente orianos, seleccionan los mejores de estos últimos modificándolos genéticamente para hacerlos superiores. La idea es ir mejorando a los mejores.
Allan abandona la torre después de haber supervisado a los embriones que tiene asignados. Es alto, más de dos metros, su piel es oscura, casi negra, y viste un mono de un azul cobalto. Tiene el cabello corto, de un gris plata brillante, y sus ojos son dos enormes ámbares.
Contempla a su espalda las dos impresionantes torres cuya similitud con las de Dubai en Emiratos Árabes, es impresionante. Él sí ha visto las originales alguna vez, sobre todo cuando ha realizado viajes virtuales a ese mundo que ya solo es un planeta inerte e inhabitable. También ha consultado registros y grabaciones de la Tierra así como de sus abuelos, una de las primeras parejas que se establecieron en la estación espacial. Fueron longevos, pero sufrieron un accidente y permanecen en hibernación a la espera de poder sustituir todas las piezas dañadas, algo que está cada vez más cerca.
En Olivae no hay muchos libros físicos. Ocupan mucho espacio, pesan mucho y solo responden al deseo de unos cuantos orianos que parecen haber heredado la costumbre de pasar hojas con el dedo. A esa actividad extraña la llaman leer.
Los andianos no sienten ninguna necesidad de saber más de lo que saben, que no es mucho. Los biomédicos se encargan de producir andianos felices, seres sin mayor aspiración que vivir realizando lo que los orianos les ordenan.
Algo falló cuando crearon a Andi, porque él sí se hace muchas preguntas y siente la necesidad de encontrar respuestas, por eso aprovecha cualquier descuido de sus superiores para hacer todo lo que le está prohibido. Precisamente hoy, antes de que le sorprendieran pegado al cristal que le separaba del espacio, había logrado ocultar bajo su uniforme la última pieza que le faltaba para construir una emisora de radio con la que soñaba poder comunicarse con ese lugar maravilloso llamado Tierra.
-No me creo que no quede nadie vivo. Alguien tuvo que sobrevivir y yo voy a localizarlo- pensó convencido.
Cuando terminó su turno de trabajo, en lugar de descansar, terminó de montar el aparato y comenzó a probarlo.
Bip, bip, bip -la radio emitía un pitido agudo e intermitente mientras Andi colocaba su cuerpo encima tratando de amortiguarlo. La idea de que alguno de sus compañeros le traicionase o que algún oriano escuchase algo extraño, le aterrorizaba. De sobra sabía qué pasaba si le enviaban a la planta de desintegración. Su cuerpo sería reducido a polvo con el que los orianos elaboran las pastillas que después son distribuidas como complemento alimenticio.
A veces envidia a sus colegas. – Los ignorantes no sufren- piensa. Pero inmediatamente se alegra de ese error genético que le permite pensar, e incluso aprender a leer, algo totalmente prohibido para los de su clase. Recuerda con satisfacción todos sus esfuerzos por descifrar qué significaban aquellos signos que al principio veía como indescifrables. -Fue una suerte que alguien guardase esas cartillas infantiles donde se descifran las letras- piensa.
-Pop, pop,bip, pop -Andi pega un salto al cerciorase de que suena una señal distinta a la que sale de su aparato.
-Hola, ¿hay alguien ahí? -balbucea nervioso.
-Nada, nadie contesta. Tal vez haya sido algún sonido del funcionamiento de la emisora- medita decepcionado.
-Hola, ¿alguien me escucha? -suena una voz dulce dentro del aparato.
-Sí, hola. Te escucho. Soy Andi, ¿con quién hablo? -dispara entusiasmado.
-Soy Idoia, desde Jaén en España. ¿Dónde estás tú?
-Te hablo desde la estación espacial Olivae, a 400 quilómetros de la Tierra. ¿En qué planeta estás? -pregunta Andi.
-¡Vaya pregunta!, pues desde la Tierra, claro -responde Idoia.
-¡Lo sabía!, ¡Lo sabía! -chilla Andi.
-¿Qué sabías?, si se puede saber -apunta ella.
-Que no os habíais extinguido. ¿Cómo lo has conseguido?- quiere saber Andi cada vez más ansioso.
-No sé de qué me hablas -responde Idoia.
