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100. Genistas amarillas

Macarena

 

Hoy nos han sacado de nuevo a tomar un poco el sol de este otoño que no se atreve a llegar, como me gustaría poder estar en otro lugar, ¡hay que adaptarse madre! Dicen mis hijos cada vez que me visitan, sí sí adaptarse…toda mi vida lo llevo haciendo…ojalá pudiera notar la llegada del otoño de nuevo, ese olor al membrillo maduro, o a la aceituna cuando aún está verde en el olivo, ese olor maravilloso que nos avisa que ya están preparándose para el gran momento en diciembre, cuando se viste de negro para su gran actuación, convertirse en oro líquido…Ojalá…el amarillo de los árboles, el crujir de las hojarascas…La hermana Carmen me ha dicho que porqué estoy tan ensimismada y lleva razón, no sé qué me pasará hoy, “altibajos de recuerdos”.

En el jarrón de las mesas hoy han puesto flores para animar la estancia, aquellas flores han removido mi memoria de una manera escalofriante, un temblor ha recorrido mi cuerpo desde los pies a la cabeza, ¿qué era aquello que me estaba ocurriendo? ¿Por qué no puedo dejar de mirarlas? Me doy cuenta que su color y su forma me abducen, de repente me sumerjo a través del espejo y me pierdo de lo real.

Los primeros rayos de luz entran por la ventana, me giro y allí estas tú, un rayo de luz incide en tu pelo canoso por los años y las luchas diarias de esta vida que nos ha tocado vivir. Despiertas sonriendo y aunque aún no hayamos hablado, ambos sabemos el miedo y el desconcierto que supone que estés aquí junto a mí, en nuestra cama, ¡ajuares desusados! quien nos lo iba a decir, que gran ironía…esta mañana tendremos una despedida como todas las anteriores llena de pasión, amor y miedo, nuestras vidas se han acostumbrado a esta limitada pasión desordenada. Al rozar nuestros cuerpos no pensamos en nada, la pasión nos hace uno, un solo ser poderoso.

Ya se escuchan los primeros ruidos de la mañana, el panadero que nos trae el sustento la alhaja de estos grises días, las mujeres que barren sus puertas queriendo limpiar su arrogancia, animales que se desperezan en sus cuadras, este es el devenir del día a día de un pueblo que vive tranquilo y callado, ocultando más de lo que debería, secretos que nunca deberían ocurrir.

Ya es tarde debería haber partido a la montaña antes de que nadie pueda despertar sospechas, mientras arreglas tu pelo y te afeitas me pregunto como cada día “¿volverás esta noche? Cada vez tengo más miedo de que algo pueda ocurrir, esto es algo pasajero, me repito una y otra vez, pronto se hará justicia y podrás estar junto a nosotros, nuestros hijos necesitan un padre junto a ellos.