-A ver, a ver. Que me voy a volver loco. Hasta donde yo sé, en la Tierra ya no hay vida. Los únicos que se salvaron son los que consiguieron entrar en Olivae Station. ¿No es así, Idoia?
-Te repito que no sé de qué me hablas. Vivo en la Tierra desde hace veinticinco años y no he oído hablar de esa estación de la que me hablas.
-Mira, Idoia. He leído en algún papel que los primeros que se establecieron en la estación lo hicieron en el año 2100 -afirma Andi cada vez más confundido.
– ¿2100?, pero ¿qué dices? ¡ Estamos en 2021! -revela la chica.
-¿Cómo?, ¿que tú estás en 2021 y yo en otro tiempo? -descubre de pronto Andi.
-Me parece que nuestras palabras no solo viajan en el espacio sino también en el tiempo -concluye ella.
-¡Eso es! ¡Qué maravilla! Idoia, por favor, descríbeme el lugar donde te encuentras.
-Vivo en un lugar maravilloso. Ya sé que para casi todos, el lugar donde viven es el más hermoso, pero en mi caso es cierto. Ahora mismo estoy un precioso cortijo rodeada de olivos, cerca de un pueblo llamado Villacarrillo, en la provincia de Jaén de un país llamado España. ¿Conoces España? -pregunta con dulzura Idoia.
-¡Ay,amiga! No conozco más que esta estación, y además no toda. Tengo prohibido el acceso a más de la mitad de todo esto- expresa con tristeza Andi.
– ¿Prohibido, por qué? -quiere saber Idoia.
– Sería muy largo de explicar. Creo que somos muy distintos. He visto algunas imágenes de vosotros, los humanos- comenta el andiano.
-Perdona, Andi. ¿Tú no eres humano? ¿Acaso estoy hablando con un robot?
-No exactamente, pero casi. Todos los de mi clase son idénticos, excepto yo. Yo soy el error, pero nadie se ha dado cuenta- dice Andi bajando el tono de voz para que nadie le oiga.
-¿ Y cómo son los demás? -quiere saber la chica.
-Por fuera no hay ninguna diferencia entre los otros y yo, pero por dentro sí. Los otros no piensan, no se cuestionan la vida de mierda que llevan, pero yo sí. Perdona, no he podido contenerme  -se disculpa Andi.

– No tienes por qué pedir perdón. ¿Qué hacéis allí en la estación espacial?
Andi le cuenta con todo lujo de detalles cómo es la vida en Olivae e Idoia hace lo mismo con su entorno.
– Los olivares han estado siempre presentes en mi familia. Mis padres, los padres de mis padres, y hasta donde recordamos, hemos sido olivareros. ¿ Sabes, Andi?, mi padre hasta le tiene nombres a sus olivos. No quiere oír hablar del cultivo intensivo ni siquiera de la mecanización; todo tradicional. Piensa que si cambia la manera de tratar a sus olivos, variará la calidad de sus aceitunas y su aceite ya no será el mejor del mundo. Creo que después de morir mi madre, todo su amor lo desplazó hacia sus hijos. Algunas veces se queja de que yo no fuese niño.
A mí la verdad me hubiese gustado irme a estudiar fuera, pero ya ves, sigo junto a él por no darle un disgusto. ¡Ojalá tuviese hermanos! Pero nada, seguramente me casaré, tendré hijos que se harán cargo de los olivos, y los hijos de mis hijos, y…
– Para, Idoia -la interrumpe-. Dentro de ochenta años no quedará prácticamente nada vivo en el suelo de la Tierra, si acaso algunos insectos o pequeños reptiles, pero nada más.
– Eso es muy grave, ¿estás seguro?
– Idoia, te recuerdo que vengo del futuro.
– Tengo que advertir a la gente, ¿no me puedes dar una prueba para que me crean?- suplica la chica cada vez más angustiada.
– No, no puedo. Y además si lo hiciera, nadie te creería. Con mucha dificultad, he podido averiguar que durante mucho tiempo se habló de cambio climático, que intentaron controlar los vertidos y concienciar a la gente de la necesidad de cuidar del medio ambiente. Que trataron de vacunar, de…
– Por favor, no sigas, me estoy poniendo mala. Algo se podrá hacer, ¿no?
– Se me ocurre que escribas sobre ello -sugiere Andi- Invéntate cuentos para los niños, relatos que hablen de olivos, olivares, naturaleza,…

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