-¿Mamá con quien hablas? dice nuestra pequeña hija.
-Con nadie hija será la radio que estaba escuchando, contesté sin darle mucha importancia.
Cuando nos dimos cuenta ya estaba en nuestro dormitorio, dos lagrimas brotaron de sus ojos al ver a su padre allí, pobrecilla se quedó paralizada, sus labios se movían, pero no emitían sonido alguno, hasta que comenzó a llamar a su hermano.
-!Juanito, Juanito! es papá, es papá, está aquí en nuestra casa.
Juanito vino corriendo del piso de arriba, con la ropa para la escuela a medio poner y al igual que su hermana se quedó paralizado al ver a su padre en nuestra casa.
-Padre, ¿ya has vuelto de tu viaje por aquellos mares que nos contaba mamá?
La tensión que se vivía en aquella habitación estaba superpuesta a la emoción de unos hijos que estaban creciendo sin su padre, ¿cuántos momentos importantes se habría perdido? Aunque ellos no lo sabían, su padre estaba siempre presente en sus vidas, cada noche que podía y bajaba al pueblo, a su casa, lo primero que hacía después de regalarme el ramo de genistas amarillas era preguntarme cada detalle del día a día de sus hijos, y yo gustosamente se lo contaba, así en su imaginación se iba haciendo un álbum de imágenes que injustamente se estaba perdiendo.
Emilio se abrazó a sus hijos y no podía parar de comérselos a besos, era tanto lo que los necesitaba, el olor de sus pequeños, nunca había olvidado su olor, pero ahora era real, los tenía entre sus brazos y no era consciente de lo que estaba ocurriendo, como tampoco lo éramos ninguno de los demás que en esa habitación nos encontrábamos. Estábamos en un espacio paralelo a la realidad tan deseado que nos hizo olvidar todo lo que se nos podía venir encima.
Justo ahora, en el pueblo había un gran revuelo porque según decían había una patrulla nueva vigilando, buscando a los que se encontraban en paradero desconocido en los montes.
El relieve de nuestra montaña, el matorral y los olivos que había abandonados antes de subir a la espesura del monte, hacia que fuera un lugar idóneo para que muchos hombres como mi marido pudieran ocultarse siendo muy difícil que los encontraran. Antes de los últimos olivos abandonados había un campo de genistas amarillas, una flor con un aroma muy especial, una preciosa flor, pero con espinas, podríamos decir que así era nuestra relación, una maravillosa historia de amor con espinas.
-Hijos muy atentos a lo que os voy a decir, no podéis decir a nadie que vuestro padre está aquí, nadie puede saberlo, ¿me estáis escuchando? Nadie puede saber que vuestro padre está aquí, nadie, Mis hijos se quedaron mirándome como si les hablara en otro idioma, no comprendían como no podían contar la mejor noticia de sus vidas, su padre había vuelto y ¿No lo podían contar?
-Hijos haremos una cosa, dijo su padre, desde ahora nos veremos algunas mañanas como esta, por ejemplo, pero será como un arco iris, ¿os gustan los arco iris? Los niños asintieron entusiasmados, bien pues yo seré vuestro arco iris y claro como es algo tan mágico apareceré y desapareceré, algunos días estaré aquí con vosotros y os traeré un cachito de color, pero otros días no estaré y tendréis que sacar el cachito de color que guardareis en vuestros bolsillos para esos momentos grises. Pero como dice vuestra madre, nadie puede saberlo, nadie, nadie, prometedme que será nuestro secreto.
Los días fueron transcurriendo como todos los anteriores, días llenos de monotonía y desesperanza solo salpicados por la irregular felicidad de verte con nosotros algunos días. Los niños seguían cada día acudiendo al colegio como si nada pasara, incluso esos días en los que les bajabas el trocito de arco iris, eran unos grandes actores porque nadie había notado nada raro hasta ese día, aquel fatídico día…Todo iba tan bien…
-Papá ayer nos dijo Don Evaristo que teníamos que llevar hoy al colegio para hacer una redacción algún objeto especial, algo que nos guste mucho y sea especial para nosotros, yo he pensado en llevar el ramo que mamá tiene en el jarrón, el que tú cada día le regalas, ¿puedo? ¿puedo? El padre sin pensar más allá, sin pensar en las consecuencias que podía tener que ese acto tan ingenuo en sus vidas aceptó. La hija salió corriendo al cole más feliz que unas castañuelas, se despidió de su madre a lo lejos y apresuradamente, con recelo porque su madre viera el ramo y no le dejara llevarlo al colegio.
-¿Qué le pasa a la niña hoy? ¿Cómo es que ha salido corriendo así? Cuando de repente me di cuenta, ¿Dónde has puesto las flores del jarrón Emilio?
-Se las ha llevado la niña para no sé qué trabajo que le había pedido Don Evaristo, ese hombre siempre con sus novedades en la escuela….
Algo iba a salir mal, lo presentía, qué contestaría nuestra hija cuando el maestro le preguntase de donde habían salido las flores, en los alrededores del pueblo no hay, solo en ese paraje, y allí no va nadie porque es un terreno inaccesible, lleno de malas hierbas, desde que fallecieron los dueños de ese olivar nadie se había hecho cargo y los olivos a sabiendas de que habían sido abandonados se habían hechos fuertes y robustos, impenetrables.
Y efectivamente mis peores presagios que no había querido compartir con nadie ocurrieron.
-Madre, madre que la niña se ha llevado tus flores a la escuela y cuando el maestro le ha preguntado de donde han salido, donde las había recolectado, ella se ha puesto muy nerviosa, ha dicho algún que otro sitio que se acordaba de ir a jugar juntos, pero Don Evaristo ha notado que algo raro estaba pasando y sin saber el qué, ha seguido preguntando y preguntando. Nos han llevado al despacho de Doña Agustina, la directora. y allí ha sido madre, ¿Por qué? ¿Por qué madre? ¿Por qué ha tenido que llevar tus flores a la escuela?
Con un llanto desconsolado atinaron a contarme los dos todo lo ocurrido, habían sido forzados a desvelar el secreto, habían contado que su padre estaba oculto en las montañas y él era el que traía las flores cuando bajaba a vernos a casa, eran solo dos niños, era una situación que podíamos esperar que antes o después ocurriera, ¿pero ahora qué?, ¿ahora qué iba pasar?

La patrulla de la Guardia civil te estuvo buscando semanas, incluso meses y nunca encontraron nada, ni un rastro que pudiera demostrar que estabas por esos parajes escondido.
Nuestras vidas siguieron, con la homogeneidad del día a día y en los días grises o más grises de lo que habitualmente eran, sacábamos nuestro trozo de color de tu arco iris.
Nuestros hijos se hicieron mayores y la gente del pueblo poco a poco se fue olvidando de la historia de las flores, de tu paradero…Yo siempre supe que estarías cerca de nosotros, aunque no te pudiéramos ver, lo presentía por eso me empeñé en no vender nuestra casa, tenía la esperanza de que un día volveríamos juntos, nuestros hijos insistieron en que no debía estar sola y creen que aquí en la residencia estoy mejor atendida…
Note como unas manos, robustas y suaves a la vez, me acariciaban la espalda, sin lugar a dudas eras tú.
-Hola Adela, desde hoy nadie nos separará. Te lo aseguro.
– ¡Emilio!

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